El viaje

1685 Words
Sin dudarlo corro lo más rápido posible y salgo a la calle en la que el mundo vuelve a su normalidad y me siento segura, pero sigo corriendo hasta llegar a casa y solo después de cerrar con llave y comprobar que todas las ventanas están bien cerradas consigo tranquilizarme y pensar en lo que ha pasado. .…¿Por qué he saludado a aquel extraño hombre?- pienso sin poder comprender-¿ por qué me ha dicho que me fuera?- eso es lo mas raro de todo. Sin llegar a ninguna conclusión voy hasta la cocina para cenar algo, abro la nevera sin muchas esperanzas de encontrar algo comestible,( en mi rutina tendría que estar hacer la compra de vez en cuando) después de mirar en varias repisas encuentro unos huevos a punto de caducar, los cojo los rompo en un plato para intentar hacer una tortilla , la cocina no se me da muy bien. Delante del plato, de cerámica con ribetes azules , bastante feo, tengo algo parecido a una tortilla, como sin prestar mucha atención ya que lo único que tengo en mi mente son los ojos de aquel hombre, azules como el cielo y fríos como el hielo. Termino la tortilla, llevo el plato a la cocina, lo friego e intento dejarlo todo recogido como cada noche, subo las escaleras y me meto en la cama en un vano intento de conciliar el sueño. Corro, corro hasta que me duelen las piernas, me pesan como adoquines a través de un basto bosque en el que no se ve ni un ápice de luz, solo árboles tan grandes como edificios que no dejan pasar la luz del sol, así que no tengo forma de saber si es de día o de noche, lo único que tengo claro es que huyo de algo y que si me alcanza estoy perdida así que no paro de correr. Pronto se empieza a abrir un camino justo delante de mi, los árboles se separan a ambos lados, sus largas ramas rememorando a sauces llorones se mueven, debido al viento que ha empezado a soplar. Cada vez me cuesta más mantener los ojos abiertos, las ramas se agitan como pequeños látigos que me rasgan la cara, los brazos y se me enredan en el pelo, sigo sin ver el final, en cuestión de segundos aparece delante de mi un hombre con unos ojos azules que creo reconocer. -Tu - digo de forma dudosa sin poder formar ninguna palabra más. Lleva un traje negro en perfectas condiciones, parece hecho a medida, el pelo peinado de forma que ningún pelo está fuera de lugar a pesar del viento que nos rodea,su mandíbula, ancha, forma un sonrisa que le hace parecer maléfico pero que por algún motivo no me transmite miedo. -¿Quién eres?- pregunto aunque de mis labios solo sale un pequeño sollozo. -Tu lo sabes- contesta con seguridad a la vez que da un paso hacia mi. -Noooo - me despierto de repente en mi habitación, sudando. Miro por toda la estancia de manera fugaz, teniendo la sensación de que no estoy sola, todo parece estar en su lugar. Abro la puerta del armario, que no cierran bien, chirrían un poco y aparto la ropa con la certeza de que encontrare algo raro. Nada, todo está bien. Voy hacia el escritorio, todo está en su lugar. Por último me agacho poco a poco para mirar debajo de la cama, el corazón se me acelerara de forma que puedo sentirlo en mis oídos, solo encuentro polvo y un calcetín que llevaba buscando unos días. Hago una nota personal de limpiar el cuarto en cuanto tenga tiempo. Vuelvo a la cama sintiendo una gran vergüenza. Menos mal que no hay nadie siendo testigo de mis miedos. Mis estudiantes se pasarían todo el semestre riéndose de mi. -Todo está bien, no te comportes como una niña pequeña- me digo a mi misma en un intento de convencerme y calmarme. Continuo con mi día a día. Me visto, me aseo y en lugar de bajar a tomar un café prefiero salir de la casa lo antes posible y tomarlo en una cafetería camino de las clases. En el momento en el que piso la calle, me invade una angustia que no puedo controlar, miro hacia todas partes buscando algo que no encaje, algo raro y que de sentido a lo que siento. Hace unos días el otoño me encantaba, ver el paisaje nublado, el frio por las noches; ahora, en medio de la calle mirando como una lunática en todas direcciones daría lo que fuera por que luciera el sol que barre las oscuras tinieblas de mis dudas. Las distintas personas siguen su camino, nadie parece fijarse en mi. Empiezan a caer pequeñas gotas que en cuestión de segundos se convierte en un aguacero y es como si el mundo se acelerara. Todo el mundo empieza a correr y a taparse la cabeza con lo primero que encuentran, un maletín, el bolso, un periódico, hasta observo a una mujer mayor que se cubre el canoso pelo con una bolsa de plástico, las que se usan para hacer la compra. Salgo de mi trance, empapada y calada hasta los huesos, buscando un lugar calentito en el que refugiarme, entro en el primero que encuentro. La cafetería tiene una fachada antigua en las que algunas zonas han perdido la pintura azul con el paso de los años y solo se ven pequeños espacios de escayola. Dentro no mejora la visión, tiene el mismo aspecto de dejadez que el exterior . Una barra de mármol blanco que perdió el brillo hace mucho y ya solo conserva un mate con arañazos, los asientos tienen zonas rotas en las que puedo observar la espuma que sale por los pequeños orificios, las paredes llenas de cuadros, muestran distintas escenas de paisajes, una montaña cubierta de nieve, un bosque con un cervatillo alimentándose y varios más a los que no presto atención, todos tienen una capa de polvo resaltada por la blanquecina luz de las bombillas. Me siento en la mesa mas alejada en busca de tranquilidad y con la intención de poner en orden todo lo que ha pasado en las últimas 24 horas -Un callejón, un extraño hombre, ¿lo conozco? ¿ era un borracho realmente? No creo - todas estas ideas me vienen a la mente como un huracán, sin llegar a tener ni un ápice de claridad. -Buenos días señorita, ¿en que puedo servirle?- pregunta el camarero a la vez que sonríe -Pongame un café con dos azucarillos, gracias - le respondo con la misma sonrisa. Varios minutos más tarde aparece de nuevo con una bayeta en una mano, que empieza a refregar por la mesa en un vano intento de quitar la suciedad y con la otra coloca el café sobre la mesa con cuidado de no derramarlo. Comienzo a beber el líquido marrón que hay dentro de la taza que en nada se parece a un café, le doy un último sorbo, lo pago y salgo a la calle acelerando el paso para no llegar tarde a las clases. Entro como siempre por las grandes puertas metálicas, hoy jueves tengo clases con 4ºC, voy directa, sin dudar. Subo las escaleras en busca de la quinta puerta de la derecha y allí están todos, armando el mismo jaleo de siempre sin inmutarse aunque me han visto. -¡Basta!, coged los libros, ponedlo encima de la mesa y abridlo por la página 158-. grito perdiendo los nervios. Los chicos me miran sin saber muy bien como reaccionar. -Disculpad, no olvidéis las autorizaciones para ir mañana al castillo Belvedere - aunque pueda parecer espeluznante, el castillo se encuentra en central park, en su punto más alto y es utilizado como sede del observatorio meteorologico -El que se olvide la autorización no podrá venir, así que mañana sin falta en el parque que hay justo aquí al lado, todos a las 6,30 de la mañana con la autorización en la mano. Por cierto la semana que viene tenemos examen así que ya podéis empezar a hacer los ejercicios de la página que os he mandado Una vez que terminan las clases, me toca tutoría. Sueño dedicar las horas a preparar clases o exámenes, porque es raro que algún padre pida cita ,pero hoy no es un buen dis. Mi mente vaga a lugares extraños. Necesito salir y pensar, respirar aire puro y aclarar las ideas. Voy directa al despacho del director a informar de un malestar para así tener una excusa y poder irme. Salgo fuera, el sol brilla a través de las nubes grisáceas amenazando con levantar la tarde. Camino hacia el supermercado en busca de huevos y pan de molde,el resto serán congelados que se hacen en un pis pas. Paseo entre las estanterías fijándome en todo lo que sucede, una mujer coge un tarro de tomate y parece leer algo en la parte posterior, un hombre lleva un carrito y un bebe sentado en él mientras gimotea, una chica que parece trabajar aquí está colocando unos bricks en orden. Lleno mi cesta y me dirijo a la caja para pagar y llegar a casa. Abro la puerta, llego hasta la cocina con las bolsas colgando de los brazos, las suelto con cuidado en la encimera, agacho la cabeza hasta que la noto, fría, tocando mi frente y suspiro -Es un buen momento para esto-, me digo mientras sostengo una copa en la que comienzo a verter un vino fresco que tenia reservado para algo, aunque no logro recordar para que pero ningún momento parece mejor que este. Cuatro copas más tarde, con un calor que recorre todo mi cuerpo y las mejillas coloradas me tumbo en el sofá criticando mi debilidad. - Solo era un borracho, mas guapo de lo normal pero un borracho a fin de cuentas, no debes darle más importancia Daphne-. Miro hacia el techo vislumbrando su azules ojos que ayer me parecieron macabros y que ahora con cuatro copas en el cuerpo o quizás cinco, parecen bonitos.

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