Corazón perdido Parte Final

1077 Words
Los nervios eran malos consejeros, Beatriz tenía mucha convicción, pero nunca antes bailó y sus pies, sin proponérselo, adoptaban la postura defensiva de la esgrima, no la postura inicial de baile. Cuando la pieza terminó, las aprendices invitaron a bailar a los hombres en el público, y todas encontraron pareja, Beatriz se sintió un poco perdida, se acercó al público y un hombre caminó hacia ella para invitarla, era un hombre mayor, aunque, no importaba, ese tipo de ensayos no requerían contacto físico, los hombres solo estaban ahí para ocupar el espacio y darles una idea de lo que sería un baile real. De pronto, una espada fue desenvainada, Vladimir miró al hombre que se acercó a Beatriz y le dijo – largo. Muchos lo miraron con desconfianza por llevar una espada, pero a él no le importó y tomó la mano de Beatriz. – Contigo no. – Se te acaba el tiempo, ya todos tienen pareja. Beatriz se mordió el labio, Vladimir tenía razón, sí no tomaba su lugar pronto, sería dejada atrás, lo sabía, y por eso, aceptó bailar con él – no necesitas tocarme. – Sí no lo hago, ¿cómo se supone que bailaremos? – No es ese tipo de ensayo – presumió Beatriz y abrazó el aire – quédate ahí y sigue los pasos. – Yo puedo seguirlos, tú no – dijo Vladimir y la abrazó. La música inició, era tarde para arrepentirse, Beatriz tomó la mano de Vladimir y bailó con él, al comienzo, fue difícil, pero conforme seguían la música, se fue acostumbrando, ya no estaba nerviosa, además, su espíritu competitivo era muy fuerte y no quería perder ante un idiota como el príncipe Vladimir De Lacorde. Ambos bailaron correctamente siguiendo el ritmo del resto del grupo. Vladimir notó la mirada decidida que Beatriz le dedicó y la sujetó de la cintura para seguir bailando – eres muy buena, no me explico por qué hace un momento lo hacías tan mal, quizá, necesitabas de un compañero experto, como yo. Beatriz lo pisó. – Hiciste eso a propósito. – Por supuesto que lo hice. – Es un delito capital herir a un príncipe. – Córtame la cabeza. Vladimir miró el cuello de Beatriz, y pensó que sería un desperdicio – ¿por qué renunciaste?, sí fue por la mujer misteriosa, papá canceló la búsqueda, ya no quiere que la nombre y va a volver a repetir el baile, será un baile cada mes, se convertirá en una nueva tradición hasta que yo encuentre una esposa. – Y por qué no elige a alguien, puede hacerlo aquí, todo lo que se necesita es verla por tres horas, o bailar con ella. – De verdad estás molesta. Beatriz lo soltó y con los ojos humedecidos, se alejó de la pista de baile, en su camino, chocó con otras parejas, Vladimir tuvo que seguirla para no perderla. En las calles aledañas a la plaza estaba el mercado, docenas de puestos con vendedores que gritaban sus productos, infantes corriendo entre las personas y parejas disfrutando de la tarde. Vladimir siguió a Beatriz – no entiendo por qué te disgusta. – No tiene que entenderlo, ya no trabajo en el palacio. – Quiero que regreses – soltó Vladimir. Beatriz se detuvo – ¿por qué? – Tu reemplazo es un idiota, es tan lento que me da dolor de cabeza. Beatriz sonrió – no lo haré. – Es porque mi propuesta no fue buena, ¿cierto?, bien, lo haré mejor, te nombraré caballero. – Las mujeres no pueden serlo, yo soy aprendiz por mi padre, ¿lo olvidó? Lo hizo – te convertiré en institutriz. – ¿Por qué quería algo así? Vladimir pensó en darle a Beatriz lo que ella más deseaba y al pensar en ello, se hizo una pregunta, ¿qué era?, la conocía desde hace más de diez años y no tenía idea de sus deseos, emociones o intereses, era un poco lamentable sí lo pensaba – tu príncipe te ordena, que le digas qué es lo que más deseas en esta vida, sí respondes honestamente, será tuyo. Beatriz, que caminaba muy despacio, quiso jugarle una broma – lo quiero a usted, alteza, ¡dígame!, ¡podrá cumplir mi deseo! – se burló de su petición y siguió su camino. Al alejarse, con la larga peluca que la hacía ver más femenina y el vestido de falda amarilla, Vladimir se quedó sin palabras, atrás, un cerdo escapó de su corral, corrió por la plaza y derribó a Vladimir, empujándolo contra una carreta llena de frutas. – Maldito, cerdo, oye, ¡tú vas a pagar por esto! – gritó un vendedor. – Allá va, detengan al cerdo – pidió otro. De vuelta en el palacio, Casandra esperaba el momento justo en que Vladimir entrará por la puerta, salvo, que nunca imaginó que él llegaría oliendo a cerdo – alteza, le tengo buenas noticias, la encontré. – ¿Qué encontraste? – preguntó sin prestar atención. – A la mujer misteriosa. Vladimir dio la vuelta, junto a Casandra estaba una joven con una máscara dorada en las manos, su cabello enredado era similar al de la mujer con la que bailó, lo sabía, porque hubo un momento en que la liga de su peinado se rompió y ese mismo tono de castaño cayó sobre sus hombros, luego miró la máscara. Coincidía. Sin embargo, aquello que sintió esa noche al verla con el vestido color esmeralda, no estaba – Casandra, muchas gracias por encontrarla. – Fue un placer, alteza, le hice algunas preguntas y estoy totalmente segura, su nombre es Matilda, cometió un pequeño delito al presentarse sin invitación, pero sí… – Gracias – dijo Vladimir, colocando la máscara en las manos de Matilda – fue una noche que jamás olvidaré, lamentablemente, mi padre canceló la búsqueda, Casandra, recompénsala y no permitas que alguien la acuse por asistir al baile, diles a todos que lo hizo con mi permiso – dio la vuelta – tengo que irme. Matilda tuvo la sensación de que todo había terminado muy pronto. En el campo de entrenamiento, sir César limpiaba las instalaciones para cuando el príncipe volviera, los escudos y las espadas de entrenamiento requerían cuidados especiales que a veces, los empleados de servicio no podían darle. Vladimir llegó al campo y bajó la cabeza – sir César, acabo de prometerle matrimonio a su hija, por favor, deme su mano. El escudo que sir César estaba limpiando, cayó al suelo.
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