—¡Camila! —El desgarrador grito de Alejandro pone los pelos de punta a todos los presentes.
El eco de su voz atraviesa el gran salón como un rayo. Los murmullos se apagan de golpe, las copas se detienen en el aire, y todas las miradas siguen la desesperada figura del joven que corre detrás de la muchacha de vestido rojo.
Valentina se queda clavada en el lugar, inmóvil. ¿Qué diablos acaba de pasar? se pregunta, totalmente desconcertada.
No logra entender por qué la madre de Alejandro anunció un compromiso que nunca existió, ni por qué de repente ella se ha convertido en el centro de la tormenta.
Pensaba que no podía sentirse más humillada, hasta que lo ve. Alejandro, corriendo detrás de Camila, suplicando por ella, pero no sin antes regalarle a Valentina una mirada de desprecio puro.
Esa mirada es suficiente para que su pecho arda y su garganta se cierre.
—Menos mal que fue tras ella… —comenta un hombre, con un dejo de alivio.
—El amor de Alejandro siempre fue para Camila, no para la gorda igualada esa —responde otro, con un tono burlón.
—Pobre Camila, qué desgracia tan grande la que le hacen pasar —añade una mujer, llevándose una mano al pecho, como si de verdad sufriera por la muchacha.
Los comentarios pesan en Valentina como un yunque. Cada palabra es un golpe invisible que la hunde un poco más. Siente cómo su estómago se contrae, cómo el calor en sus mejillas se mezcla con un frío en el pecho. Su corazón se resquebraja ante el espectáculo.
¿Por qué la señora Victoria hizo tal anuncio? No entiende nada. Pero lo que sí entiende con claridad es lo que vendrá después: todos la verán como la arpía, la roba novios, la mala de la película. Camila, en cambio, quedará como la víctima pura y perfecta.
Un impulso la arrastra a seguirlos. Debe aclarar las cosas, aunque cada paso sea un suplicio. Camina apresurada hacia la salida del salón, escuchando cómo detrás de ella se levantan nuevos murmullos:
—Qué falta de dignidad…
—Es una miserable, ruin, capaz de todo…
El aire afuera es más frío, pero no menos denso. Alejandro ha alcanzado a Camila y, jadeante, le suplica.
—¡Espera, por favor! —su voz se quiebra en un tono desesperado.
Camila, con los ojos nublados y el rostro humedecido por las lágrimas, niega con la cabeza una y otra vez.
—No, Alejandro… ahora tu prometida es Valentina. Yo… yo debo irme lejos.
—¡No! —él grita, con la voz rota—. ¡Jamás aceptaré eso! ¡Eres tú, Camila! ¡Siempre serás tú!
—Por favor… —Ella tiembla, su voz es apenas un susurro—. No me busques más.
Sus palabras lo destrozan. Alejandro se queda quieto, mirando cómo Camila se aleja entre sollozos. Sus pasos retumban como una condena, y él siente que lo pierde todo.
Enseguida, sus amigos lo rodean. Esteban Valderrama, Rodrigo Márquez y Martín Silva lo siguen con miradas serias, aunque sus labios se curvan en sonrisas burlonas al ver a Valentina acercarse.
Alejandro aprieta los puños, la voz le sale ronca, ahogada por la rabia:
—Voy a detener este circo… antes de perder para siempre al amor de mi vida.
Es entonces cuando Valentina, agotada, con las mejillas rojas por el esfuerzo de correr, lo alcanza. Se acerca temblando, con la esperanza de poder hablar, de explicarse, de decirle que ella no tiene nada que ver con ese anuncio.
—Alejandro… —dice con dificultad.
Él gira de golpe hacia ella. Su rostro está desencajado, sus ojos inyectados de furia.
—¡Mírate! —escupe con asco—. Pareces una cerda cansada. ¿De verdad crees que voy a aceptar casarme contigo? ¡Jamás! Voy a luchar hasta anular esta mierda de compromiso. No esperes que me una a una mujer vil como tú, con ese aspecto desvalido que siempre usas para manipular.
Las palabras lo atraviesan todo. Valentina siente como si la hubieran abofeteado frente al mundo. Apenas logra respirar.
—Yo no… yo no pedí esto, Alejandro. No es justo…
Pero no alcanza a terminar.
—¡Cállate! —gruñe Esteban, acercándose con un gesto de repulsión—. Eres una gorda nefasta. Tus planes patéticos no van a hacer que Alejandro caiga en tus redes.
Rodrigo Márquez interviene enseguida. Su tono es más cruel aún, con un brillo de diversión en los ojos:
—Él merece a una mujer como Camila. Tú no eres más que una envidiosa, celosa… una arpía cruel.
Sin pensarlo, toma su copa de champán y se la lanza encima. El líquido frío empapa el vestido de Valentina, chorreando hasta el suelo. Ella tiembla, mojada, con el maquillaje comenzando a c******e, sintiendo que el mundo entero se derrumba a su alrededor.
Valentina retrocede un paso, pero Martín Silva la intercepta. Con un movimiento rápido, le mete una zancadilla. Ella cae de bruces contra el suelo.
El golpe la sacude por completo, el dolor en sus rodillas la hace gemir.
—Tu lugar es en la inmundicia, cerda —escupe Martín, entre risas.
Ella intenta levantarse, con las manos temblorosas, pero un pie la golpea en el costado y la hace caer de nuevo. El dolor la atraviesa, punzante. Las carcajadas de los hombres resuenan a su alrededor.
Nadie se inmuta. Nadie la ayuda. Al contrario, los murmullos de los invitados que se han acercado solo aumentan la humillación.
—Mírala, qué patética…
—Ni siquiera da lástima.
—Vergüenza de familia…
Valentina aprieta los ojos, intentando contener las lágrimas. No quiere darles el gusto de verla derrumbarse, aunque por dentro se está rompiendo en mil pedazos.
Y lo peor, lo más cruel, es que Alejandro no hace nada. Está allí, parado, con el rostro rígido, observando. Su silencio es una daga más, quizás la más dolorosa de todas.
Entonces, una voz femenina rompe el ambiente como un trueno:
—¡Valentina!
El grito es tan fuerte que hace callar de inmediato a los presentes. Una figura avanza con decisión entre la multitud, apartando a quienes se interponen en su camino.
Valentina siente unas manos cálidas que la sostienen con firmeza y la ayudan a levantarse. Tiembla, apenas puede sostenerse en pie, pero esa presencia a su lado la envuelve en un extraño alivio.