La mujer que la sostiene se gira hacia todos, con los ojos encendidos de furia.
—¡Basta ya! —exclama con voz firme, vibrante—. ¿Qué clase de monstruos son ustedes? ¿Cómo se atreven a humillar así a una chica inocente?
Valentina murmura el nombre de su amiga con un hilo de voz:
—Sofía…
Sofía se apresura a su lado, la toma del brazo y la ayuda a levantarse con esfuerzo. Sus dedos aprietan con fuerza los de Valentina, dándole un apoyo que la mantiene en pie, aunque tambaleante.
Los hombres a su alrededor no pierden la oportunidad de burlarse. Uno se inclina hacia otro, señalándola:
—¡Necesita una grúa para levantar semejante fardo!
—Sí, casi deberíamos llamar a los bomberos —agrega otro, entre carcajadas.
Alejandro, a unos pasos, suelta una risa seca y burlona que corta como un cuchillo en el aire cargado de tensión. Sofía se gira hacia él, con la mirada fulminante:
—¡No puedes permitir que la traten así! —le grita.
Él se encoge de hombros, con la indiferencia grabada en el rostro:
—Ella no es nadie para mí —responde, frío como el acero—. Ahora tengo cosas más importantes que hacer.
Da media vuelta y se aleja, pisando fuerte, con los hombros rectos, decidido a enfrentarse a su madre Victoria. Cada paso resuena en el suelo, como un presagio de la tormenta que se avecina.
Valentina queda humillada, cubierta de manchas de champán, con el vestido arruinado, el cabello desordenado y las lágrimas apenas contenidas. Su corazón late con fuerza, cada golpe es un recordatorio de la humillación que ha sufrido.
Más tarde, la tensión alcanza su punto máximo cuando Alejandro irrumpe en el despacho de los Santorini donde su madre se encuentra charlando con la madre de Valentina. La puerta se cierra con un golpe seco detrás de él. Su rostro está rígido, los músculos de la mandíbula tensos por la rabia contenida.
—¡Madre! —exclama con voz cortante, cargada de ira.
Elena Rossi de Santorini se levanta y sale para dejarlos solos.
—Valentina no es mi prometida y jamás seré el esposo de una gorda asquerosa. Tienes que retractarte de ese anuncio ahora mismo.
Victoria lo observa con calma, sin un gesto de temor ni vacilación.
—Valentina merece respeto, Alejandro —dice con firmeza autoritaria, cada palabra es un golpe de realidad.
—¡Respeto! —Ríe él con sorna—. ¿Respetar a una gorda asquerosa como ella? ¡Jamás!
—Quieras o no —responde Victoria, su voz cortante y sin titubeos—. Te casarás con Valentina Santorini.
—¡Es absurdo! —gruñe Alejandro—. No me casaré con ella. Esto es ridículo.
Victoria inclina levemente la cabeza, con la mirada penetrante fija en él.
—¿Ah, sí? Si no te casas con Valentina, olvídate de la presidencia de La Vega Group. Le daré el puesto a tu primo Octavio Valverde Sotomayor.
El golpe es directo. La rabia y frustración hierven en Alejandro. Su primo siempre había deseado ese puesto, y ahora le sería entregado como un premio fácil. Se pregunta en cuantos meses su primo llevaría a la quiebra el legado familiar. Su abuelo y su padre, en sus tumbas, estarían muy decepcionados.
El dolor de la derrota se mezcla con el desprecio, y tras un instante de silencio tenso, finalmente acepta, con los dientes apretados y un suspiro de rabia:
—Está bien… aceptaré —dice con la voz cargada de amargura—. Pero esto no significa que jugaremos a la familia feliz.
Con pasos firmes y decididos, Alejandro sale de la habitación. Sus ojos buscan a Valentina, y la encuentra al borde de la terraza. Está sucia, despeinada, con el vestido hecho un desastre y las lágrimas aún brillando en sus mejillas.
Se detiene frente a ella, con los hombros tensos, la mandíbula rígida y la respiración corta por la rabia y el dolor.
—¿Ya estás contenta, Valentina? —pregunta, cortante—. ¿Es esto lo que querías lograr?
—No… —murmura ella, con la voz quebrada—. No planeé esto. Nos conocemos desde niños, yo…
—No te creo —interrumpe él, acercándose más, con la mirada fría y calculadora—. Seguramente era tu plan desde el principio, ¿no es así?
—¡No! —grita ella, desesperada, mientras las lágrimas caen—. Te juro que no quería…
Alejandro la toma de la barbilla con fuerza. El dolor la atraviesa como un rayo, haciéndola temblar. Sus rodillas flaquean, pero él mantiene su agarre, sin mostrar piedad.
—Dime… —susurra con voz helada—. ¿Qué le dijiste a mi madre para que aceptara casarme contigo?
—¡Nada! —solloza Valentina—. No le dije nada, te lo juro…
Él, molesto, la suelta abruptamente. Valentina casi cae, tambaleándose, pero él ni siquiera se inmuta. Sus ojos permanecen fríos, calculadores, llenos de desprecio.
—Nos casaremos —dice con voz firme, cada palabra es como un golpe—. Pero será un matrimonio de conveniencia, un parapeto. Escúchame bien: No te amo y jamás te amaré.
Valentina siente cómo su corazón se quiebra en mil pedazos. Cada palabra es una daga directa al alma, un recordatorio cruel de su derrota y humillación.
—Mi único y verdadero amor es Camila —continúa, con la voz cargada de dolor y rabia—. Buscaré la manera de divorciarme de ti, para estar con la mujer que realmente amo. Este teatro no te durará mucho.
El mundo de Valentina se desmorona. Su corazón late con dolor punzante, su respiración se entrecorta, y siente un vacío helado en el pecho. Todo el sufrimiento de la noche, los insultos, los golpes, la humillación, la soledad… todo converge en ese instante.
—No… —murmura apenas, con los labios temblorosos y los ojos nublados de lágrimas.
—Calla —le ordena Alejandro—. Esto es la realidad. Acepta tu lugar.
Da media vuelta, sus pasos resuenan en el suelo de la terraza, cada golpe firme como un martillo. Antes de desaparecer por el pasillo, lanza una última mirada de desprecio.
Para él, Valentina no es más que un estorbo, un castigo que debe soportar, una cadena de la que no puede escapar.
Valentina cae de rodillas, sintiendo que su mundo se rompe por completo. La noche la envuelve, y con ella la humillación, el dolor y la desesperanza. Su pecho late con fuerza, cada latido es un recordatorio del desgarro que siente, mientras observa la puerta por donde Alejandro desapareció.
Sofía se acerca, colocando una mano sobre su hombro:
—No mereces esto… —susurra con voz firme—. Nadie merece que lo traten así.
Valentina asiente débilmente, las lágrimas corriendo sin control por sus mejillas.
La humillación es profunda, pero en algún rincón de su corazón queda un hilo de resistencia. La chispa de dignidad, pequeña pero persistente, se niega a extinguirse.
—Lo… intentaré —susurra, más para sí misma que para Sofía.
La risa cruel de Alejandro y los demás invitados todavía resuena en su mente, pero Valentina sabe que tendrá que levantarse, reconstruirse y enfrentar todo lo que viene. Aunque la noche haya terminado en derrota, no será el fin de su historia.