Capítulo 4. La boda

1248 Words
Valentina está frente al espejo de su habitación. El vestido blanco se ajusta a su cuerpo de manera sobria, aunque en su mirada no hay alegría, sino una mezcla de resignación y tristeza. Se observa en silencio, como si buscara convencerse de que está tomando la decisión correcta. Sofía se acerca desde atrás y le acaricia el brazo con suavidad. —¿Por qué simplemente no te niegas, Vale? No tienes que hacer esto si no quieres. Ninguno de ellos merece tu sacrificio. —Su voz, cargada de frustración, rompe el silencio en la habitación. Valentina gira un poco el rostro para mirarla a través del espejo. La dulzura en sus ojos contrasta con la rigidez de su postura. —Sabes bien por qué lo hago, Sofi. Sofía niega con la cabeza, conteniendo el enojo. —Ese amor tuyo por Alejandro no tiene límites, pero no puedes darle toda tu dignidad. No lo merece. Valentina respira profundo. En su mente resuena la conversación que tuvo con la señora Victoria, la madre de Alejandro. Si ella se niega a este matrimonio, la mujer está dispuesta a quitarle a su hijo la presidencia de De La Vega Group. Y aunque Alejandro no la ame, aunque la odie, Valentina no soporta la idea de que lo destruyan por su culpa. Ese imperio lo es todo para él. —Será solo por un tiempo —susurra—. O al menos hasta que la señora Victoria vea con sus propios ojos que esto es una mala idea. Entonces podré divorciarme e irme lejos de aquí. Sofía se coloca frente a ella, la mira fijamente. —Dime la verdad, amiga. ¿Estás segura de que solo te casas por eso? ¿Es solo por la promesa… o porque todavía tienes la esperanza de que él te ame con la convivencia? —pregunta con dureza. El rostro de Valentina se tiñe de rojo. Baja la mirada y juguetea con el borde del velo. Sofía suspira pesadamente. —No sé si reírme de ti o compadecerte. Si Alejandro supiera todo el amor que le tienes, no le alcanzaría la vida para pagarte las humillaciones que te ha hecho pasar. La puerta se abre de golpe. Camila entra con un vestido perlado que resalta su figura esbelta. Su maquillaje es perfecto, su peinado elaborado. Lleva un collar de diamantes, regalo de Alejandro. Se acerca despacio, con una sonrisa torcida que destila veneno. —¿Qué quieres? —Sofía se adelanta para detenerla—. Valentina se está preparando. La boda es en unos minutos. Camila suelta una carcajada y la ignora. —¿Para qué? ¿Acaso va a cambiar el resultado? Le tomaría toda una vida verse diferente. Empuja a Sofía a un lado y empieza a rodear a su hermana como un depredador que olfatea a su presa. —¿No te cansas de ser la burla de la sociedad, hermanita? —dice con fingida dulzura mientras se lleva una mano a la boca para contener la risa—. Ya puedo imaginar los titulares en la prensa de mañana: “La hija obesa de la familia Santorini se casa con el heredero de De La Vega Group”. —¡Ya basta, Camila! —exclama Sofía, indignada. Los ojos de Valentina se llenan de lágrimas, pero guarda silencio. —Sabes bien que Alejandro solo me ama a mí. Aunque la señora Victoria lo obligue a casarse contigo, seguirá siendo mío. Se deshará de ti en cuanto tenga la oportunidad. Nunca conseguirás separarnos. —Camila se inclina hacia ella y susurra con crueldad. Antes de salir, la empuja con brusquedad. El cuerpo de Valentina se tambalea, pero Sofía la sostiene y la abraza con fuerza. —No dejes que te afecte —le dice con ternura—. Ya la conoces. Valentina asiente en silencio. Seca sus lágrimas y extiende la mano para tomar el ramo que Sofía le acerca. Inspira hondo para darse valor a sí misma. —Es hora de irnos. La ceremonia se celebra en el patio de la mansión Santorini. Todo está dispuesto con lujo: arreglos florales, luces colgantes, una alfombra de pétalos de rosas blancas que conduce hasta el altar. Cientos de invitados ocupan las filas de sillas, entre ellos empresarios, políticos y periodistas que no pierden ningún detalle. En el inicio de la pasarela la espera su padre, Arturo Santorini. Su mirada es dura, sin rastro de orgullo ni felicidad por la hija que se casa. Apenas le ofrece el brazo. —No me hagas pasar vergüenza —le ordena en voz baja. Valentina traga saliva y asiente. Camina junto a él con pasos lentos, mientras la música de piano de fondo envuelve el ambiente. Una lágrima resbala por su mejilla. En sus sueños de niña, siempre imaginó este día como el más feliz de su vida: Alejandro esperándola en el altar con una sonrisa, confesándole su amor frente a todos. Pero la realidad es otra. Alejandro no la ama. La desprecia. Él ama a su hermana y ella no es más que una pieza en un juego perverso que está obligada a jugar. En el altar, Alejandro De La Vega la espera enfundado en un impecable esmoquin n***o. Su postura es elegante, pero su mirada es fría, dura, cargada de resentimiento. No hay ternura en sus ojos cuando mira a Valentina, solo el deseo de hacerle pagar cada lágrima que, según él, Camila derramó por su culpa. Los murmullos de los invitados acompañan el lento caminar de Valentina. Reconoce algunas miradas de burla. Siente que cada paso pesa una tonelada. Sofía la observa desde un costado, apretando los labios para contener la impotencia. Finalmente llega al altar. Alejandro no la mira, le ofrece la mano con desgano. Valentina la acepta, aunque su corazón late con fuerza, dividido entre el amor que siente por él y el dolor de saberse indeseada. El sacerdote inicia la ceremonia, pero Valentina apenas escucha las palabras. Todo su mundo se reduce a la expresión helada de Alejandro. Piensa en la promesa hecha a la señora Victoria, en el sacrificio que está dispuesta a soportar con tal de que él conserve su lugar en De La Vega Group. Y, en lo más profundo de su ser, aún guarda la esperanza de que algún día él pueda mirarla con otros ojos. Camila, sentada entre los invitados, sonríe con malicia, segura de que la humillación de su hermana solo acaba de comenzar. Luego de una larga homilía, el sacerdote pregunta a cada uno su consentimiento matrimonial. —Valentina Santorini Rossi ¿acepta por esposo a Alejandro De La Vega para amarlo y respetarlo hasta que la muerte los separe? Valentina mira a Alejandro antes de responder. —Sí, acepto. —Alejandro De La Vega Castellanos ¿acepta por esposa a Valentina Santorini Rossi, para amarla y respetarla hasta que la muerte los separe? Alejandro tuerce los labios antes de responder. —Sí, acepto. Luego del intercambio de anillos, el sacerdote pronuncia las palabras finales. —Los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia. Alejandro apenas se acerca, mira los labios de Valentina y hace una mueca antes de dejar un beso en su mejilla. Un gesto seco, carente de emoción. Los aplausos llenan el aire, las cámaras destellan. —Jamás besaría en la boca a una mujer como tú —susurra en su oído antes de alejarse. Valentina cierra los ojos. Una parte de ella se quiebra para siempre en ese instante.
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