Primer encuentro

1522 Words
¿Su auto dijo? Ay, soy una idiota. —Mmm... ¿Hola? —dice al ver que no respondo—. ¿Por qué hiciste eso? —Hola, soy la... secretaria de Cacho y Sebas —contesto. Sí, es mentira, pero él sabe que soy hija del mecánico y se daría cuenta de que volví. —No sabía que tenían secretaria —responde esbozando una sonrisa torcida y me dedica una mirada rápida de arriba abajo. Hago de cuenta que no vi eso—. Ahora decime de una vez, ¿por qué te pintaste la cara? —Es que me contrataron hoy —continúo con tono convincente y sonriendo. Cierro la boca en cuanto siento la pintura tocar mi lengua. Evito escupir para no parecer grosera, pero es un asco. —¿Estás intentando evadir mi pregunta? —interroga interesado. —Mm, no. ¿Qué pregunta? —Chasquea la lengua. —¿Por qué tenés la cara azul? —repite. —Porque leí que la pintura es muy buena para la piel y... estaba escuchando Azul de Cristian Castro y me agarró el espíritu azulero —replico con total normalidad. Lo que me ayudó a ser tan convincente y firme en mis palabras fue la radio y en este momento estoy tan agradecida a ello. Él se ríe sin poder creer lo que está escuchando. —Bueno, secretaria mecánica... —comienza a decir sin despegar la vista de mis ojos—. ¿Dónde están tus jefes? —Se tuvieron que ir por una urgencia, pero podés volver en una hora. —¿Y en una hora voy a poder verte la cara? —cuestiona arqueando una ceja. Hago una mueca. —No, porque tengo que tener esta mascarilla puesta como por tres horas —contesto haciéndome la triste. —¿Sos del pueblo? No me parecés conocida. Su mirada vuelve a recorrer mi cuerpo, esta vez con más lentitud, y me aclaro la voz con incomodidad. Ahora no estoy tan segura de mí misma. —Soy de la zona, pero... nadie me conoce porque soy absolutamente ermitaña. —Muerdo mi lengua y él hace una mueca de asombro e incredulidad. —¿En serio? —Se rasca la barbilla—. No tenés aspecto de ermitaña, sobre todo porque creo que la gente solitaria suele ser introvertida y vos parecés bastante... Agradable. —Soy solitaria, pero amable. —Me encojo de hombros—. En fin, ¿este es tu auto? ¿Necesitás que diga algo sobre esto a Cacho? —No, vuelvo mañana, no hay prisa. Ah, soy Rodrigo. Tu nombre es... —Se queda en silencio esperando respuesta y empiezo a tartamudear diciendo varios nombres a la vez, lo que provoca que se ría—. Avatar, no me interesa conocer a los de tu familia, quiero saber solo tu nombre. —¿Avatar? —Suelto una carcajada y él me mira mordiéndose los labios con diversión. Debo estar pareciendo una loca frente a sus ojos—. Jazmín es mi nombre. Técnicamente no le estoy mintiendo ya que ese es mi segundo nombre. Él estrecha mi mano llena de pintura ya seca y me mira bien directo a los ojos. Trago saliva por temor a que me reconozca. Él me gustaba por su personalidad y veo que en esto no cambió nada, sigue siendo igual de amable que siempre, e incluso está más lindo que hace diez años. Tiene un aspecto tan masculino que se me hace hasta raro, realmente cambió un montón. —Bueno, Jazmín, nueva secretaria del taller, Avatar, y muchos nombres más, mañana vuelvo y espero verte con la cara limpia —dice poniendo sus ojos en su auto—. Es hermoso ese color, ¿no? Creo que queda bien. —Sí, es muy lindo. —Sonrío con los labios apretados—. No sé si mañana voy a estar, de hecho, solo estoy de prueba y creo que empecé mal. —¿Por qué? —cuestiona con interés—. No veo que hicieras nada malo, excepto por la cara azul. —Porque estoy perdiendo el tiempo hablando con un desconocido —replico con el tono más amable que puedo. Solo quiero que se vaya para poder tranquilizar este torbellino que estoy sintiendo en mi interior. —En ese caso, es mi culpa por estar distrayéndote. Sé que estás haciendo bien el trabajo y te estoy molestando. Te pido mil disculpas, Jazmín —dice con preocupación. Me dan ganas de abrazarlo por la ternura que me provoca. —No te preocupes, solo... volvé mañana y esto ya va a estar listo. —¿Vos sos alguna conocida de ellos o solo te contrataron porque sí? —interroga. Siempre tan curioso. —Mitad y mitad. —Sonrío y suspiro—. Voy a tener que seguir trabajando, Rodrigo. —Sí, sí —contesta rápidamente—. Vuelvo mañana, saludos a tus jefes... Espero que mi transporte no se haya ido —dice entre risas. Me saluda con la mano y se va. Un instante después, lo veo pasar montando en un caballo. La boca se me abre como si la mandíbula se me hubiera caído. ¿En qué momento este hombre se puso tan bueno? Cuando era chico era muy lindo, pero siempre pensé que iba a seguir siendo ese muchacho alegre y flaquito que me hacía sonreír con sus comentarios divertidos en la escuela. Era tan amable conmigo, incluso en momentos difíciles como cuando me peleé con media escuela por un comentario desafortunado que hice sobre una chica muy popular, pero creo que vomitarlo fue excesivo. Por lo menos no intentó indagar más sobre mi persona y no supo quien soy, pero voy a tener que hablar con papá y Sebastián para que no le digan la verdad. Qué difícil es hacer esto. Sigo pintando el auto. No sé si es el destino, pero ¿justo su coche me toca? Esas casualidades de la vida que no tienen sentido... En fin, no paro de pensar en él, pero porque tengo sentimientos encontrados. No es el mismo chico que dejé atrás hace diez años y, debo admitir, que su nueva imagen me impactó bastante. Yo todos estos años lo seguía recordando con el rostro de un adolescente de dieciocho años y ahora, al verlo como un hombre, me sorprendió. Se nota que estuvo invirtiendo bastante tiempo en su físico o quizás cuidar del campo lo llevó a una vida sana. El problema es que jamás imaginé que iba a estar tan bueno y, que si hubiera sabido que se iba a poner así, jamás habría dejado el pueblo. Quizás suene demasiado superficial, pero no. A mí Rodrigo siempre me gustó por su forma de ser, ya lo dije, pero es que así era. Y ver que sigue siendo igual de lindo por dentro como por fuera... me sorprende. De todos modos, sigo agradeciéndole a Dios por haberme permitido pasar desapercibida en su mente y que crea que soy otra persona. La idea de la pintura en la cara fue buena, espero no volver a verlo o voy a tener que seguir inventando cosas para que no me vea. Y algo me da a pensar que así será. Al terminar la primera capa de pintura, mi familia vuelve. Al principio todo marcha bien, hasta que me ven. ¡Olvidé lavarme la cara! Mi hermano estalla en carcajadas y pide mi teléfono para sacarme una foto. —¿Qué te pasó? —interroga mi padre con expresión confundida. Bufo. —Larga historia. —Sonrío para la foto y vuelvo a ponerme seria para contar el porqué. No voy a mentir—. Resulta que vino un ex compañero de mi escuela, y no quería que me reconozca porque no nos llevábamos bien. —En esa parte sí mentí, pero bueno—. El tema es que no me quedó opción que pintarme la cara, decir que soy su nueva secretaria y que me llamo Jazmín. Antes de que respondan, voy al pequeño cuarto de baño y lavo mi cara lo más posible. Por suerte la pintura salió fácil de la piel, pero creo que lo que me quedó en el pelo me va a costar un poco más. —¿Rodrigo vino? —cuestiona Sebastián con una sonrisa burlona. Ruedo los ojos y asiento con la cabeza. —¿Rodrigo? ¡Pero hija! Si él siempre pregunta por vos y dice que se llevaban bien —comenta mi papá frunciendo el ceño. Suspiro. —Sí, pa, pero a mí no me caía bien. Eso es todo. —Es un gran muchacho. Hasta me gustaría un novio así para vos. —Mi hermano estalla en carcajadas y lo fulmino con la mirada para que se calle—. Hablando de eso, ¿tenés novio? —No, no tengo novio —replico sintiendo que mis mejillas se sonrojan. Odio hablar de esto con mi padre. —Entonces arreglá una cita con Rodrigo, estoy seguro de que le va a gustar verte. —Comienza a arreglar un auto y mi hermano me guiña un ojo mientras le muestro el dedo del medio. —¡No! —exclamo—. Por favor, no digan que estoy acá, si llega a preguntar por Jazmín, díganle que la echaron. ¡Se los ruego! —Está bien, Agus, no pasa nada —contesta Sebastián con expresión seria—. Confiá en nosotros, no vamos a decir nada. Le creo. Cuando él está así de serio es porque dice la verdad. —Dice que mañana vuelve —comunico. Ellos asienten con la cabeza—. ¿Hay algo más para hacer mientras espero que se seque la pintura antes de darle la segunda pasada? —Por ahora no. Gracias hija. —Quizás podrías hablar como si fuera la radio —dice mi hermano. Me río y me siento en un banquito para empezar a relatar hechos como si estuviese en mi programa. Y por ese breve instante, me olvido de absolutamente todo lo que acaba de pasar con Rodrigo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD