1. Compromiso
El gran salón de la mansión Santorini resplandece bajo las lámparas de cristal, las risas y conversaciones se entremezclan en una sinfonía de lujo y celebración.
Entre los invitados, Camila Santorini, hija adoptiva de los Santorini, brilla como una joya recién pulida: su vestido rojo entallado resalta cada curva perfecta, sus movimientos son gráciles, su sonrisa cautiva. Los elogios llueven a su alrededor como pétalos en primavera.
—¡Camila está deslumbrante esta noche! —exclama una de las invitadas, con un brillo de envidia en los ojos.
—Es como si hubiera nacido para este momento —añade un hombre mayor, alzando su copa en dirección a la joven.
—Alejandro no podría elegir mejor… ¡Qué pareja tan perfecta hacen! —remata otra dama con entusiasmo.
Desde una esquina apartada, Valentina Santorini observa en silencio. Sostiene con fuerza el ruedo de su vestido, tan fuerte que sus dedos palidecen alrededor de la tela.
Cada risa y halago dedicados a Camila son como unas punzadas en su pecho, recordándole, una vez más, que ella no es la admirada ni la celebrada esta noche, sino apenas la sombra que habita en esta enorme mansión.
—Mírenla… siempre sonriendo, siempre tan encantadora… —murmura ella, con un dejo de amargura, sin apartar los ojos de Camila.
Nadie parece recordar que Camila no es la hija biológica de los Santorini. Fue acogida por la familia cuando tenía ocho años y se convirtió en poco tiempo en la joya que todos adoran, la hija que toda madre presume con orgullo en los eventos sociales y las reuniones escolares. En cambio, Valentina, la legítima, no es más que un fantasma en su propia casa, recibiendo migajas de amor de sus padres y de todo lo que le corresponde por derecho.
—¿No es esa la hija verdadera? —susurra un invitado, señalando con disimulo hacia Valentina.
—Sí, la pobre… —responde su acompañante con una mueca—. Tan diferente de Camila. Siempre con esos lentes y ese aire desgarbado. Una lástima que sea… tan gorda y fea. Con todo el dinero y poder que tiene su familia, sería una de las jóvenes más codiciadas de la jet set. Pero así… tan dejada, no hay un solo hombre que quiera casarse con ella.
Valentina baja la vista y siente cómo la vergüenza le sube a las mejillas de forma abrupta. Recuerda a su abuela, la única voz que alguna vez le aseguró que es hermosa tal como es.
“No necesitas adelgazar, mi niña. Eres perfecta a tu manera, no dejes que nadie te diga lo contrario. Lo que importa es el corazón, y eso es lo más valioso que tienes.” La voz dulce de su abuela resuena en su memoria como un mantra.
Pero desde que ella falleció, Valentina se siente más sola que nunca, como si el último refugio de cariño sincero desapareciera junto con ella.
De pronto, un repiqueteo de cubiertos contra una copa la saca de sus cavilaciones y llama la atención de todos. El murmullo del salón se apaga poco a poco, hasta que solo queda la voz firme de Victoria Castellanos de la Vega, quien se levanta de su asiento con una elegancia imperturbable y una sonrisa discreta.
—Queridos amigos, familiares, distinguidos invitados… —Su voz clara resuena en el salón—. Esta noche no solo celebramos la unión de dos familias poderosas, sino también el inicio de una nueva etapa para mi hijo, Alejandro.
Los aplausos estallan enseguida. Algunos comienzan a ovacionar incluso antes de que el anuncio se complete, seguros de lo que va a decir.
—¡Por fin lo hacen oficial! —murmura una señora con emoción.
—Ya era hora, todos sabemos que se trata de su compromiso con Camila —responde otra, con la mirada puesta en la muchacha que brilla al centro del salón.
Camila escucha los murmullos y su sonrisa se ensancha. Su postura orgullosa y segura de sí misma se vuelve aún más imponente. Su espalda se endereza ligeramente y su mirada se dirige hacia su hermana, dedicándole una sonrisa de triunfo.
Valentina traga saliva. Sabía a lo que venía cuando sus padres la obligaron a participar de esta fiesta. Adoran a Camila, la quieren como la futura esposa de Alejandro y quieren que ella vea su felicidad de cerca.
¿Acaso alguna vez piensan en ella y sus sentimientos?
Pero entonces la voz de Victoria corta el aire como un cuchillo:
—Quiero anunciar el compromiso de mi hijo Alejandro con… Valentina Santorini. La boda será dentro de un mes.
El salón queda en un silencio sepulcral. Nadie respira. Los aplausos se extinguen en un segundo, reemplazados por un murmullo desconcertado que crece como un incendio.
—¿Qué dice? —pregunta alguien en un susurro incrédulo.
—¿Valentina? ¿La hija biológica? ¡Eso es imposible! —replica otro.
—Creo que se equivoca de nombre, señora Victoria. ¡Todos aquí sabemos que la novia de su hijo es Camila!
Camila se queda inmóvil, los labios entreabiertos, los ojos se nublan con lágrimas. Su rostro pierde todo el color, mientras los elogios que la rodean minutos antes se transforman en miradas de lástima y desconcierto.
Valentina, por su parte, siente cómo el corazón le martilla el pecho. Sus manos tiemblan con violencia.
—N-no… señora Victoria, hay una equivocación —susurra Camila, incapaz de creer lo que escucha—. Alejandro y yo…
—No hay ninguna equivocación. La novia que eligí para mi hijo es Valentina —reafirma Victoria.
Alejandro se levanta bruscamente de su asiento, con el rostro desencajado y mirando a su madre como si no entendiera lo que pasa.
—¡Eso no es cierto! —grita, haciendo eco en el salón—. ¡Jamás me casaré con esa gorda torpe! ¡Mi esposa será Camila, y solo Camila!
Un murmullo escandalizado recorre la sala. Algunas damas se tapan la boca, otros hombres se inclinan hacia adelante para no perder detalle de la escena.
—¡Alejandro! —exclama Victoria, tratando de mantener la compostura, aunque la tensión se dibuja en su mandíbula.
—¡No insistas, madre! —la interrumpe él con rabia—. Nunca, ¿me oyes? ¡Nunca aceptaré esa unión!
Las lágrimas comienzan a deslizarse por el rostro de Camila.
—Señora… —dice entre sollozos mirando a Victoria—, yo… yo amo mucho a su hijo, siempre lo he amado. Estuve con él en las buenas y en las malas y esta no será la excepción, pero si esta es la decisión que tomó… lo respeto.
Sus palabras, temblorosas, son seguidas de un gesto dramático: suelta su copa al piso causando un gran estruendo y sale corriendo del salón, llorando a mares, dejando tras de sí un eco de cuchicheos y exclamaciones.
—¡Qué escena tan lamentable! —susurra alguien.
—Pobre Camila… —añade otra voz.
—Y esa Valentina… ¿cómo puede siquiera permitirlo? ¿Quitarle el novio a su hermana? Esto es imperdonable —concluye un tercero, con desprecio.
Valentina permanece inmóvil, trémula, atrapada bajo todas esas miradas que la juzgan, la ridiculizan, la aplastan como un peso insoportable.