El héroe y la profetiza Parte 2

2046 Words
Anankeia vio su falda cubriendo su cabeza y sintió el aire frío corriendo por sus piernas y su pecho, sumado a eso, escuchó la fuerte risa de Jonás y apretó la tela hecha de hilo de telaraña para mirarlo - ¿de qué te ríes? - Lo siento, esperaba a una criatura más…, inteligente – dijo Jonás - ¿de verdad eres el espíritu de los secretos olvidados?, quizá, eres su sirviente. El rostro de Anankeia se había puesto tan rojo como un tomate – deja de mirar. Jonás sacó la flecha del árbol de la vida y usó la punta para cortar los hilos que ataban el pie de Anankeia, cada hebra de ese hilo fue tomado de los grandes capullos que estaban escondidos dentro de las cuevas, Jonás los tocó y la piel del espíritu guardián resonó, por eso sabía que eran un material muy útil, lo bastante como para tenderle una trampa al espíritu errante. Lo que Jonás no esperaba era tenerla en esa posición. - No me has respondido, ¿de verdad eres el espíritu de los secretos olvidados? Anankeia levantó su falda para intentar cubrirse, pero como sus manos solo llegaban al frente, su trasero estaba al descubierto y por lo delgado de los hilos, estaba girando – sí lo soy, ahora suéltame. Jonás la miró dar vueltas – si de verdad lo eres, debes entregarme el medallón. Anankeia negó con la cabeza – nunca, no puedes – intentó desmaterializarse y Jonás le sujetó el pie, la piel del lobo hizo que fuera imposible para Anankeia, huir. - El espíritu rey del cielo debió visitarte y decirte que yo vendría. Anankeia lo pensó por un largo tiempo y entonces exclamó – oh, lo recuerdo, él vino a ver a mi maestra, los dos hablaron y él se fue. - Y te dijo que me dieras el medallón. - No lo hizo, no habló conmigo, nadie me habló de ti, ¡estás mintiendo! Jonás apretó los dientes y golpeó el trasero de Anankeia – deja de mentir, necesito el medallón – bajó de un salto y buscó entre el vestido para tomarlo, pero aparte de los hilos de telaraña, no había más posesiones - ¡Ah! – reclamó Jonás – eres el único espíritu que me falta, el lobo de la montaña me dio su piel y el del bosque me dio la flecha, pero, si no tengo el medallón, nada importará – dijo mirando hacia atrás – no puedes romper los hilos por tu cuenta, si no te libero, quedarás atrapada para siempre. Anankeia lo miró con los ojos humedecidos – no por siempre, mi maestra me buscará. - ¿Cuándo?, eres el espíritu errante de los secretos olvidados, ¿cada cuánto se te necesita? Jonás fue por su canasta, montó una pequeña fogata y se preparó para cocinar el pescado. Durante los siguientes días, Jonás se ocupó de sus necesidades, comía, dormía, practicaba su tiro con arco y en ocasiones, tocaba la flauta, siendo el hijo ilegítimo de un rey, desde pequeño su educación estuvo enfocada en las artes, no en la guerra, fue él quien decidió aprender a manejar el arco y estudiar los libros de estrategias, pero, de vez en cuando, disfrutaba de las artes. En ese tiempo, Anankeia permaneció colgada, generalmente tenía las manos estiradas para mantener su vestido extendido o sujetaba la tela entre sus piernas, otras veces, perdía la fuerza y simplemente permanecía colgada. Las sombras bajo sus ojos se hundían más con cada día que pasaba y sus manos temblaban al sostener su vestido. Pasaron tres semanas. - Te daré el medallón – dijo Anankeia – suéltame. Jonás sonrió – debiste decirlo hace mucho, pudiste ahorrarnos a ambos mucho tiempo – cortó los hilos restantes y Anankeia cayó al suelo. Las marcas en sus piernas delataban el tiempo que estuvo atrapada. Su piel, pálida, casi sin energía – tu arrogancia – murmuró Anankeia mirando a Jonás – la pagarás con sangre – trazó un círculo con la uña sobre la palma de su mano izquierda y arrancó el pedazo de piel. Jonás lo tomó y sopesó en sus manos el trozo de piel, después miró a Anankeia, tan cansada y abatida por todo lo que había pasado – gracias, gran espíritu. Los tres objetos estaban listos, la piel del lobo como armadura, la flecha del árbol de la vida como arma y el medallón, su amuleto de invisibilidad. Con ayuda del mapa, Jonás llegó a los pantanos, sobre su pecho colgaba el medallón que el espíritu del abismo le dio, sabía que era invisible y mientras se mantuviera sigiloso, su misión sería completada. La misión para la que se había preparado. Con esa flecha, su destino quedaría marcado y también el del espíritu maligno que rondaba los pantanos. Se escuchó un sonido de siseo. Jonás giró la mirada y vio algo extraño arrastrándose entre los pantanos, al principio pensó que era una inmensa serpiente, pero al observarla mejor, notó que era una mujer cuyo cabello, tan largo, parecía reptar como una serpiente. Ella, estaba embarazada, débil y herida, su apariencia inspiraba compasión, como ver a un cachorro a punto de morir. Por un breve momento, Jonás sintió lástima, pero fue un sentimiento breve, tensó su arco y apuntó. - ¿Quién fue? – preguntó ella. Jonás no se esperaba esa pregunta. - De todos los espíritus de este podrido mundo, ¿quién te envió? Jonás miró hacia abajo, al medallón - ¡puedes verme! - Puedo verte – gritó el espíritu maligno y las líneas negras surcaron su rostro – escucharte, olerte, sentirte. Puedo ver lo que los espíritus quieren hacer conmigo y NO ES JUSTO – gritó. Jonás no perdió tiempo, sin importar que ya no tuviera la protección del medallón, disparó la flecha del árbol de la vida y en el trayecto, el espíritu maligno se hundió en el pantano y desapareció. Jonás maldijo los cielos, a su familia, a la misión y especialmente, al espíritu de los secretos olvidados. Tres minutos después intentó calmarse – puedo hacerlo, recuperaré la flecha, eso es lo primero – miró hacia abajo. Mientras sus emociones explotaban, las sanguijuelas del pantano se abrieron paso y treparon por sus piernas, Jonás intentó quitárselas y con cada una de ellas, se arrancaba una capa de piel. Nunca antes, Jonás vio sanguijuelas tan mordaces, entre más las retiraba de su cuerpo, más aparecían. Sus dientes se apretaron, la única parte de su cuerpo que las sanguijuelas no podían tocar, era la que estaba cubierta por la piel del lobo. Con los dientes apretados, Jonás caminó por el pantano, recogió la flecha del árbol de la vida y apuntó. El espíritu maligno apareció en el aire y esquivó la flecha. Por un breve momento, el pantano reflejó el rostro de Jonás y su expresión congelada por la sorpresa, justo antes de ser devorado y hundido en la oscuridad. Pensó que le dolería, tomar la vida de otra criatura y destruirla entre sus manos, tragarla completa y regurgitar la esfera de vida para dársela al ser que crecía en su vientre. Pensó que sería difícil, pero fue sorpresivamente fácil. - Eso fue impresionante – dijo una voz suave. El espíritu maligno alzó la mirada, reptando hacia abajo, un espíritu camaleón se presentó. - Te vi antes, puedes hacer cosas que el resto de nosotros no puede, ¡cómo lo haces!, ¿puedes enseñarme?, yo soy capaz de imitar la apariencia de otros, pero no me dejan conservarlas, si me ayudas, te daré una apariencia diferente y nadie, jamás, te encontrará. El espíritu maligno aceptó el ofrecimiento y le entregó al espíritu varias hebras de su cabello, estas, subieron por las manos del espíritu, llegó a su rostro y se regó como las raíces de un árbol. - Gracias. ***** El espíritu rey del cielo llegó al abismo, era su última parada, ya había pasado a la montaña para informarle al espíritu guardián del hombre que iría más tarde a buscarlo, también fue al oasis dónde vivía el joven espíritu rey del bosque y como tercera parada, debía encontrar al espíritu errante de los secretos olvidados e informarle de su tarea. A su llegada, nadie lo recibió – espíritu maestro del abismo – llamó – hago una solicitud – insistió y nada cambió - ¿quién? – se sintió molesto, caminó entre las grandes rocas, miró las nubes oscuras en el cielo, saltó entre los capullos y finalmente, se encontró con el espíritu maestro del abismo, la reina de las arañas. Al instante, el espíritu rey del cielo retrocedió, rara vez bajaba de su palacio y no conocía a los espíritus maestros, como pasaba con la mujer sentada sobre un trono y vestida con hilos de telaraña, tan delgados, que estaba prácticamente desnuda. Ella sonrió – un visitante y es alguien importante, dime, cariño, ¿qué puedo hacer por ti? El espíritu rey del cielo desvió la mirada – necesito a uno de tus espíritus errantes, el espíritu de los secretos escondidos, le dará la protección que necesita el héroe que enviaremos…, a matar… - sus palabras se convirtieron en balbuceos. Araña pasó los dedos por la tela blanca que cubría el cuerpo del rey espíritu del cielo, saboreando los hilos y texturas, sus manos iban más allá, no todos los días un espíritu rey bajaba a sus dominios y quería disfrutarlo. El espíritu rey, le sujetó las manos – ten algo de respeto. - No lo tengo – sonrió Araña y abrazó al espíritu rey del cielo – la lujuria es mi bocadillo favorito y es especialmente dulce en aquellos que jamás la han sentido. El espíritu rey la empujó, detestó la palabra desde el fondo de su ser y abandonó el abismo mientras escuchaba las risas de la araña. No se reunió con el espíritu de los secretos olvidados, no le informó del plan y meses más tarde, la travesía tuvo los peores resultados. Jonás estaba muerto, el héroe cuya aventura estaba destinada a escribirse en los libros de historia falló en su misión, no había rastros del espíritu maligno, ni siquiera los mapas espirituales eran capaces de percibirlo y por lo que sabían, la corrupción de su ser se había regado. Ya no había un espíritu maligno, sino la conciencia de espíritus corruptos. En el centro del recinto Anankeia esperaba su juicio con las manos atadas. - Has cambiado la historia que debía cumplirse – dijo Voltaris, el espíritu rey del trueno – has roto el equilibrio, ¿quién eres para creer que puedes jugar con el destino? Anankeia subió la mirada – no le hablé al destino, jamás me he reunido con él ni me interesa hacerlo, yo vi a un ser arrogante, me encadenó y me quitó mi libertad por semanas. Yo le di lo que quiso, pero se lo di a mi modo, la fuerza de un medallón viene del poder del espíritu, después de tres semanas sin la luz del sol ni la fuerza del abismo, ningún medallón que viniera de mi cuerpo podría protegerlo. Pudo ser diferente, si me hubiera tratado con respeto. - Se te dio un aviso – dijo el rey espíritu del trueno. - ¡Qué aviso!, yo no lo recibí. - Es suficiente – intervino el rey espíritu del cielo – tu castigo será vivir encerrada entre las cuevas del abismo, todo el mundo espiritual estará informado, aquél que intente rescatarte, compartirá tu destino. Anankeia sintió que su corazón se hundía – no es justo, no recibí el mensaje, protegía mi existencia, él me lastimó – dijo en voz alta y al levantarse para mostrarle a todos las marcas en sus tobillos, su boca fue cubierta. El rey espíritu del cielo no permitió que dijera una palabra más y la envió al abismo. A esa formación de riscos altos junto al mar donde los seres humanos no se acercaban por temor a la muerte. Ahí se estableció la prisión de Anankeia. - ¿Por qué? – susurró al estar en silencio. Si la convirtieron en parte de una leyenda, ¿por qué nadie se lo dijo?, solo dejaron que un hombre arrogante entrará a su hogar, la colgará de los tobillos y la castigaron por defenderse. - ¿Por qué?
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