Alejandro le pide a Gabriel que cancele sus citas de la tarde. El asistente, siempre eficiente y atento, asiente con rapidez, dejando escapar un suspiro de alivio. No puede negar que la tensión en esa oficina se siente como una soga alrededor del cuello.
—Enseguida, señor —dice con alivio, y desaparece tras la puerta.
El ambiente queda en un silencio extraño hasta que Paola lo rompe con una carcajada ligera, que parece sacada de otro tiempo. La energía cambia en cuanto ella toma asiento al lado de Alejandro, como si estuvieran solos.
Siguen hablando de cualquier cosa, mientras Alejandro parece haber olvidado todas sus preocupaciones y las quejas de Camila minutos atrás. Esta, rígida en su lugar, no logra ocultar la molestia que se le dibuja en el rostro.
El almuerzo se convierte en un
