El taller

1654 Words
Un cacareo de gallina extremadamente fuerte me devuelve a la vida real en menos de un minuto. Gruño mientras doy media vuelta en la cama e intento volver a dormir, pero el sol que entra por la ventana ya es tan fuerte que termina de despertarme. Mi concepto de vacaciones es dormir hasta las doce del mediodía, pero mírenme ahora, levantándome a las seis de la mañana al igual que cuando voy a trabajar. Que alguien me mate. Voy al baño para prepararme antes de bajar a saludar a mi familia, que se escucha que están despiertos ya que están hablando como si no hubiese un mañana. ¿Cómo pueden tener tan buen humor a esta hora? —Buen día —digo conteniendo un bostezando. Les doy un beso en la mejilla a mis padres y le revuelvo el pelo a mi hermano antes de sentarme a su lado y comerme la tostada que acaba de prepararse. —¡Alto ahí, loca! —exclama—. Hacé tu propia tostada con mermelada, no robes la mía. —Mala onda —replico en un murmullo, pero sonrío. Él se ríe y aprieta mi hombro amistosamente. —Te extrañaba, hermana —dice. Noto que mis padres cruzan miradas y sigo viendo el amor que se tienen desde siempre. Supongo que volver a ver a sus hijos juntos los emociona, aunque todavía falta Florencia, nuestra hermana mayor que se fue a Estados unidos. Papá me pasa un mate cebado y yo tomo. Con Delia solemos desayunar café porque no le gusta nada más que eso. —¿Querés acompañarnos al taller hoy? —cuestiona Sebastián y mira a nuestro padre—. ¿Podemos llevarla, pa? —Si ella quiere —responde él con una sonrisa. Mi papá me guiña uno de sus ojos verdes y se rasca el bigote—. No sé si tiene que hacer otras cosas. —Está bien —contesto, encogiéndome de hombros—. Vamos, no tengo nada que hacer. A no ser... —Miro a mi mamá—. ¿Querés que te ayude en algo, ma? —No, Agus, andá con ellos. Te va a gustar pasar el tiempo ahí, como cuando eras chica —replica sonriendo. Mueve su cabeza con asentimiento leve y sus rulos se mueven como resortes. Me da ternura. —¡Genial! —Mi hermano hace un aplauso—. ¡Te voy a enseñar a arreglar autos así nos ayudas en las vacaciones! De paso podés relatar cosas como si estuvieras en la radio. —Es muy bueno tu programa, hija —opina mi papá. Arqueo las cejas. —¿Me escuchan? ¿Llega hasta acá la señal de la estación? —interrogo con sorpresa. —Sí, hay una antena acá cerca. Se escucha con algo de interferencia, pero se entienden las cosas. Tu tono de voz es súper lindo de escuchar —dice mi madre. Sonrío. Amo hacer radio. Me encanta cuando las luces que marcan que estamos al aire se encienden y hablar de las cosas más importantes que suceden, así como cuando no hay nada para decir y solo entretenemos a la gente con las charlas que hacemos con mis compañeros. También me gusta mucho que en la calle no me reconozcan, a no ser cuando hablo. Me gusta mantener mi vida privada. Me dieron la posibilidad de trabajar en televisión, pero me negué sin dudarlo. La radio es lo mío. Seguimos desayunando con más tostadas robadas y comentarios entre risas que hacemos sobre tonterías. Con cada minuto que pasa, me doy cuenta de lo mucho que extrañaba estar acá y a la locura de mi familia. Espero a que los hombres se terminen de cambiar mientras juego con Tesla. Es un perrito muy bueno, ni siquiera me conoce y me da besos igual. Creo que lo voy a sacar a caminar uno de estos días, así de paso voy a dar una vuelta por el pueblo y ver qué cosas cambiaron. —Vamos, hija —dice mi papá abriendo la puerta trasera de la camioneta para que suba. Eso hago mientras observo a Sebastián subir de un salto al asiento del copiloto. En diez minutos estamos en su local. Entrecierro los ojos al bajar del auto, el sol es tan fuerte que se refleja hasta en la calle. Me apoyo contra la pared mientras ellos abren y preparan lo necesario para empezar a trabajar. El lugar queda en un terreno que estaría desierto si no fuese porque a unos pocos metros hay un bar y una estación de servicio. En frente de nosotros hay un descampado con el pasto tan alto que me da miedo al pensar en toda la clase de bichos que debe haber ahí escondidos. Hace diez años estaba bien cuidado, pero mi papá me cuenta que el dueño murió y quedó todo abandonado. El olor a neumático que inhalo cuando entro al taller me hace toser por un instante. Ellos se ríen. —Pensar que cuando eras chica te encantaba estar acá —comenta mi papá, agarrando una caja de herramientas y dirigiéndose a un auto bastante viejo—. Ahora toses. —Supongo que me desacostumbré al olor tan fuerte, y creo que me voy a aburrir porque no hay ni un auto para pintar —contesto, mirando a mi alrededor. Las paredes blancas están peladas a no ser por un calendario que marca el mes de diciembre con una chica posando sexy, en ropa interior con diseño navideño y una gorra de papá Noel. Ruedo los ojos, pero esbozo una sonrisa torcida. Siempre hay de esas cosas en los talleres mecánicos. Sebastián se pone a silbar una canción al ritmo de Creedence, que suena de fondo. Mi papá es muy fan de la música country y supongo que se la pegó. —Ahí tenés un auto para pintar —agrega mi hermano interrumpiendo el silbido y señalando un pequeño auto de dos puertas. No sé nada de marcas, para mí son todos iguales, sé que es un auto mientras tengan cuatro ruedas. Dicho coche está sumamente horrible. Se nota que acaban de cambiar la chapa, quizás por algún choque que tuvo, y el color anterior está bastante desteñido. Asiento con la cabeza. Menos mal que me vestí con una ropa que no me importaría manchar: un mono de jean gastado. De hecho, hasta parezco mecánica. —¿Y de qué color? —cuestiono. —El dueño lo quiere de azul noche. El tarro de pintura está en el depósito —responde papá. —Igual tengo que lijarlo —digo. Sebastián niega con la cabeza. —No te gastes, Agus. Lo hago yo ahora. —¡No! —lo interrumpo—. Lo voy a hacer yo, cuando era chica papá no me dejaba hacerlo y a mí me gusta lijar. Los dos hombres se ríen. Mi hermano asiente con la cabeza y me hace un gesto como diciendo "todo tuyo" antes de bajar unas escaleras y ubicarse debajo de un auto para empezar a arreglarlo. Siempre me dieron miedo los huecos del piso. Ato mi pelo en una cola desprolija y comienzo con mi trabajo en un estado de concentración, removiendo la pintura vieja que tiene en la chapa antigua. Un teléfono inalámbrico suena y me saca de la ensoñación. Mi papá va a atender y su rostro está bastante serio. Anota algo en un bloc de notas que está al lado del aparato. —Hijo —dice cuando cuelga—, tenemos que ir a buscar el auto de un amigo al pueblo. Se le quedó y no puede arrancarlo, así que vamos a ver qué tiene. —Bueno, pa. Sebastián vuelve a subir y me mira con preocupación. —¿Vos vas a poder estar sola por un rato? —interroga con el mismo tono que demuestra su rostro. Asiento con la cabeza—. Cualquier cosa, si viene alguien, le decís que vuelva en una hora. —Está bien —contesto sonriendo con serenidad. No me molesta quedarme sola, por el contrario, era mi parte favorita de estar en el taller. Ellos se van prometiendo que volverán lo más pronto posible. Me agacho para lijar la parte trasera del auto mientras escucho la música aleatoria del cd de mis familiares. Un compilado de rock, country y música vieja bastante extraño. Habrá pasado como media hora de estar sola cuando empiezo a pintar el auto. Me dieron la oportunidad para pintarlo más rápido con un compresor, pero elegí pintar a mano, tengo mucho pulso y la verdad es que me relaja un montón. Este azul oscuro es realmente precioso y pienso que voy a pintarme las uñas de este color en cuanto pueda. —¿Cacho? —dice una voz masculina, llamando a mi papá—. ¿Hola? ¿Hay alguien? ¿Sebas? Me asomo para ver quién es y frunzo el ceño. Esos ojos azules y esa voz grave me parecen muy familiar. Suspira y va acercándose cada vez más. Por Dios, ¡es él! Al estar más cerca reconozco sus facciones al instante. Tengo que pensar en algo para que no me vea. ¡Desde ya! Al entrar en un estado de desesperación, cierro mis ojos y sumerjo mi rostro en la lata de pintura. Cuando vuelvo a abrirlos luego de limpiarlos con mis manos, Rodrigo está mirándome con una mueca de extrañeza y diversión a la vez. La verdad es que me parece rara la situación. Yo de rodillas, él mirándome desde arriba, cuántas veces me habré imaginado algo así cuando era adolescente y mis hormonas se alborotaban al verlo. Me aclaro la voz y me pongo de pie enseguida. Ya no soy esa adolescente. Esboza una sonrisa torcida y arquea las cejas. Carajo, quizás sí sigo sintiendo esas cosas raras. Pasa su lengua rápidamente por sus labios carnosos antes de sonreír del todo y dejar lucir sus dientes extremadamente perfectos. Cuando era chico solía usar brackets y creo que le funcionaron. Pasa su mano por su corta cabellera castaña y noto cómo se le tensan los músculos de sus brazos cuando se los cruza sobre su pecho. Mmm, me parece que pasó mucho tiempo haciendo ejercicio, las venas levemente marcadas lo demuestran. Todo esto pasa en menos de un minuto, pero a mí me parece una eternidad. —¿Me podés explicar por qué tenés la cara absolutamente azul y por qué gastaste la pintura para mi auto haciendo eso? —interroga poniéndose serio, pero con un dejo de diversión en su voz.
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