La tensión dentro del carro es evidente. El silencio pesa mientras Emilio conduce con la vista fija en la carretera. Sofía respira agitada, todavía con el corazón acelerado. Apenas arrancan, se atreve a mirar por la ventana y ve las siluetas de los hombres que la habían estado siguiendo. Se estremece. —Dios mío, qué susto… —murmura, ignorando por completo la pregunta que Emilio le había lanzado unos segundos antes. —Sofía… —No, Emilio —lo corta ella de inmediato, con un tono serio, casi frío—. Si estás preguntando por Valentina, por culpa de ese gusano infeliz de Alejandro y su zorra asquerosa, no voy a decir nada sobre ella. Emilio aprieta los labios. No quiere discutir, solo quiere entender, asegurarse. —Solo quiero saber que está bien. Ese día se veía… —¿Destrozada? ¿Traicionada?