Vania Isabel
La lluvia cae sobre mis hombros, mi rostro, mi cabello, y para aminorarla, me cubro la cabeza con la mochila.
—Estoy loca, estoy loca, estoy loca —me digo una y otra vez dejando que el ensordecedor ruido del viento sofoque las palabras.
Debería estar aterrada, corriendo sin parar hasta llegar a mi casa, pero en este momento, ni siquiera el atronador viento me lastima. Estoy loca, sí, definitivamente lo estoy.
Răzvan
Su nombre resuella en mi cabeza, haciendo un hueco en mi pecho y provocándome un hormigueo insistente en las puntas de mis dedos. He conocido finalmente a ese chico, lo he tocado. He comprobado que su existencia no es efímera, y muy por el contrario, es larga y no tengo idea de que tanto. ¿Un vampiro? No, un hijo de la noche. Así es como él se refiere a sí mismo. Cualquiera diría que las vidas pasadas son una mera invención ficticia para compensar a los corazones rotos, dándoles la justicia de que en algún momento tuvieron una vida mejor, o peor. Ahora sé que no es ninguna ficción. Tuve una vida junto a Răzvan. Pensar en su nombre me obnubila la razón. Estoy tan conmocionada, y tan impávida a la vez, que no sé qué haré ahora. Una parte de mí quiere dar la vuelta y volver al bosque para encontrarlo de nuevo. Otra, la más sensata, quiere llegar a casa para poner las ideas de mi panal mental en orden.
Cuando la casa empieza a ser visible, acelero mis pasos. Llegando en cuestión de segundos. Y me quedo frente a la puerta, indecisa. ¿Dónde está la llave? No puedo pensar, no puedo recordar, en mi cabeza solo está él. Me toco las bolsas de mis pantaloncillos, y al no encontrar nada, rebusco en mi mochila hasta dar con la pequeña llave plateada que até a un listón trenzado de color verde. Giro la llave y entro sin hacer mucho ruido.
—¿Hola? —llamo en voz alta—. ¿Hay alguien en casa? —no hay respuesta. Estoy sola. Avanzo hasta mi habitación, subiendo por las escaleras a toda prisa. Arrojo la mochila en mi cama y voy directo al baño.
Mis prendas están ligeramente mojadas, pero lo que dijo Răzvan es cierto. Debo darme un baño. Su olor está ahí. En cuanto me saco la blusa, un tenue destello de fragancia sale y llena el baño.
—¿En verdad dije que esto era olor a muerte? —ahora me parece que es una reverenda tontería. Sí hay trazas de madera, musgo, lluvia. Una sonrisa boba aparece en mi rostro—. Huele a bosque, justo a eso —y por debajo de aquello, había otro aroma, uno que persistía. Ese aroma no sería del todo agradable, al menos eso es lo que me pareció al principio. Como la tristeza, y el olor de lo que no está vivo. Ese aroma que emana de las rocas, de la madera descompuesta, de las hojas secas y de… Los cuerpos sin vida de cualquier ser.
Răzvan
Su nombre reverbera otra vez en mi cabeza. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cuánto tiempo hemos estado separados? Le tenía miedo a lo desconocido, algo normal para cualquiera. Y ahora, que ya sé quién es, y quién fue, estoy ansiosa por conocerle aún más, y sobre todo, porque mis recuerdos vuelvan. Deseo que vuelvan. Sería cruel que solo yo olvidara todo por lo que pasamos, quiero detalles, muchos más. ¿Avaricia? ¿Deseo? Da igual, no creo que eso sea malo en absoluto.
Abro la llave de la ducha y dejo que el agua caliente me golpee la espalda. Me limpio a conciencia para mitigar su olor. Mi familia exigiría respuestas si me descubren impregnada de aquel extraño efluvio. Cuando termino en la ducha, bajo a toda prisa y meto en la lavadora la ropa, le echo un montón de jabón y suavizante y enciendo la máquina. Es entonces cuando respiro aliviada.
—¿Qué haces? —me toma por sorpresa haciéndome saltar y golpear la espalda contra la lavadora que ya se pone en marcha.
La tía Bree está recostada en el sillón de la sala. Se talla los ojos y se pone en pie con un ligero movimiento de sus largas piernas.
—Tí-Tía —balbuceo —, ¿cuánto lleva aquí?
Pone cara de malas y se acerca para pellizcarme las mejillas.
—Esperaba un —y con voz aguda intenta imitar mi timbre—, ¡hola tía! ¿Cómo ha estado?
—Lo siento, tía. Es solo que me ha asustado —explico y ella se muerde el interior del carrillo.
—Bueno, eso sí. Llegué hace un rato, usé la llave de la maceta de las rosas y entré. Se supone que hoy Carter termina su guardia y tendrá cinco días de descanso.
—¡¿Se quedaran con nosotros!? —digo emocionada. Pues me encanta que ambos estén en casa.
—Solo un par de días.
Los tíos viven en un departamento en el centro del pueblo, aunque ambos están deseosos de mudarse y vivir de la misma manera que mi familia, rodeados de bosque espeso y grandes muestras de naturaleza viva. No hace mucho vivían con los hermanos de la tía Bree, pero ahora el tío Edgar estudia un doctorado en el extranjero y la tía Kelly se casó recientemente con un arquitecto, él es menor que ella, por algunos años, aunque no se nota, porque la tía Kelly cuida demasiado de su piel, se lo atribuyo a que es una excelente dermatóloga, y está tan conservada que se ve casi como Selene.
—¿Vamos adelantando la cena? —invito a la tía y por un segundo, la veo poner una mirada ligeramente severa, o quizá perspicaz—. ¿Tía?
Guarda silencio, y temo porque haya percibido trazas del peculiar aroma de mi ropa, la que justo he metido en la máquina para lavar.
—De acuerdo —me pasa una mano por los hombros, y la retira en cuanto siente lo húmedo que ha quedado por mi cabello. Olvidé secarlo por las prisas—. Pero mejor tú ve a cambiarte y yo empiezo. Cuando estés lista, bajas a ayudarme.
Le dedico una sonrisa amplia y subo a hacer lo que me ha dicho. Una vez en mi habitación respiro profundamente y me dejo caer sobre la cama. Eso ha estado cerca. Pienso en la intimidad de mi recamara. Me llevo una mano al pecho y lo presiono.
—Es real —murmuro—. Todo es real.
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El tío Carter llega junto a mamá. Papá aparece justo un par de minutos después. Y los gemelos se la pasan haciendo escándalo en cuanto ven al tío Carter, en especial mi hermano Carter, cuyo primer nombre es Emanuel.
—¿Cuántos centímetros más? —les dice a los gemelos, que en los meses que no han visto al tío han crecido más.
—¡Yo cuatro! —Alex pone una sonrisita de suficiencia y provoca a Car, que entre dientes masculla el número tres.
—Increíble —el tío se lleva una mano a la barbilla y mira ambos chicos, que ya son lo bastante altos como para mirarlo a los ojos sin problemas—. Dante, estos chicos pueden incluso ser más altos que tú.
—¡Ya quisieran par de mocosos! —se desata un caos. Papá le da unos zapes a los gemelos y empiezan a perseguirse por la sala. Yo lo he evitó yendo a la mesa, donde los platos ya han sido colocados por papá, y entonces miro a la cocina, no hay mucho más que hacer. Ya todo está listo para la cena. Así que me acerco a la ventana.
Las sombras cubren el bosque aledaño, parece una pintura expresionista, porque me hace sentir que en realidad, no estoy sentada en la sillita de madera, que no miro a través de una ventana, sino, que estoy allá, dentro del espeso bosque idílico, buscando entre esas sombras. ¿Qué busco? A Răzvan. Mis mejillas se cubren con un rubor ligero, y lo sé, por el calor que siento emanar de las mismas. Las cubro con mis manos y trato de controlarme, si alguien me ve así…No quiero tener que contestar preguntas innecesarias.
—¡A cenar! —llama mamá, pero los chicos siguen con su juego masculino, o más bien, infantil.
—¡Sí no se sientan ahora no van a comer nada! —la tía Bree es mucho más práctica, y al escuchar su amenaza, todos corren a la mesa.
Yo debo hacer lo mismo. Me pongo en pie, no sin antes ver una última vez por la ventana y sorprenderme cuando una figura se asoma y levanta su mano. ¡Es él! Todo ese tiempo ha estado afuera. Se me forma una sonrisa, y no se sentirme acechada como presa, o cuidada como un tesoro. Levanto mi mano en respuesta rápida, y a regañadientes, me siento en la mesa.
Por la noche apenas tengo ganas de dormir. La tía Bree se queda en mi habitación y tengo que obligarme a no salir fuera o mirar por la ventana. Es un poco difícil, ya que me siento como una niña pequeña a la que se le ha entregado un regalo precioso, tan precioso que no quiere pasar ni un minuto separado de él.
Contrólate. Me digo recostada en la cama. Mañana tal vez lo veas. Mañana harás todas las preguntas que tienes.
Porque tengo montones de ellas. Cientos. Y estoy desesperada por obtener mis respuestas. Y mientras las repaso, los ojos se me empiezan a cerrar, los siento como piedras, están robándome y llevando al profundo mundo del sueño, solo que esta noche, no sueño nada. Me quedo dormida tan pacíficamente como he deseado por años. No hay nada, salvo paz, silencio y un arrullo constante. El silbido de un riachuelo, o un viento fresco. O la respiración de alivio de mi propio cuerpo.
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—¡Vaya! —Leila hizo la misma expresión que yo. Esa mañana al despertar, mis ojeras casi desaparecen por completo. El horrible purpureo bajos mis ojos no estaba tan marcado, y solo con un poco de corrector de la tía Bree, se esfumaron como si fueran nada más que un rastro de polvo que sacudí con un pañuelo—. ¿Qué te hiciste, campanita? No se ven en absoluto —me levanta la barbilla con sus finos dedos y me hace girar en varias direcciones.
—Use un poco de corrector de mi tía.
—Exijo saber que corrector es, porque, chica, esto hizo una maravilla.
Sonrío con vergüenza, pero por dentro estoy muy feliz. No tener esas marcas bajo mis ojos me hace sentir mejor conmigo misma. Ya no me voy a sentir como una niña zombi, o una chica que parece estar constantemente enferma.
Más tarde, en biología, una clase que compartimos con Erik, él hace lo mismo que Leila.
—¿Isabel? —me llama y su expresión me hace carcajear—. ¿En verdad eres tú? ¿Qué te hiciste?
Erik parece no darse cuenta de que lo que falta en mi rostro, son las ojeras. Le ayudo señalando ambos ojos y el abre los labios como una gran “O”.
—Te ves mucho mejor.
—¿Antes me veía bien?
—Por supuesto —extiende los brazos y casi golpea al chico que estaba junto a nuestra mesa metálica. Leila se estira y mira a Erik con los ojos entrecerrados.
—Cuidado. Casi le sacas un ojo a Teo —y con la cabeza señala al chico que estaba enterrando su nariz en el libro mientras aguardaba, al igual que nosotros, a que apareciera quien sería nuestro profesor.
Erik encoje sus manos, Leila parece estar algo molesta. Lo que Erik no sabe, es que ella está enamorada en secreto del dulce Teo. “Es que es un chico tan aplicado y educado”. Era como Leila lo había descrito cuando me confeso que estaba enamorada de él.
—¡Buenos días! —una mujer de unos treinta años aparece con una sonrisa despampanante. ¡Sí! La reconozco de inmediato. Es la señora Kara. Una de las mejores profesoras de ciencias del instituto, quien se caracteriza por sus salidas a campo y visitas a laboratorios. Ella me impartirá química, pero ahora que está aquí también, me siento increíblemente agradecida—. Soy la profesora Kara Tanner. Y estaré con ustedes en el curso de biología uno. Ahora…Tomen sus mochilas y síganme. No me gusta comenzar mi primera clase encerrados en un salón. Vamos a conocer la flora y fauna que rodea el instituto mientras nos conocemos, pero eso sí, la persona que no participe en clase se va —dice con unos ojos serios—. ¿Está claro?
Todos asentimos, pero la excitación esta palpable en el ambiente.
—¡Este curso será mi favorito! —declara Erik, que toma su mochila roja y se la cuelga al hombro, mientras me ayuda a tomar mis libros y moverse para dejarnos pasar a mí y a Leila.
—Ya que estas de caballero, toma —Leila le entrega su libro—, lleva el mío también.
Erik se carcajea pero igual lo toma.
Salimos a la parte este del instituto, en donde hay un sendero pequeño que lleva a un área del bosque, el guardia ve a la profesora que va por delante con un sequito largo de adolescentes que caminan mientras charlan amenamente.
—Profesora, Kara. ¿Más víctimas? —le dice a modo de broma el guardia, que ya está quitando el candado a la reja que evita que chicos y chicas se escabullan por el bosque cuando no quieren asistir a clases.
—Ya lo parece —se ríe y nos llama en voz alta—. ¡Chico que se separe, chico que se pierde, y déjenme decirles, que el bosque no es un parque de juegos para niños. Y ustedes no son niño, ¿cierto?
—No… —se escucha un coro de voces.
Y sin más, nos adentramos para recorrer el sendero. Y solo entrar, la profesora Kara comienza a hacer preguntas sobre todo.
—¿Qué tipo de bioma es este? —le suelta a un chico que iba distraído mirando su teléfono.
—Ah…Es…—balbucea y un par de risitas resuellan—. ¿Bosque?
La profesora suspira y le hace decir su nombre en voz alta. Kevin Sanders, responde con miedo, y con un ágil movimiento, la profesora saca su bitácora y anota una marca mientras con los labios dice, uso del celular en clase, menos dos décimas. Eso fue suficiente para que Kevin, y otros más, guardaran sus teléfonos.
—Para empezar, si recuerdan que es un bioma. ¿Alguien puede decirme?
Leila no puede evitarlo, levanta una mano y responde.
—Un bioma es una agrupación de ecosistemas que reúnen características comunes —los chicos exclaman su asombro y la profesora la ataca con otra pregunta.
—¿Y cuál es el bioma que tenemos en Green Cold?
Mi amiga se muerde el labio.
—¿Bosque templado?
La profesora hace una mueca graciosa, y entonces una voz baja, dice.
—Caducifolio.
—Exacto.
Teo, con su rostro enjuto y la mirada clavada en el suelo parece no percatarse de la mirada risueña que Leila le está dedicando.
—¿Ves lo listo que es? —Leila me susurra y cierra los ojos mientras contiene un gritito emocionada.
Proseguimos con esa sesión de preguntas y respuestas. Hablamos de hongos y líquenes, de los organismos vivos que nos rodean, de sus formas de reproducción y los vamos desmenuzando hasta llegar a hablar de células. De la explicación del color verde intenso en los árboles, del porque su aroma se filtra por nuestras fosas nasales. Y en un abrir y cerrar de ojos, la clase concluye.
—Bien chicos, es hora de volver. No quiero que se pierdan su siguiente clase —la profesora nos cuenta a todos y nos hace avanzar mientras ella se queda atrás para cerciorarse que nadie se vaya a desviar del sendero. Leila aprovecha para pegársele y hacerle preguntas.
Junto a mí, Erik empieza a decir que desea que llegue la clase de deportes, piensa impresionar al entrenador de voleibol para que lo dejen entrar al equipo, según rumores, nuestra primer clase de verdad, no la de presentación, y la que será justo la que tomaremos ese día, se tratará nada más y nada menos que de un partido de voleibol.
Mientras caminos, logro escuchar un susurro familiar.
Aquí arriba.
Levanto la vista y entre las ramas de un gran álamo está Răzvan. Me sonríe y yo siento un vuelco en el corazón. Miro de reojo a Erik que sigue empeñado en explicar sus razones para ser parte del equipo varonil del instituto. Está tan distraído que no se da cuenta cuando regreso la mirada arriba para encontrarme con la expresión serena y amable de Răzvan.
—Te veré más tarde —susurra y me regala un asentimiento de cabeza al que yo respondo sin darme cuenta.
—¡Sí! —sobresalto a Erik, que me mira y luego en dirección a los árboles en los que está Răzvan. Siento pánico, pero en un breve instante, él ya no está. Así que lo que mi amigo ve, no es más que una rama que se mese con normalidad.
Sin duda, Răzvan tiene que decirme como hace eso. Desaparecer en milésimas de segundo.
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Erik acertó, los rumores eran ciertos y el torneo de voleibol que se juega como primera clase de deportes nos hace participar a todos. Yo no soy una amante de los deportes, pero se moverme. Así que son con todo el disimulo posible, ayudo a mi amigo a lucirse para que capte la atención del entrenador. Afortunadamente lo logra, y tras varios minutos de saltos, saques y remates, la clase termina, no sin antes ver como el señor Bertold llama a Erik para hacerle la tan anhelada petición.
—¡Por supuesto que sí, entrenador! —Erik está eufórico. Le hacen la oferta y él no duda ni por un segundo en aceptar.
Leila, a mi lado, se queja de lo fatigada que se siente tras su catastrófica humillación en el partido.
—Deberías de haber estado en mi equipo —dice con expresión sosa y voz seca—, así me hubieras ayudado, cubriendo mi posición al menos.
—Lo hubiera hecho con gusto —confieso—, pero el entrenador Bertold fue quien formo los grupos.
Le extiendo una mano para ayudarla a ponerse en pie. La toma y mira con desgano la puerta del vestidor de chicas.
—Tengo taller el día de hoy —me explica, y yo siento entonces que debo hacer algo si no quiero volver a casa acompañada con los gemelos los martes y jueves, cuando no tienen entrenamiento.
—Creo —comienzo a formular un plan. O más bien, a urdir una mentira—, que quizá tome algún taller.
Leila pone en blanco los ojos—¿Tú? ¿Un taller? Pensé que no te gustaban esas cosas, campanita.
Un paso mal en esta mentirita. Un paso peligroso con Leila, porque los gemelos, al parecer, ni siquiera tienen idea de que es lo que me gusta o lo que no me gusta. Como ellos dicen, soy una anciana en el cuerpo de una chica. Casi siempre estoy leyendo, estudiando, caminando en el bosque o soñando despierta con mi amigo imaginario, antes de saber que no era ni por asomo imaginario.
—Me estoy interesando por el taller de lectura.
—¿Del circulo de lectura? ¿En dónde leen una novela y se reúnen dos veces por semana a comentarla?
—¡Justamente ese!
En el vestidor las chicas están cotilleando, hablando de chicos y no nos pasa desapercibido que algunas están hablando de Erik. Leila me mira y se mete un dedo en la boca en gesto de asco.
—No tienen idea de cómo perderán el tiempo con él —Leila se inclina y tomándome de un brazo me susurra al oído—. Nunca les haría caso.
—¿Por qué?
—¿Juegas? —frunzo el ceño porque no entiendo a qué se refiere. Discretamente miro al grupito de chicas, son lindas, por lo que sigo sin entender porque no querría a alguna de ellas—. Ay, chica —Leila sacude la cabeza y avanza más aprisa—. En serio no tienes idea.
Más tarde, cuando los gemelos me buscan para volver a casa, les digo mi mentira.
—Tengo algo que hacer. Pienso ir a ver el club de lectura.
—¿Vas a volver sola? ¿Quieres que te esperemos? —pregunta Alex.
—¡No! —corrijo mi tono— No, descuiden. No sé cuánto tiempo me vaya a tomar.
—Ve con cuidado, Vani —Car me sonríe y ambos se echan a andar. Yo me doy la vuelta y entro de vuelta al instituto. Técnicamente no mentí, ya que luego de planteármelo, la idea de pertenecer a un club en donde se discutan libros, no me desagrada.
Camino por los pasillos hasta llegar al pequeño saloncito. Una chica me sonríe y luego de intercambiar algunas palabras sobre lo que se hace, los días de las reuniones, el tiempo que se emplea y el material literario que se propone y como se propone, me entrega un formulario que gustosamente me llevo en la mochila. Use un buen tiempo como para que los gemelos se alejaran bastante del instituto y del sendero que nos lleva a casa. Y sintiéndome como una especie de criminal me encamino al sendero, pasando por las abarrotadas calles de Green Cold. Mucha gente, mucho ruido. Y yo camino como si todas las miradas estuvieran sobre mí, seguramente fracasaría si en verdad fuera a cometer algún delito. Mi andar encorvado y mi mirada alerta me delatan como si llevara un gran letrero fosforescente en la espalda. “Voy a encontrarme con un chico vampiro”. Inmediatamente después de pensarlo, me reprendo. “Un hijo de la noche”.
Una vez en el sendero y con el corazón a punto de desbocarme, detengo mis pasos y miro a la copa de los árboles. Los vientos mesen las ramas y las hojas bailan siguiendo ese ritmo natural. Presto atención para intentar captar cualquier movimiento que no les pertenezca. Con mi oído agudo capto como el silencio se empieza a hacer presente de a poco. Primero los petirrojos dejan de cantar, los herrerillos y los trepadores azules alzan el vuelo, batiendo las alas con evidente miedo. Es seguro que intentan alejarse a toda prisa. Escucho a un ciervo galopar y a un par de zorros emitir sonidos de alerta. ¿Por qué todo se queda en un silencio atroz?
—¿Răzvan? —lo llamo. Y me es imposible no sentir un déjà vu. ¿Cuántas veces no lo llamaba en sueños? Y ahora, lo llamo en persona, sabiendo que de un momento a otro aparecerá frente a mí, no como una visión pero sí como un hombre real.
—Estoy aquí —su voz suave me llama desde el lado izquierdo del bosque. Aparto la mirada de las ramas de los robles y los álamos para buscarlo.
Camina entre la hierba, pasando por los arbustos. Lleva la misma chaqueta negra. Empiezo a creer que no tiene donde quedarse, y que quizá, vive en el bosque a la intemperie.
—Creí que aparecerías haya arriba —confieso—. ¿Cómo lo haces?
Se detiene antes de seguir avanzando a mí, por su expresión parece contrariado.
—¿Tan pronto con las preguntas? —levanta una ceja.
Asiento una sola vez, pero es solo porque me he quedado embelesada mirándole. Su rostro pálido me recuerda al alabastro. Y sus ojos negros y profundos se me figuran un ónice… Todo él me refleja una tranquilidad y paz terriblemente atractiva. Lucho por dejar de mirarle, así que repito mi pregunta.
—¿Cómo lo haces?
—¿Hacer qué? —en un momento ya está frente a mí. Aunque sigue guardando una distancia prudente.
—Ser tan rápido y silencioso.
Hace un ligero movimiento de cabeza. Parpadeo y entonces ya no está, solo pude sentir la brisa que me levantaba el cabello de la frente.
—No tienes porque asustarte —dice. Aunque no estoy asustada, en realidad, estoy asombrada con aquella velocidad—, solo es mi forma de moverme. Es antinatural lo sé, pero muy útil.
—¿Útil? ¿Cómo para escapar?
—O asechar chicas lindas.
Parpadeó muchas veces antes de captar lo que dijo, en cuanto lo hago, le clavo los ojos con indignación. Él se muerde la lengua y se encarama a la rama que parece no sentir su peso. Siento que por alguna razón, desea fundirse con la madera del roble y no mirarme a la cara. Entonces, me acerco al tronco y mirando hacia arriba le pregunto.
—¿Estás flirteando conmigo?
Mi pregunta lo sobresalta, porque se pega más al árbol. Su reacción me gusta, ya que aflora en mí un sentimiento extrañamente agradable, es como miel, dulce y pegajoso.
—Tal vez —pronuncia y salta para caer con un golpe sordo en las hojas detrás de mí.
Mis labios hormiguean, y me alarmo cuando la sensación es reconocible. Quiero besarlo.
—¿Puedes decirme como nacieron los hijos de la noche? —pido con fervor para ignorar esa sensación. Y sin mirar atrás, por miedo de que lo que me encuentre me haga sucumbir ante ese deseo espontaneo. Y por instinto comienzo a avanzar, adentrándome más en el bosque.
—Encontré un lugar —me hace detenerme con su voz—. Es… agradable, me parece que va a gustarte.
Una risa se me escapa.
—Yo conozco mejor este bosque que tú.
—¿De verdad?
—Claro. He vivido aquí toda mi vida —guardamos silencio. Yo me giro despacio y me topo con una expresión entre dudosa y divertida. Está pensando algo, lo sé… Y por extraño que parezca, yo también—. Sí es un lugar que ya conozco, no podrás negarte a responder cualquiera de mis preguntas.
Las comisuras de sus labios se curvan.
—No lo haré.
—Sí.
—No.
—¿Sí?
—Por supuesto que no.
Esto no parece funcionar. Suspiro y pienso en otra propuesta, pero me detiene escuchar aquel tono apacible en su voz.
—Sí es un lugar que ya conoces… —mira las copas de los árboles y sonríe ligeramente —No responderé —levanta un dedo largo y fino —a tus preguntas, pero lo hare solo si no me hace revelar información muy comprometedora.
—¿Muy comprometedora?
Asiente con la cabeza.
—¡Hecho!
—¿Segura? —levanta una ceja y yo muevo la cabeza. Estoy segura.
—¡Sí!
Entonces rompe en una carcajada estridente, ¿por qué se está riendo así?
—Vamos —me extiende una mano. Yo me lo quedo mirando, y por tonto que sea, me sonrojo. Răzvan lo nota y baja su mano con vergüenza—, es por aquí.
Y entonces lo sigo, caminando a su lado mientras siento que la palma de mi mano derecha repiquetea. Quería entregársela y caminar así con él, pero seguía siendo alguien nuevo en mi vida…Aún no es el tiempo para eso. ¿Cierto?