Vania Isabel —¿Y que desea saber hoy la dulce señorita? —me ayudo a entrar bajo el arce, en donde ya había colocado la manta que le di hace un par de días. —¿Dónde nos quedamos? —En el relato del jabalí loco que nos persiguió por más de dos kilómetros. —Justo donde empecé a sospechar de tus extrañas “habilidades” —Justo eso— dice y toma el zumo de manzana que le ofrezco, y antes de continuar con la cronología, aguarda para recibir un gran bolillo de mantequilla calientito—. Gracias —le da un mordisco y yo me lo quedo mirando. Las migas de pan caen como polvillo y la mantequilla le deja un brillo vaporoso en los labios—. Cuando me preguntaste porque era tan rápido como tú y yo te dije que solo igualaba tus pasos lentos, te enojaste mucho. Me llamaste engreído y me diste un buen sopapo