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Empujé la puerta de vidrio y unas campanas sonaron al cerrarse. La recepcionista me miró por arriba de sus anteojos sin levantar la cabeza y sonrió. El lugar parecía más una salita de hospital que un “centro psicológico”. Todo blanco, piso de mármol blanco, luz blanca y muchas ventanas para que se filtre la luz solar, la cual no había ya que estaba lloviendo y eran casi las siete de la tarde, por lo que empezaba a anochecer. Me acerqué al escritorio rápidamente y la mujer, una colorada, de unos treinta años y ojos negros, al fin levantó la cabeza de su celular. De reojo pude espiar que jugaba al Candy Crush… se notaba que no tenía mucho trabajo. —Buenas tardes —saludé. La señora me correspondió y proseguí—. Mi nombre es Noelia Ruena, hoy tenía grupo con… —Ah, sí, Noelia —me interrumpi

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