2 Sacha

2004 Words
Mamá está en la cocina haciendo pan de plátano con ayuda de Ares, bueno, la poca ayuda que le puede dar mi niño al hacer un postre. Cuando vengo mamá sólo se concentra en mí y en mi bienestar además de la salud que tengo al venir. Tengo un par de horas aquí y es mejor que nada. No sólo está Bastián aquí, también Axel y Elisa, sin mencionar a varios conocidos, menos Anaconda. Nicolás la mató hace unos meses. No me alegra pero tampoco me disgusta. Viuda está aquí porque para suerte de ella, Tiburón está del lado de Bastián. La tensión entre algunos miembros de la casa y yo no es buena en este momento, así que tomo mi distancia con esas personas. Mis pequeños están encantados de que yo esté aquí con ellos y eso es lo único que me importa. Mi teléfono suena y juro que si es trabajo se lo pasaré a Nicolás, pero no, es Nicolás quien me marca. Salgo al patio antes de contestar. —Hola bonita. —Hola Kay—me escucho como me siento. —¿Todo bien por allá? Niego como si me viera. —¿Sacha?—no evitó las múltiples lágrimas que resbalan por mis mejillas. —No... No lo creo, Kay. Por el otro lado de la línea intenta consolarme de cierta forma, me siento en un columpio que papá puso para mis hijos hace casi dos meses y en ese lugar suelto todo lo que me consume, lo suelto con Nicolás dándome palabras de aliento y diciendo lo mucho que me quiere, además de que mis hijos también lo hacen. No evitó sentirme una mierda con todo lo que sucede, siento que traicione a todo el mundo, a mis hijos, a mis padres, mis hermanos, a mi esposo... A todo el mundo. Y todo por mantenerlos a salvo. Todos mis lamentos le caen a Nicolás que se mantiene ahí para mí, para lo que yo necesito en estos momentos. Cuando terminó de hablar con Nicolás, me siento mejor en cierto modo, me levanto del columpio y voy con Rayo a un lugar alejado de la casa, me siento en la orilla del camino mientras pienso en lo que he hecho y lo tendré que hacer para sobrevivir en estos meses. Un mensaje se instala en mi teléfono, pero lo ignoro y me concentró en el silencio de la calle, en toda la paz que me brinda el lugar. Cuando me siento cansada de pasar la tarde sola, me voy a la casa, entró sin decir nada, es la hora de la comida y las risas que suenan en el comedor no son interrumpidas por mí o por el alma en pena que pasa para mi habitación, subo un escalón cuando un un punto blanco aparece en mi visión. Luego el sonido de mi teléfono me hace olvidarme de ese punto. Veo el mensaje y es de trabajo, lo abro para ver a las personas que nos delataron. Doy la orden de adiós cabeza y es suficiente para irme a dormir a mi cuarto. Abro la puerta... Cuando me siento en la cama... —¡Mamá!—el grito que sale de mi boca se debió escuchar a toda la redonda. Escucho pasos, de ahí la figura de mi madre aparece en la puerta se encamina a mí para tocar mi frente. —Por Dios, estás ardiendo—me levanta y ella misma me lleva a una tina. Le pone agua y después me desnuda para dejarme en la bañera, grito al sentir el agua mojar mi cuerpo. Mamá trata de calmarme pero mi temperatura y y el agua son mala combinación. Ella misma se encarga de echarme agua y de mojarme lo suficiente, cuando la fiebre se me baja me ayuda con ropa seca y me guía a la cama para acostarme en el suave colchón que compró hace unos días. —Mamá... —Shh... Tranquila—me acurruca en la cama y después pone una cobija sobre mi cuerpo—. Te traeré algo de sopa. Se va de la habitación, mientras me quedo sola, el teléfono vuelve a sonar. Contesto al ver el nombre de Nicolás. —¿Ya te sientes mejor?—sentimentalmente un poco. —Ya, gracias. —¿Estás bien?—quisiera que estuviera aquí. —No... Me duele la cabeza y tengo fiebre—digo calmada. —¿Quieres qué vaya?—trago despacio. Si le digo que sí... Te daría que decirle donde están mis familiares y si le digo que no... —Entiendo... Pero me preocupas. —Lo sé... Nicolás... Mañana me voy y podrás verme en la noche—escucho una leve sonrisa de su parte—. Un cuidado Feliz me haría bien en estos momentos. Rayo sube a la cama y eso quiere decir que mamá ya está subiendo las escaleras. —Vuelve y eso haremos—sonrío, a pesar de estar con él para que lo haga nada a nadie de los míos, me gusta que me cuide y que se preocupe por mí—. Me tendrás de chef personal. —No, mejor de compañero. —¿Amiñero? —Si. Cierro los ojos para imaginarlo aquí, junto a mí, a él y sus breves caricias en mi cabello para que me sienta mejor, para que me sienta segura entre sus brazos. Después de un breve momento escucho esa bella risa que me gusta escuchar de él, abro los ojos para ver a cierta persona recargada en la puerta con el plato de sopa humeante en la mano. —Oye... Mamá ya volvió... Gracias por las palabras. —Te amo, Sacha. —Te quiero, Kay—cuelgo antes de escuchar una respuesta de su parte. Entra en la habitación y deja el plato en la mesita de noche que tengo a mi lado. No dice nada, sólo se sienta a mi lado para que coma lo que me dio de comida. Me incorporó despacio para tomar el plato y empezar a comer de él, guarda silencio todo lo que duro comiendo, dejo el plato en su lugar cuando mi teléfono suena de nuevo, esto es legal así que no dudo en contestar. —¿Qué necesitas, Ana? —Las invitaciones para la subasta... ¿Ocupas que las mande esta semana o la que sigue? —La que sigue, y por favor que asistan los hermanos de Evans. No me animo a decir su nombre con él presente, y tampoco me atrevo a mirarlo y abrazarlo como lo hacía unos meses atrás. Eso cambio junto con todo lo que soy, y todo lo que un día fue. Levanto la vista un poco y luce mejor de lo que estaba hace unos meses, el cuerpo trabajado un poco más, los ojos grises reluciendo por debajo de esas pestañas negras como su cabello, tiene un ligero corte en su mejilla izquierda, es reciente porque de ser cicatriz no lo notaría. Cómo la puerta quedó abierta otra persona que no quiero ver entra, y este es el que se lleva todo, mi corazón late frenético al ver qué ambos están aquí en mi habitación, esperando algo que nunca les va a llegar. Una respuesta. O alguna explicación. Pero no es bueno que se las dé en este momento, niego antes de que hablé uno siquiera. Me levanto de la cama para encaminarme a la ventana, abajo se hace una celebración por simple alegría, aunque en este momento mi corazón lo menos que hace es latir de felicidad. —Lobo, ¿nos dejas unos minutos a solas?—no me doy la vuelta. Me quedo firme en mi lugar. —Sí... Sacha...—una lágrima silenciosa rueda por mi piel y no la detengo. Merece caer, merece perderse en lo largo de una vida olvidada, de un nombre inexistente, de una mujer que murió por amor hace seis meses. —Me tranquiliza ver qué estás bien. No digo nada, sólo... Asiento antes de escucharlo irse, no me volteo a ver a Bastián, me duele mucho el saber que esta puede ser nuestra última conversación y dependiendo del resultado es el camino que tomaremos para lo que seguirá de nuestra vida. —Hay cosas que no cambian—dice a mi espalda, no cerca, más bien a una distancia que considera prudente. —¿Cómo que?—temo esa respuesta como nunca antes lo hice. Guarda silencio por unos segundos que me sirven para saber que está pensando esa respuesta, algo tan sencillo que puede significar todo en un momento tan decisivo en la vida de las personas. Por ejemplo el decir adiós, traerá consecuencias que estoy dispuesta a aceptar, puedo tener una vida con Nicolás, puedo vivir con él a cambio de paz, que en cierto modo es lo que necesito para poder seguir. —El amarte tan inmensamente que duele el no estar contigo—me doy la vuelta para ver la sinceridad desbordar por su piel. Ante mí está el Bastián que me arranca el corazón con sólo mirarme, el amor que he atesorado en cada momento de mi vida, con quien pase los mejores años de mi vida, además de ser el amor que siempre quise, el esposo que siempre soñé y el padre amoroso que pedí para mis hijos. El Bastián Montecarlo del que me enamoré. —Bastián... —Te amo, Sacha—no dudo en caminar a él, pero al llegar niega y se aleja—, pero no puedo estar contigo por lo que hiciste. Empecé a salir con alguien más—mi corazón se rompe en mil pedazos cuando lo escucho decir esas palabras—, es probable que me case con ella en unos meses. No lloro, sólo asiento a lo que su boca dice, y es cuando tomo la decisión que tal vez rompa todo lo que he cosechado con Bastián, pero lo que yo hice fue por amor a él y ahora me sale con eso. —Bien—no me dice nada—. Despídete de los niños, que se van conmigo a Manhattan. —No tienes porqué llevártelos—se queja. —Soy su madre y mis hijos van a dónde voy yo—enferma o no sé lo que es mejor para ellos. —Sara... —Me llamo Sacha Ivanov, señor Montecarlo. Salgo de la habitación con mi celular en la mano, sí él da ese cambio y lo que sentía por mí se fue a la mierda entonces no sé que hago cuidando a mis hijos de Nicolás cuando sé que no los lastimará, bajo las escaleras con él detrás de mí diciendo que no debo llevármelos. Cuando me pongo en medio de la habitación de la sala, nos volvemos el centro de atención porque llevamos una discusión. —Sabes lo que ese hijo de perra les hará—gruño antes de darme la vuelta. —Si... Les hará lo que merecemos—su semblante cambia radicalmente—. Me voy a ir con mis hijos y con mi esposo—un ligero rastro de ira y dolor cruza sus ojos. —No te los llevas. —Impidelo—no me he estado entrenando para nada—. Que no puedes hacer nada, estás muerto ante la ley y yo viuda, nadie puede quitarme a mis hijos. Lo veo tragar saliva. Mi teléfono suena interrumpiendo la conversación, o el silencio que se generó entre nosotros. Contesto sin ver si quiera el nombre. —Los tenemos, di que quieres que hagamos con ellos. La sonrisa que brota en mis labios es genuina, hace mucho que no recibía una buena noticia. —Dile a León que le tengo el regalo que quería—la perra en negocios ilegales sonríe abiertamente—. Y de una vez avísale a Puma que quiero las ganancias al doble. —Sacha... —Has lo que te estoy diciendo—gruño—y desaste de Black, que sepa que nos pago con sangre. —Bien señora.
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