Esa noche Katlyn no pudo estar tranquila, en su cabeza la frase "soy ciego" la acechaba. Sam era un muchacho que la había cautivado tanto, que todos sus pensamiento eran solo buenos, así que no podía siquiera imaginar cómo alguien como él, tan compasivo antes sus ojos y tan amable, pudiera ser invidente. Le parecía una injusticia y su corazón se hacía pequeño de solo pensarlo. ―Si hay un Dios, ¿por qué a él?― Dijo mientras se llevaba las manos a la cara y rodaba en su cama, dejando que las lágrimas le recorrieran el rostro, una tras otra. A la mañana siguiente, Katlyn desayunó con su padre, preparó unos ricos omelettes con un vaso de jugo de naranja. Pero la mirada tan triste que llevaba en el rostro la delató ante su padre. ―Almendrita, tú siempre estás contenta. ¿Qué pasa? ― Katlyn o