—¿Ahora comprendes que tarde o temprano ibas a aceptar? Se ríe poque perdí contra su inmensa paciencia. —¡Habla ya! —exijo, cabreada. —¿Por qué odias tanto a tu hermana? —Me contempla—. ¿Qué te ha hecho para que la odies tanto? —¿Por qué habría de decírtelo? —Porque ahora, aparte de ser tu “esclavo” —hace comillas con sus dedos—, soy tu prometido. El que diga de su propia boca que soy su prometida me hace sentir un sentimiento extraño, algo que creí haber olvidado. Agito la cabeza y hago a un lado esa estúpida idea de pensar en la posibilidad de un futuro como su esposa. Es absurdo. —No te lo diré. Estoy segura de que Miranda te habrá contado una historia distinta, ¿o me equivoco? —¿Acaso no me quieres decir por qué te avergüenza lo que hiciste? —¿Qué? —suelto, burlesca—. A ver,