Uriel —Si sigues conduciendo como un loco, terminaremos muertos— gruñí, ya que esta era la tercera vez que se quejaba del exceso de velocidad, pero si lo reducía, sería peor. —Cállate un poco, solo un poco. —pedí y giré hacía la derecha. Este camino nos llevaba a mi casa, conocía ese vecindario y nadie creería que fuera tan tonto como para llevarlos allí, además estábamos escapando, por lo que solo tomaría calles al azar hasta que logrará perderlos. En un momento, cansado de los constantes reclamos de Lorenzo, reduje la velocidad, pero eso llevo a que casi nos atrapen y que mi compañero no dejara de quejarse. —¿Qué esperas para acelerar? Solo pisa el maldito acelerador, anda. Si la Diosa no me daba paciencia, estoy seguro de que terminaría por arrojarlo hacia afuera. —Lorenzo