La única oportunidad… ¿desperdiciada?

1495 Words
—¿Y qué sentido tiene entonces? —interrogo con tono avergonzado, olvidándome por completo de disfrazar mi voz. Toso de mentira para hacer de cuenta que me pica la garganta. El momento se arruinó. Mi única oportunidad de besarlo y se vio desperdiciada por las malditas reglas del lugar en el que sí o sí tenés que besar al otro si lo viste. ¡Es injusto! Noto que se encoge de hombros. —Yo no creé las reglas. —Suspira—. ¿En serio ibas a besarme? Es raro, ni siquiera te vi. Creo que estamos en desventaja respecto a eso... —Me dejé llevar por el momento —lo interrumpo—. Te pido mil disculpas si te incomodé, mejor terminemos la cita acá. —Yo te dejé tocar mi rostro, ¿puedo tocar el tuyo? —interroga. —Sí. —Trago saliva. Sus manos avanzan por mi pelo suelto que me llega hasta la cintura y se detienen en los pequeños bucles que se me forman. Con otra mano, roza mi cuello y sube de a poco, deslizándole por mi mandíbula, acaricia mis labios con su pulgar y continúa subiendo hasta llegar nuevamente a mi pelo. Con cada roce que su piel ejerce sobre la mía, mi corazón late con más velocidad. Tengo ganas de sacarme la venda y besarlo hasta que se desgasten nuestros labios. —Creo que sos muy linda —murmura. Sonrío y me aclaro la voz—. Y terminé de convencerme que no tenés ni un solo granito en la cara. —Nos reímos. —No sé porqué, pero también siento que sos muy lindo. —Estoy seguro de que te conozco —agrega de repente—. ¿Podrías hablarme algo más de vos? ¿A qué te dedicas profesionalmente? —Locutora. ¿Y vos a qué te dedicas? —¿Locutora? Genial, confirmo que tenés un tono de voz demasiado sexy y pensé que podías dedicarte a eso, así que di en el clavo. —Se queda un instante en silencio y luego prosigue—. Yo cuido el terreno que heredé de mi padre, tengo varios trabajos. Vendo la leche de las vacas, lana de las ovejas, soy una especie de veterinario de caballos, hago changas en el pueblo ayudando a pintar, cortar pasto y esas cosas. También vendo los autos que se van remodelando. —Sos un all inclusive —opino. Él se ríe. —No soy bueno con el inglés, pero creo que sé a qué te referís. Y sí, quizás suena a que soy algo pobre porque tengo que hacer varios trabajos, pero no, en realidad lo hago porque me gusta estar haciendo actividades todo el tiempo y a la vez porque me gusta estar con gente, ¿entendés? —cuenta y noto un hilo de tristeza en su voz—. Vivo solo, la poca familia que tenía falleció, básicamente solo soy yo y... Bueno, supongo que vine a este lugar para encontrar una compañía. Nos quedamos en silencio mientras bailamos lento, al ritmo de How deep is your love de los Bee gees. Siento su nariz rozar la mía y juro que me estoy aguantando con todas mis ganas para no besarlo. Estoy desperdiciando la única y maldita oportunidad de tener su boca sobre la mía una vez en mi vida. ¿Qué hago? ¡Por el amor de Dios! —¿Por qué te ocultas conmigo? —interroga—. Ya sé que sos Jazmín, te reconocí la voz desde un principio. No uses más las excusas de tu cara fea porque ya comprobé que es mentira. Y puedo creerte la excusa de que no sos Agustina, aunque acabás de decirme tu nombre real. ¿O serás Florencia? —¿Florencia? —interrogo sorprendida. Se ríe. —Sí, la hermana que se fue a Estados Unidos. Mmmm... además, vos sos muy parecida a Agus. ¡Sos Flor! Tu mamá me dijo que Agustina jamás volvería al campo. —Yo no sé qué decir. —Me río aliviada. Mi hermana me salvó—. Yo soy Jazmín. —Me encojo de hombros. —Bueno, si querés que te diga así, te seguiré diciendo así. Siento su rostro a centímetros del mío, acaricia mi mejilla con suavidad. Yo estoy paralizada, tengo miedo y a la vez mis ganas de besarlo también son excesivas. —Señores, sus dos horas de cita ya pasaron —nos interrumpe un hombre—. Es momento de decidir si desean hacerse ver. Empezamos por el caballero. ¿Desea que la señorita lo vea? —Sí —responde Rodrigo sin dudarlo, pero con seriedad. Mi venda cae de mis ojos y los entrecierro para acostumbrarme a la luz. Lo veo y es tan hermoso. Tiene sus manos convertidas en puño a causa de los nervios. —¿Le gusta lo que ve, señorita? —pregunta el chico que nos acompaña. —Por supuesto que sí —replico en un murmullo. Rodrigo esboza una sonrisa torcida que me quita el aliento. —¿Usted desea que él lo vea? —vuelve a cuestionar mientras me mira. Niego con la cabeza—. ¿Estás segura? No hay vuelta atrás, no van a tener contacto nuevamente si llegan a volver al lugar. —Agustina, no seas ridícula —reclama mi cita. Siento un nudo en mi garganta—. Por favor, dejame verte. —No. Perdón, Rodrigo. —¿Vas a desperdiciar la única oportunidad de dejar que le guste lo que ve? —interroga el muchacho con confusión—. ¿Sabés que pueden besarse si ambos se gustan? Hace unos instantes los vi bastante acaramelados. No creo que Rodrigo quiera besarme si me ve y lo único que se me viene a la mente es que le voy a llenar la boca de vómito si llega a acercarse a mí. ¡Jodido trauma que tengo! Siguen esperando mi respuesta y de lejos veo a mi hermano besándose con una chica. Claro, como no, él no iba a desperdiciar su oportunidad. ¿Debería hacerlo yo? —Agus... —insiste Rodrigo y aprieta su mandíbula—. Dale, no seas tonta. —¡No tenemos toda la noche! —exclama el chico de las preguntas rodando los ojos—. Es sí o no, fácil. ¿Le saco la venda o se lo gana otra chica? —No —replico con voz firme—. Que no me vea. El hombre de las preguntas resopla, dice que nos deja a solas para hablar y se va. De repente, la mano de Rodrigo recorre mi cintura. —¿Por qué? ¿Cuánto más tengo que esperar para verte? —Perdón... Me suelto de su agarre y salgo corriendo de aquel lugar. Abro la puerta del copiloto del auto de mamá sin pensarlo, respiro hondo y, cuando me doy cuenta, escucho un gemido en el asiento trasero. —¡Ay, por favor! —grito. Sebastián se incorpora de inmediato al igual que la rubia que lo acompaña—. ¿En serio, hermano? ¿En el auto? —Agustina, ¿qué pasó con Rodrigo? ¡No me digas que no mostraste la cara! —Noto que abrocha sus pantalones y se desliza hacia el asiento del piloto. Mira sobre su hombro—. ¿Te animás a ir hasta mi casa? —le pregunta a la chica mientras arranca el auto. Esta se encoge de hombros con indiferencia y termina asintiendo. —No, no mostré la cara. —Chasquea la lengua. —¿Desperdiciaste la única oportunidad de besar al amor de tu vida? ¿Es una broma? —Sí, la desperdicié y no me importa. No es el amor de mi vida, ¿está bien? Y no quiero que hagas más de celestino, porque sabés bien la razón por la que no quiero ni acercarme a él —replico exasperada. Él resopla. —Lo vomitaste hace diez años, ¿cuál hay? ¡No le importa! ¿No pensaste en la posibilidad de que a él también le gustabas? ¡Vos escapaste y no le diste la oportunidad para que te diga sus sentimientos! —Golpea el volante con furia y se le escapa la bocina. —Yo no le gustaba —respondo con la garganta cerrada y mis ojos comienzan a llenarse de lágrimas. —Le gustabas, Agustina. Me lo dijo cuando te fuiste y me lo sigue diciendo hasta el día de hoy. Le gustabas y te escapaste. Llegamos a casa en silencio. Entramos por la puerta trasera y él sube a su habitación con la chica mientras escucho que se besan. Yo me siento en la cocina en penumbras. Tomo un vaso de leche fría y suspiro pensando en la hermosa y fea noche que pasé hoy. ¿Y si las palabras de mi hermano son verdad? ¿Y si realmente desperdicié la única oportunidad que tenía para besarlo? Sí, cometo muchos errores en mi vida, pero creo que esta fue la peor decisión. Mi celular suena en cuanto subo a mi habitación. Es él. Corto la llamada. No puedo hablarle después de dejarlo solo, la cagué. ¡Vuelve a llamar! Suspiro y decido atender. —Hola —dice sin siquiera darme la oportunidad de hablar—. No dejé de pensar ni un minuto en vos... Ay, odio decir esto por teléfono. ¿Nos podemos ver? Mañana aunque sea, necesito hablar con vos, de verdad. Siento tantas cosas en este momento que... Necesito verte. Realmente, lo necesito con todo mi corazón. —Perdón —lo interrumpo—. No creo que podamos vernos. —¿Por qué no? ¡Me voy a enojar si no me dejás verte! Le voy a preguntar a Sebas tu dirección y te voy  a ir a buscar. —¿Eso es una amenaza? —No puedo evitar reír. —Sí, señorita, si no aceptas que nos veamos voy a tu casa y va a ser peor para vos. —Me quedo en silencio y resopla—. Listo, nos vemos mañana, preciosa. Y cuelga.
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