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930 Words
Esa noche llovió sin parar, al igual que las lágrimas sobre mi rostro. Sabía que llorar estaba mal cuando se trataba de un hombre, pero él era el amor de mi vida y no comprendía por qué me rechazó. Dos días antes estábamos lo más bien, súper emocionados por la boda… aunque ahora que lo pienso estaba actuando medio extraño. Hablaba más por celular, no charlaba tanto como los días anteriores y no me miraba a los ojos. Yo, como una tonta, se lo atribuía a los nervios del casamiento. ¿Qué le habrá pasado? ¿Estaba con otra? ¿Ya no me amaba más? Cada vez que intentaba pensar era peor, se hacía una batalla en mi mente y formulaba más preguntas que respuestas. Acompañada por el sonido de las gotas cayendo sobre el tejado, me levanté. No aguantaba más estar acostada en la habitación que dejé al cumplir los veintidós años y la verdad tenía cero ganas de dormir a pesar de que fue un día agotador, pero la cabeza maquinando sin parar no me dejaba descansar. El reloj marcaba las 2:40 de la madrugada y la casa estaba oscura y con un silencio pacífico. Sin hacer mucho ruido me dirigí a la habitación que mi mamá, María, usaba de estudio. Las cosas todavía estaban tan cual las dejó y me emocioné al ver el cuadro en el que mi hermano y yo la estábamos abrazando con una sonrisa enorme. Ese día fue tan divertido, y es increíble pensar que ya habían pasado siete años de eso. Habíamos ido a comer a la casa de mi abuela materna e intentamos ayudar en la cocina. Mi mamá y mi abuela quedaron sorprendidas del acto y nos dejaron hacer un pastel… que salió completamente quemado, seco y sin sabor. Nos reímos como locos y mi abuela nos sacó una foto sin que lo sepamos. A mi madre le gustó tanto que la imprimió y la enmarcó. La extraño tanto… Maldigo el día en que ese detestable auto se interpuso en su camino. El semáforo estaba en verde a favor de ella y el idiota del conductor del otro coche pasó en rojo, a toda velocidad. La perdimos en el acto y nos reconfortaba saber que al menos no sufrió y que ese maldito estaba tras las rejas. Hace un año de su muerte y todavía la siento cerca de mí. Me senté en la silla del escritorio y abrí la notebook que estaba sobre él. Al prenderla vi la foto que tenía de fondo de pantalla: estábamos los cuatro en la fiesta del casamiento de mi prima Matilde. Fue una de nuestras últimas fotos y ella estaba tan hermosa, tan radiante, tan llena de vida… No aguanté las lágrimas. Si tan solo pudiera volver al tiempo atrás, decirle que se quedara en casa, que no vaya al supermercado tan tarde, ella estaría conmigo, consolándome y diciéndome algo como “Dale Noelia, sos una mujer fuerte, dejá de llorar por ese que no se merece ni una lágrima tuya”, al ser psicóloga siempre tenía una respuesta para todo. Respiré hondo y contuve el nudo en mi garganta. Como la curiosidad mató al gato no aguanté y entré a mi perfil de Facebook. Estaba vacío. El estado de compromiso no aparecía más, las fotos en las que Damián me etiquetó ya no estaban y era claro que él me había bloqueado. Tenía cinco mensajes de mis amigas que no entré a leer porque no tenía ganas de estar en contacto con nadie, solo quería estar sola y que el tiempo sanara mis heridas, si es que alguna vez fueran a sanar. Cerré la sesión y me dirigí al sillón en el que se acostaban los pacientes que ella evaluaba. Era súper cómodo y recordé que cuando lo compró estaba emocionada porque los clientes se iban a sentir más cómodos e iban a poder expresarse más. La lluvia seguía cayendo y yo sentía como mi cuerpo se relajaba cada vez más hasta que pude dormirme, o eso creí, porque ni bien pegué un ojo tuve una pesadilla tras otra. Damián me arrancaba el corazón con una mueca de placer, mi mamá se levantaba de su tumba convertida en zombi y trataba de sacárselo, pero yo me caía en su lápida y me quedaba enterrada por siempre. Un trueno me despertó de golpe, haciéndome gritar. Me di cuenta que estaba absolutamente empapada por la transpiración, mi corazón latía tan fuerte que pensé que iba a agarrarme un infarto y la sombra que me miraba desde el marco de la puerta aumentó esa sensación. Suspiré de alivio al identificar a mi papá y traté de pararme para acercarme a él. Mis piernas fallaron y me caí apenas puse un pie en el suelo. David vino corriendo hacia mí con rapidez. —¿Estás bien, hija? —cuestionó, mientras me agarraba del brazo para levantarme. —Sí, papá. No te preocupes, sólo fue una trastabillada que… —¡Estás hirviendo de fiebre! —me interrumpió—. Vamos, te llevo a la cama. No das más, Noelia. Tenés que descansar, estás con mucha fiebre. No dije nada. La verdad es que me sentía pésimo y quizás esa era la razón. Mi papá me arrastro como pudo hasta mi habitación, ya que yo no tenía fuerzas ni para levantar un dedo, y me acostó suavemente en la cama. Mientras él se iba a buscar algún medicamento, me terminé de acomodar y cerré mis ojos. Supongo que se pensó que estaba dormida cuando volvió porque no quiso despertarme, pero escuché sus palabras. —Dormí bien, mi princesa. Mañana será un día mejor… Y cerró la puerta con un leve golpe.
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