Serena no podía contener la sonrisa; las mejillas le dolían de tanto sonreír, pero, aunque lo quisiera, la sonrisa no desaparecía. – Lo conoceré, mamá, finalmente lo conoceré – anunció mientras giraba por la cubierta. La emperatriz suspiró – cariño, ten más cuidado – tomó su mano para evitar que ella se balanceara – un barco es peligroso, hay tormentas y el clima suele ser engañoso. Serena asintió, sabía que viajar en barco tenía sus defectos, muchas veces durante la temporada de ciclones, los barcos no podían dejar el puerto y sus cartas se quedaban atrapadas en el puerto, como botellas sin mar. En su desesperación, seguía escribiendo una por día y al final entregaba una caja llena de sobres. Por suerte no era la única, su esposo el príncipe Tomás también le enviaba una carta por día y