Corazón perdido Parte2

2004 Words
Matilda salió de casa desde temprano, con un arco en las manos y varias flechas en la espalda, ajustó su puntería, se colocó una capucha y sin que su familia la viera, se internó en el bosque. Dos meses atrás, algo cambió, el bosque se volvió oscuro, las bestias huían, la comida se pudría y el clima era frío, las personas en la aldea decían que era el bosque Sombrío, aquel gobernado por un rey demonio y una bruja plateada y que, por eso, el bosque había adquirido esa forma. Pero Matilda no pensaba igual, porque el bosque Sombrío, según las historias, no se presentaba físicamente, llegabas a él, sí tenías un fuerte deseo, por eso, Matilda pensaba que había algo más, algo oscuro y silencioso, moviéndose dentro de ese bosque. A medida que continúo avanzando, el clima se volvió muy frío, se cubrió con su abrigo, sopló sobre sus dedos para mantenerlos calientes y siguió avanzando, abajo, pisó una rama seca y se asustó del ruido, pensó que las aves la escucharían y volarían lejos, pero al mirar hacia arriba, descubrió que no había ni una sola ave, en su lugar, toda la parte alta del bosque estaba cubierta de telarañas. Matilda se cubrió la boca, no lo imaginó, jamás pensó que habría algo así en el bosque y estaba asustada, no quería que el espíritu que hizo eso la escuchará, arrepentida por haber entrado al bosque, dio la vuelta e intentó correr, pero se había metido demasiado profundo, sus pies se enredaron en las telarañas y cayó al suelo. – ¡Ah! – se quejó y cubrió su boca para no emitir otro sonido, después se levantó muy despacio. Las telarañas eran gruesas, tanto como la tela y no era fácil quitárselas, Matilda buscó en su bolso una navaja, solo así pudo liberar sus tobillos. – ¡Quién! – dijo una voz muy suave. Matilda subió la mirada, justo sobre su cabeza, envuelta en un c*****o, había una niña, tan joven y tan pequeña, que Matilda sintió lástima y sus ojos lagrimaron – no hagas ruido, te sacaré de ahí. El espíritu libélula entendió que su poder era muy bajo y que pronto moriría, solo así se explicaba que una humana pudiera verla. Matilda, ignorando la verdadera identidad del pequeño espíritu, cortó todas las telarañas que la atrapaban, se lastimó las manos al hacerlo, pero siguió, continúo y mientras cortaba la tela, encontró una pequeña ausencia, el espíritu libélula tenía una sola pierna. Más decidida, Matilda cortó las telarañas, cargó al espíritu y la sostuvo entre sus brazos, impresionada por lo poco que pesaba – te llevaré a la aldea, te ayudarán – se acomodó para ponerla sobre su espalda. El pequeño espíritu cerró los ojos y dijo un leve – lo siento – porque sabía que el espíritu corrupto despertaría pronto y mataría a esa humana que se atrevió a quitarle su cebo, el pequeño espíritu realmente lo lamentaba. Sin embargo, los espíritus trueno no era de fácil digestión y el espíritu corrupto que habitaba el bosque necesitó largos días y noches para absorber toda la energía que había ganado, gracias a eso, a la mañana siguiente, el espíritu libélula abrió los ojos y descubrió que estaba en una cama, con mucha luz entrando por la ventana, pequeñas plantas y al fondo, una mujer. Entrando en negación, ella dijo – ¿estoy soñando? Matilda alzó la mirada – despertaste, no, no estás soñando – le puso un paño con agua fría sobre la frente – te traje comida, ahora que estás despierta, hay que alimentarte – le acercó el plato – en el pueblo vecino hay un hombre que trabaja piezas de madera, podremos conseguirte una nueva pierna – se mordió el labio – quizá tomará un poco de tiempo, esas piezas son caras, pero sí pongo mucho empeño y logro cazar algo, ah – se golpeó el rostro – me llamo Matilda, ¿cuál es tu nombre? – Libélula. – Es un nombre muy peculiar, tus padres tienen sentido del humor, aquí, come bien. Libélula probó la comida por primera vez, tenía un sabor dulce, como el néctar que tomaba de las flores, también escuchó el canto de las aves y nuevamente, pensó que todo era un sueño y que al abrir los ojos estaría de regreso en ese c*****o, en lo profundo del bosque. Pero no lo fue. Con el pasar de los días, Libélula entendió que todo era real. Su salvadora era Matilda, una joven de dieciséis años, muy enérgica, valiente y amigable, que se llevaba bien con su familia, cuidaba de sus hermanos y secretamente, miraba en dirección al castillo y suspiraba. – ¿Por qué miras hacia ese lugar? – preguntó Libélula. Matilda se sintió apenada – es el castillo, esta noche es el cumpleaños del príncipe Vladimir y habrá una fiesta, dicen que es el hombre más apuesto del reino, y el más fuerte, una de las vecinas conoce a un caballero que trabaja en el palacio y dice que el príncipe Vladimir pasa su tiempo estudiando y entrenando, y que es el más fuerte entre todos. Libélula giró la cabeza, no estaba familiarizada con el sentimiento, pero sabía, que Matilda era su salvadora y por eso, se lo debía – ¿te gustaría ir al baile? – Mucho, pero es imposible, necesitas un vestido, adornos y zapatos – levantó los pies para mostrar sus botas – nunca irías con estas bellezas. Libélula sonrió – yo puedo hacerlo posible – dijo y sostuvo el rostro de Matilda entre sus manos. Al levantarse, Matilda vio sus manos ser cubiertas por guantes, su ropa se transformó en un hermoso vestido y sus botas de trabajo se convirtieron en hermosas zapatillas. Desesperada, caminó hacia el espejo y no se reconoció, su cabello estaba recogido en un peinado alto, su rostro maquillado y sobre sus oídos colgaban hermosos aretes – ¡cómo!, ¡cómo es posible – giró la mirada hacia Libélula y vio su cuerpo casi transparente. – Moriré a la media noche y mi magia se irá conmigo – dijo Libélula – espero que tengas una hermosa noche. – ¿Morirás?, ¿por esto?, ¡no! – chilló Matilda – no tienes que hacerlo. – Sí tengo, iba a morir de todas formas, pero gracias a ti podré hacerlo en un lugar hermoso, con la vista del sol, las montañas y el canto de las aves, es más de lo que puedo pedir, por favor, ten una hermosa noche – sopló y las hojas de la planta junto a la ventana treparon hacia afuera, bajaron a la tierra y se transformaron en una carroza. Matilda enjugó sus lágrimas, le dio un beso en la mano a Libélula y bajó por las enredaderas para llegar a su carroza, tuvo miedo de ver a su familia, porque no entenderían el cambio, solo se fue. Sobre la cama, Libélula sonrió. La fiesta dio comienzo, los invitados estaban presentes y todos se preguntaban a quién elegiría el príncipe Vladimir para su primer baile. Él bostezó, a su lado Frederick estaba más interesado – alteza, a su derecha, hay una joven muy hermosa con un vestido amarillo, ah, no, la de la izquierda, la que tiene el vestido de color lila, alteza, ¡no puede irse!, no las ha visto. Vladimir resopló – no me alejo de ellas, me alejo de ti. El rey llamó a sus guardias para que bloquearan el paso de su hijo para que no pudiera dejar el salón y de lejos, Casandra lo encontró muy divertido, conocía al príncipe Vladimir desde muy pequeño y le alegraba saber que no había cambiado ni un poco. Entre sus recuerdos, apareció una jovencita de cabello castaño y ondulado a quien Casandra no recordaba, pero pensar en ella, hacía que su pecho doliera. Vladimir fue bloqueado por sus guardias, dio la vuelta y regresó al salón – ¿dónde está Beatriz?, sí yo tengo que soportar esto, ella también debería hacerlo. – ¡Ah!, dijo que llegaría tarde. Beatriz, hija del caballero César y compañera de entrenamiento del príncipe Vladimir desde muy joven, se miró en el espejo, llevaba un largo vestido amarillo, igual que muchas, era el color de la temporada, pero, se sentía extraño en su cuerpo, las cicatrices no la hacían lucir femenina, casi no tenía cintura, y sus brazos eran demasiado musculosos, no encajaba en ese vestido – me veo horrible, no voy a salir así – dio la vuelta, se sentó sobre la cama con las piernas recogidas y miró por la ventana. Esa noche, no quería ser un espadachín, quería ser una mujer. Vladimir volvió a bostezar, dio la vuelta para buscar una salida secreta y sir César le bloqueó el paso. – Alteza, ¿se dirige a algún lado? – No. – ¿Quién es ella? – preguntó uno de los invitados muy cerca de Vladimir. Él giró la mirada hacia la mujer que atrajo la atención de todos, Matilda, con un largo cabello castaño y un vestido verde esmeralda, llevaba una máscara dorada sobre la parte superior de su rostro, por ser la única persona que eligió ese atuendo, llamó la atención inmediatamente. – Tío – dijo Vladimir, refiriéndose a sir César – tengo que bailar con alguien esta noche, ¿cierto?, o mi padre no dejará que la fiesta termine. – Es correcto, alteza, podríamos estar aquí mañana al mediodía, sí usted no elige una pareja. – Eso pensé – dijo Vladimir y sin dudarlo, se dirigió a la mujer a quien todos miraban. Matilda llegó cinco minutos antes, tomó la máscara de la decoración porque no quería ser descubierta como una plebeya y se pasó sin saber a dónde ir o qué hacer. – Señorita, ¡me permite esta pieza! Matilda agrandó los ojos, no podía creer que alguien de verdad la invitará, giró de prisa y vio a un hombre con un atuendo muy elegante, las joyas excesivas en la ropa le hicieron entender que era un hombre muy poderoso y ella, con una sonrisa, extendió su mano. Vladimir la sujetó y la llevó a la pista. Estando ahí, Matilda entendió que se había dejado llevar por el momento – disculpe, señor noble. Vladimir entró en shock – ¡cómo me llamaste! Matilda no sabía sí ese hombre era un conde, un barón, un comerciante, un caballero o tal vez, un marqués, ya que no podía saberlo con solo mirarlo, pensó que, “señor noble”, sería atinado – disculpe, no se bailar. Creo que debería elegir a otra persona. Con lo difícil que fue conseguir una pareja, Vladimir no tenía planeado dejar la pista – yo te guiaré – dame tu mano, coloca tu pie junto al mío, ahora, endereza la espalda, es, un poco – colocó su mano sobre la espalda de Matilda y ella dio un paso hacia él, acercándose más de lo que la cortesía dictaba. Matilda se enderezó, recordando la postura para lanzar una flecha y se paró frente a Vladimir, la distancia entre sus rostros era un tanto escandalosa. Vladimir se aclaró la garganta – perfecto, sigue mirándome. Los invitados observaron a la pareja, eran una combinación que llamaba la atención, el príncipe que nunca se acercaba a una mujer, y una invitada con una máscara a la que nadie reconoció. En el segundo piso Beatriz, que por fin se había atrevido a entrar al salón, vio a Vladimir junto a una joven con el cabello largo, diferente del peinado masculino que ella usaba, con la cintura delgada, sin cicatrices, ni los brazos musculosos, entendió que había perdido el tiempo y regresó a la torre para quitarse el vestido. La pieza terminó. – Es increíble – dijo Matilda – amo esto, ¿podemos repetirlo? Generalmente era el hombre quien hacía esa oferta, pero a Vladimir no le importó, había algo en esa joven, quizá era su cabello, o el color de su vestido, le hacía recordar algo valioso y lo hacía sentir feliz
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