– No te pedí imposibles – anunció el rey con enfado – no te ordené derrotar a un espíritu corrupto, detener las tormentas o acabar con las plagas que azotan los cultivos, lo que te pedí, fue que leyeras las malditas cargas – gritó y maldijo – ¡cartas! La reina apretó las manos para rezar. – Nuestro destino dependía de tu miserable habilidad para leer, eso era todo lo que tenías que hacer. Tomás alzó la mirada – ¿por qué?, guardas expectativas para todos mis hermanos y a mi me pides que sea un consorte, nunca me preguntaste si quería casarme, o si quería ser esto, nunca se te ocurrió pensar, que pude hacer más por el reino. – Lo que tenías que hacer, no lo hiciste, y quieres que te de mayores responsabilidades – dijo el rey, mirándolo con decepción – llamen al erudito, a partir de ahora