Valentina está de pie en medio de la enorme habitación. El vestido de novia aún la envuelve, aunque ya sin la gracia de unas horas antes. La mansión que la señora Victoria les regaló como casa parece demasiado grande, demasiado silenciosa. La ceremonia terminó hace apenas unas horas, pero la soledad la golpea con fuerza.
El chofer de Alejandro la trajo hasta aquí con la excusa de que él estaría ocupado con algunos negocios. Valentina no creyó esa mentira. Conoce muy bien a Alejandro.
El silencio es interrumpido por el timbre de su celular. Un mensaje entrante hace que su corazón dé un vuelco. Mira la pantalla y se queda inmóvil. Es de su hermana. Fotos y videos. Sus dedos tiemblan, indecisos entre abrir o no. En el fondo sabe que es una provocación, otra forma de lastimarla, de demostrarle quién manda.
Con lágrimas en los ojos, finalmente lo hace. Y ahí están: Camila y Alejandro. No ha pasado ni mediodía desde la boda y ya la está engañando.
En la primera foto aparecen radiantes, dentro de un jacuzzi enorme lleno de espuma. En la segunda, Camila sonríe mientras Alejandro la abraza por detrás.
En una de las imágenes se lee: “¿Ves, hermana? Eres tan repulsiva que tu esposo te abandona en la noche de bodas”.
Valentina siente cómo el aire se le escapa del pecho. Abre un video.
—La mejor noche con el amor de mi vida. —Se escucha la voz de Alejandro, clara, inconfundible.
Después vienen los besos, cada vez más intensos. Valentina no es capaz de seguir viendo. Tira el celular sobre la cama y se quita el velo con rabia. Las lágrimas corren por su rostro, pero mantiene el mentón erguido.
Debe acostumbrarse. Es evidente que ni Alejandro ni Camila tienen intención de guardar las apariencias.
Se sienta en la orilla de la cama y abraza su ramo de flores hasta que el cansancio la vence. No recuerda en qué momento se queda dormida.
(...)
A la mañana siguiente, Valentina baja al comedor de la mansión. No hay rastro de Alejandro. Ni un mensaje, ni una llamada.
Desayuna sola, en silencio. Después decide ir a la mansión Santorini. Su vida debe continuar, aunque no sepa cómo.
Al llegar, el ambiente es distinto al que imaginaba. Sus padres están sentados a la mesa, conversando animadamente, como si nada hubiera pasado el día anterior. Valentina se acerca con timidez.
—Buenos días —dice en voz baja.
Ninguno responde.
El corazón le pesa. Sube las escaleras dispuesta a ir a su habitación, cuando la voz de su padre retumba desde el comedor.
—Ya eres una mujer casada. Tienes casa propia. No deberías volver aquí.
Valentina se detiene en seco, con la mano aún en la baranda de la escalera.
—Deja las llaves cuando salgas. Mandaremos todas tus cosas esta misma tarde.
La piel se le enfría. Sus propios padres la están echando sin ninguna compasión.
—De acuerdo —responde con un hilo de voz.
Sube a su habitación y recoge algunas pertenencias: su computadora portátil, los libros y anotaciones, la foto de su abuela y unas cuantas cosas más que considera esenciales. El resto, lo dejará atrás. Al salir, deja las llaves tal como su padre le pidió. No se despide.
Camina hacia la salida principal, intentando no romperse. Sin embargo, unos murmullos provenientes del jardín lateral llaman su atención. Al principio piensa en ignorarlos, pero una risa que reconoce enseguida la obliga a detenerse. Es Camila.
Valentina camina con sigilo hasta el origen del sonido. Cuando finalmente ve la escena, su respiración se corta. Su hermana está con un hombre, en una situación demasiado comprometedora. Desde su posición no distingue con claridad quién es, y por un instante piensa que podría tratarse de Alejandro. El estómago se le revuelve y su rostro se torna rojo como un tomate maduro.
Está a punto de retirarse, cuando la voz descarada de Camila la congela.
—Ay, Rodrigo, no sabes la falta que me hacía sentir tu cuerpo con el mío.
La voz es clara, entre gemidos contenidos. Valentina abre los ojos sorprendida y, con cautela, vuelve a mirar. Lo reconoce. No es Alejandro. Es Rodrigo Salazar, el supuesto amigo gay de Camila, aquel que siempre posaba como su confidente desde la secundaria.
La escena la deja pálida. ¿Qué clase de amor tiene Camila por Alejandro? ¿Desde cuándo lo engaña con Rodrigo?
Retrocede un paso, pero pisa una rama seca que cruje bajo su pie. El sonido alerta a los dos.
—¿Quién anda ahí? —pregunta Camila, interrumpiendo sus jadeos. Rodrigo se levanta sobresaltado.
Ambos se apresuran a acomodarse la ropa.
Valentina se queda paralizada. No tiene forma de huir. Mira a sus lados y está atrapada entre los arbustos y la pared. Camila aparece de golpe y la ve. Sus ojos se abren, sorprendidos, aunque solo por un segundo. Luego intercambia una mirada rápida con Rodrigo. Ambos entienden lo mismo: Valentina ha descubierto lo que sucede entre ellos.
En ese momento, Alejandro entra al jardín, avanzando hacia ellos. Camila, rápida, se adelanta para cubrir la situación.
—¿Qué piensas hacer, hermana? —pregunta con tono lastimero, acercándose a Valentina—. ¿No fue suficiente con todo lo que hiciste ya?
La empuja con fuerza y varios de los libros que Valentina cargaba caen al suelo.
—¿Qué más quieres? —grita Camila, elevando la voz a propósito—. Ya te casaste con mi novio, me quitaste lo que más amaba. ¿Quieres humillarme más? ¿Viste las noticias? Todos hablan de lo que me hiciste. Eres una mujer sin corazón.
Camila empieza a llorar con un dramatismo calculado, refugiándose en los brazos de Rodrigo, que asiente como si todo lo que ella dijera fuera cierto.
Alejandro acelera el paso al ver la escena. Sus ojos se clavan en Valentina, llenos de rabia.
—Alejandro, yo… —empieza a decir ella, desesperada por explicar lo que había visto recién.
Pero no alcanza a terminar la frase. Una fuerte cachetada de Alejandro la hace tambalearse hacia atrás. El golpe resuena en el jardín y el silencio se vuelve insoportable.
El rostro de Valentina arde. Siente las lágrimas acumulándose en los ojos, pero no permite que caigan. Su respiración se entrecorta, y aunque quiere gritar la verdad, las palabras se quedan atrapadas en su garganta.
Alejandro no lo merece.
—¿No te cansas de hacer daño? —escupe con desprecio.
Camila finge un sollozo más fuerte y Rodrigo la aprieta contra su pecho, como si protegiera a una víctima.
Valentina lo entiende. No importa lo que diga. Nadie le creerá.
No responde. Por ahora, el silencio es su única defensa.