La fiesta siguió y Vladimir no se apartó de la joven con la máscara, las parejas alrededor se alejaban para cederles el paso y conforme Matilda adquiría experiencia, fue acelerando el ritmo, la banda, consciente del cambio de compás, también aceleró.
El rey llamó a su consejero – averigua quién es esa mujer.
El reloj avanzó, dio las primeras tres campanadas y Matilda subió la vista, eran las doce – tengo que irme.
Vladimir se sorprendió – aún…
– Tengo que irme – dijo Matilda y corrió, sus guantes desaparecieron, también la liga que sujetaba su cabello y este cayó sobre sus hombros.
Las personas se apartaron cuando ella corrió de prisa, detrás suyo, Vladimir corrió.
Lo siguiente que desapareció, fueron las zapatillas, se convirtieron en botas y gracias a ellas, Matilda corrió más rápido, Vladimir no pudo alcanzarla, todas las luces estaban concentradas en el salón, los pasillos estaban a oscuras y al perderla un momento, no pudo seguirle el paso.
El vestido fue lo último, en la habitación sobre el granero, Libélula desapareció y junto con ella, toda su magia. Matilda estaba vestida con andrajos, en el jardín del palacio, sosteniendo una máscara.
– Maldita sea – exclamó Vladimir, corría tan rápido como podía, se detuvo para recuperar el aliento y miró a Matilda – ¿viste a una mujer salir corriendo?, llevaba un vestido color esmeralda, tuviste que verla, sé que iba detrás de ella.
Matilda sintió un poco de miedo por revelar que había asistido al baile siendo una plebeya, pero pensó que él lo entendería, porque había sido muy amable con ella esa noche – yo…
– Alteza.
– Alteza, espere.
– Alteza, no se vaya.
Tres personas corrieron hacia ese punto en el jardín, sir César, Frederick y Beatriz, vestida con el uniforme de un aprendiz de caballero.
Matilda escuchó muy claramente, miró a Vladimir y supo que se trataba del príncipe, al instante, se ocultó entre los arbustos y se alejó corriendo.
– Alteza, no puede dejar el salón.
Vladimir maldijo entre dientes – tenía que alcanzarla, maldita sea, averigüen su nombre y tráiganla mañana.
– Sí, alteza.
Beatriz dio la vuelta y sin querer, pisó una maceta con una planta que estaba sobre el suelo.
A Matilda le tomó dos horas llegar a su casa, bostezó, subió al granero para ver la habitación de Libélula y abrazó la almohada – me divertí mucho, gracias y lo siento – aunque el pequeño espíritu se sintió salvado, Matilda sintió que no había hecho mucho por ella.
A la mañana siguiente, Vladimir tenía el ceño fruncido – dicen, que no saben quién es ella.
Los organizadores bajaron la mirada, todos ellos conocían a las invitadas, a todas ellas, menos a la más importante.
– Son unos incompetentes – los regaló Vladimir.
– Alteza – dijo Casandra – yo pienso que los empleados del castillo son muy eficientes, aquí tiene un listado de las mujeres que asistieron al baile, de todas ellas tenemos confirmación visual y atuendo, por ende, sabemos que ninguna de ellas es la mujer que busca, lo que tenemos que hacer es muy obvio.
– Ve al punto, no soy mi hermana – dijo Vladimir y de pronto, se sintió extraño por haber mencionado a la hermana que nació muerta y a quien jamás conoció.
Casandra se aclaró la garganta – debemos buscar a las mujeres que no confirmaron su asistencia, una de ellas, tiene que ser la mujer misteriosa.
Era un punto acertado.
– Y, ¿cómo sabremos cuál es la correcta? – preguntó Beatriz – cualquiera puede decir que es ella – se encogió de hombros.
– La máscara – dijo Vladimir – ella tiene la máscara, puede presentarla como evidencia.
La búsqueda continúo, diariamente el príncipe Vladimir visitaba las casas de las mujeres que no asistieron al banquete, sin embargo, muchas de ellas tenían fuertes razones para no asistir.
– Mi hija se casará en un mes, alteza, esto es una clara ofensa, insinúa que mi hija, comprometida, escapó de casa, usó una máscara y bailó con el príncipe. No aceptaré esta falta contra su honor.
– Mi hija se encuentra enferma, nadie puede pasar a verla hasta que sea seguro, el doctor la puso en cuarentena.
– Mi hija fue a visitar a su madre al norte, volverá en dos meses.
– Mi hija…
Las pocas que no pudieron asistir por razones banales, como una imperfección en el rostro o una herida súbita, miraron de frente al príncipe esperando ser las indicadas, algunas de ellas tenían el cabello teñido recientemente, otras, tenían máscaras muy parecidas a la que llevaba la mujer misteriosa, pero ninguna era la correcta.
Pasadas las dos semanas, Vladimir se dejó caer sobre las gradas.
– El rey piensa que la mujer misteriosa fue contratada por ti y que la estás usando para no casarte – le dijo Beatriz, con los brazos cruzados.
– Sí así fuera no estaría tan frustrado, mi padre es un idiota.
Beatriz rodó los ojos, solo el príncipe Vladimir podía decir esas palabras en voz alta y no ser decapitado – lo importante es que ya no tolerará esta búsqueda.
– ¿Qué quieres decir?
– Dio la orden de ponerle fin, sí la mujer misteriosa no aparece, la fiesta se repetirá y elegirás a otra.
Vladimir no pudo creerlo – primero quiere que me case, elijo a alguien y él la rechaza, ¿qué hará después?, sí la siguiente que elija, también desaparece.
Beatriz parpadeó – de verdad, ¡planeabas casarte con ella!
– No lo sé – respondió Vladimir y cubrió su rostro con las manos – estoy cansado.
– Estuviste con ella por tres horas, no sabes su nombre, no la conoces más allá de esa noche, ni ella te conoce a ti, no sabe que eres un bastardo egoísta e idiota que solo piensa en sí mismo el noventa por ciento del tiempo y el otro diez por ciento, está ocupado durmiendo.
Vladimir se levantó – ¿quieres pelear conmigo?
– No, alteza – escupió las palabras.
– ¿Cuál es tu maldito problema?
– Te diré, mi problema, es que nadie se enamora a primera vista, lo que tú sientes es un gusto, un capricho, el amor verdadero nace de la convivencia, de conocer a la otra persona y aceptar sus virtudes y sus defectos, es cuando sabes que el hombre al que amas es un auténtico imbécil y, aun así, sigues amándolo.
Vladimir resopló – ¡eso piensas del amor!, con razón no tienes pareja – lo dijo y tarde, se dio cuenta de que había cometido un error – Bety…
– Alteza – dijo ella y retrocedió – espero que encuentre a su mujer misteriosa – dio la vuelta y se alejó.
– Aguarda, Beatriz, vuelve aquí, ¡es una orden! – clamó, pero ella no escuchó.
Al día siguiente, Vladimir miró el campo y notó una importante ausencia – ¿dónde está Beatriz?
– Ella renunció, alteza – respondió sir César, padre de Beatriz.
– Dile que no puede hacer eso, sí renuncia al palacio perderá su puesto como aprendiz, será igual a tirar los últimos diez años de su vida a la basura.
– Se lo dije, alteza y ella insistió, dijo que nada en toda su vida valió tanto la pena, como dejar el palacio.
– ¡Se volvió loca! – reclamó Vladimir.
Su reemplazo era un caballero aburrido, no tenía la agilidad de Beatriz, tampoco su habilidad, era un tonto caballero obeso y odiaba verlo en el lugar que debía ocupar Beatriz – esto no está funcionando – reclamó Vladimir y lanzó su espada al suelo.
El bosque volvió a la normalidad, después de que su cebo se fuera, el espíritu corrupto que llenó los árboles de telarañas, se fue y no volvió a ser visto.
Gracias a eso Matilda volvió a la cacería.
Todas las mañanas se levantaba temprano, tomaba su abrigo, su arco y salía a cazar, se sentía emocionada, también, gracias a que el bosque había vuelto a la normalidad, la competencia de caza se reanudó y Matilda dejó su hogar para viajar al condado vecino y participar en el torneo.
Fue ahí donde estuvo durante la gran búsqueda de la mujer misteriosa.
– Tercer lugar, mi hermana es la mejor – dijo su hermano, alzando la voz.
Matilda no quería presumir, un tercer lugar significaba que había dos personas mejores que ella, y solo en ese condado, el mundo era inmenso – sí, soy la mejor – pero, no por saberlo iba a romperle el corazón a su hermano – adelantarte, pasaré un momento al bosque.
Antes de volver a casa, Matilda visitó el lugar donde encontró a Libélula y rezó por ella, a causa de su retraso, ya era de noche cuando volvió a la aldea, y en su camino, dos hombres conversaban.
– Así es, el rey canceló la búsqueda.
– Es una pena, pero dicen que la mujer misteriosa estaba comprometida y usó la máscara para que su futuro esposo no la descubriera.
– Sí era tan deshonesta, que bueno que el príncipe no la aceptó.
Matilda se detuvo y giró sobre sus talones – disculpen, ¿de qué hablan?, ¡qué búsqueda!
Tras escuchar la historia, Matilda fue a su cuarto, sacó la máscara de debajo de la cama, la guardó en una bolsa de tela y corrió al castillo. En la entrada, nadie la dejó pasar.
No importaba que dijera que era la mujer misteriosa, o que tuviera una máscara dorada para probarlo, la búsqueda fue cancelada días atrás y nadie quería saber de esa mujer.
Casandra volvía de la habitación de la reina y vio al grupo de guardias en la entrada – ¿qué está sucediendo?
– Una mujer que dice ser, “la misteriosa”, y tiene una máscara para probarlo – se burló – como si fuera la primera.
Casandra era muy curiosa, volvió a su torre para dejar sus ingredientes y después, caminó hacia la entrada para ver a la joven que juraba ser la mujer misteriosa que bailó con el príncipe durante la noche del baile.
Los guardias la reconocieron y la dejaron pasar.
Casandra tenía una gran sonrisa en el rostro – hola pequeña, ¿cuál es tu nombre?
– Matilda.
Vladimir pateó una piedra, traía ropa de civil, un sombrero ridículo, una capa desteñida y botas usadas que apestaban, nada de eso era de su gusto.
Más adelante un grupo de actores musicales tocaban varios instrumentos y divertían al público, Vladimir cruzó los brazos y miró la escena, ¿por qué estaba ahí?, fue porque Beatriz, su compañera de entrenamiento de toda la vida, lo había dejado para tomar clases de baile en la plaza del mercado.
No había forma de sentirse más humillado.
¿Quién en su sano juicio preferiría aprender a bailar, en lugar de atenderlo a él?
Los actores hicieron una pausa, fue el turno de las aprendices, las jóvenes que estudiaban para aprender la danza tomaron sus lugares y alzaron los brazos.
Vladimir no pudo creer lo que veían sus ojos, Beatriz tenía puesta una peluca, su cabello que siempre fue corto para no interferir con su línea de visión, esa tarde era largo y oscuro, su cuello, que solía estar protegido por una armadura, estaba expuesto y adornado con un collar, y lo más extraño, traía un vestido.
La agilidad de Beatriz era innata, lo sabía por sus muchos entrenamientos, no había un contrincante con mejor agilidad que ella, por eso, al momento de dar inicio, Vladimir sonrió, anticipando que ella sería la mejor.
Cinco segundos después, tuvo que taparse la boca para no reírse demasiado fuerte, Beatriz, que siempre era ágil, estaba más rígida que un árbol.