Por la tarde, antes de salir, estoy hablando con Malena y jugando con su hija en mi habitación. Ella no para de decir los recuerdos que se le vienen a la cabeza de cuando hacíamos fiesta de pijama en este lugar y comíamos hasta el cansancio.
Ahora todo es tan diferente que no puedo evitar tener melancolía por aquellos tiempos.
—¿No sospecha que sos vos? —cuestiona arqueando una ceja luego de que le conté la historia de los breves encuentros. Niego con la cabeza.
—No creo, él sabe que vivo en la capital y mi mamá le dijo que no pienso volver. —Le doy una galleta a Caro y otra me la como yo—. Digo, sigue siendo igual de tierno que siempre y está mucho más bueno, pero no siento esas cosquillas que me daban antes. Aunque sigo estando nerviosa cerca de él, pero creo que eso es normal.
—¿No es raro que quiera salir con vos? Así como si nada, sin siquiera averiguar algo más.
—No, él me dijo que le parezco interesante y misteriosa. Es decir, que Jazmín le parecía eso. Además, él siempre fue de entrar en confianza muy rápido.
—¿Entonces aceptaste salir con él? —cuestiona con tono pícaro. Niego con la cabeza mientras mastico otra galletita.
—No, le ofrecí vernos en navidad. Ya no sé de qué disfrazarme. Igual, creo que vuelvo a casa después de las fiestas.
—¿Por qué? —Frunce el ceño—. No está bien escapar de los problemas, Agus, sobre todo porque entre ustedes podría pasar algo.
—¿Qué podría pasar? —interrogo exasperada—. ¡Mi casa está a doscientos kilómetros! No va a funcionar nada con él, así que mejor no me ilusiono.
—Puede ser un amor de verano. —Se encoge de hombros—. Yo me he enamorado en la playa, estuve con él y después no nos vimos nunca más, ¿te acordas de Ramiro? —Asiento con la cabeza. A los diecisiete años me tuvo loca con ese chico—. Además, esta es tu casa.
—No, esta es la casa de mis padres, y de mi infancia, pero tengo toda mi vida hecha en Buenos aires, Male. Trabajo, amigos, casa, todo. —Hace una mueca de tristeza—. Me costó mucho irme de acá y si llego a volver... No, no voy a poder.
—¿Y no te da curiosidad besarlo? Siempre quisiste hacer eso, ¿por qué no intentarlo?
—¡Dejá de intentar convencerme! —replico riéndome. Ella sonríe mientras le da de tomar agua a la nena.
—Él sale los domingos a la noche. Se lo ve bastante por los boliches del pueblo. —Me guiña un ojo.
—Rodrigo lo invitó a mi hermano para que salgan a algún lugar llamado Ceguera. Según Sebastián, fue para que le diga a Jazmín que la espera. Pero no creo que vaya... Mirá, ya son las seis de la tarde, ni siquiera tengo tiempo para prepararme.
¡No puede estar pasando esto! Niego con la cabeza y decido ponerme el pijama.
—¡No seas ridícula! Es súper temprano todavía, ¡por fis! Rodrigo va a estar decepcionado si no vas. Es obvio que no invitó a tu hermano porque sí, sino porque él tiene contacto con Jazmín y sabía que le iba a decir.
—¡Ay, no puedo creer que esté aceptando esta locura! —exclamo. Ella pega un gritito y aplaude con entusiasmo—. ¿Pero cómo me voy a esconder de él?
—¡La idea no es que te escondas! Pero creeme cuando te digo que no vas a necesitar una máscara.
—¿Cómo estás tan segura de eso? —cuestiono con desconfianza. Bufa.
—Es lógica pura. El lugar es exclusivamente hecho para citas a ciegas. Te toca una pareja acorde a los gustos que pedís, pero no lo ves porque te vendan los ojos, por eso es el nombre.
—Bueno. —Nos reímos—. Espero que no me toque otro hombre.
Mientras Malena va a dejar a su hija a casa y yo me preparo para el encuentro, no puedo dejar de pensar. Estoy tan nerviosa que me dan ganas de vomitar, es una sensación horrible.
¿Cómo debería vestirme? Ni siquiera sé cómo es el lugar y si no me va a ver es una pérdida de tiempo arreglarme tanto. Suspiro y decido ponerme un vestido azul pegado al cuerpo y tacos negros. Pinto mis labios de rojo y apenas delineo mis ojos. Un poco de perfume y listo.
Cuando vuelvo a ver el reloj, ya son más de las ocho. Un nudo se forma en mi garganta y siento la boca reseca.
—Vamos —dice mi hermano entrando a la pieza—. Ya es la hora y estoy aburrido. Acepté solo por vos, eh. Además, estoy soltero y ahí hay chicas lindas, así que mato dos pájaros de un tiro.
—No confío en que me vas a cuidar porque vas a estar hablando con mujeres. —Hago una mueca y él se ríe—. ¿Cómo vas a cuidarme si se ponen vendas en los ojos?
—Creeme que sí voy a cuidarte. Ahora vamos, dale. Estás muy linda, por cierto, es una lástima que Rodrigo no vaya a verte.
Ruedo los ojos y nos dirigimos al auto de mamá. Ella presta sus cosas, papá es más anti.
No hablo en todo el viaje, aunque Sebastián me dice algunas cosas que no llego a entender porque todos mis pensamientos están concentrados en lo que va a suceder. Tengo mucho miedo.
La fachada del lugar es absolutamente negra, apenas tiene un cartel luminoso que dice Ceguera en cursiva. Afuera hay una fila de gente con una venda en sus ojos y eso me sorprende demasiado.
Sebastián señala algo riéndose. Es Rodrigo, apoyado contra la pared con sus manos en los bolsillos, mirando hacia todos lados. Él no tiene los ojos tapados y me parece que está haciendo trampa. Yo sonrío sin dejar de mirarlo. De lejos noto que tiene puesto un jean y una camisa celeste que estoy segura que hace juego con sus ojos.
—Quiere ver a Jazmín —dice mi acompañante entre risas—. Esto es así. Nos tenemos que presentar en la fila, decimos nuestros gustos, nos ponen una venda y nos mandan adentro. Estoy segurísimo de que Rodrigo te va a describir a vos porque yo le dije cómo sos, no paraba de preguntarme. Así que cuando llegue tu turno, descibilo a él. —Abre la puerta—. ¡Ah, y no bajes hasta que nosotros entremos!
Baja del auto y veo desde lejos cómo llega hasta mi "cita". Se saludan, Rodrigo mira hacia todos lados y agradezco que el auto tenga vidrios polarizados para que no note que estoy. Sebastián gesticula algo con las manos sobre su cara y el otro asiente con la cabeza. Vaya a saber qué le estará diciendo.
Finalmente, los veo avanzar en la fila y hablando con una chica en la puerta que anota lo que le dicen. Rodrigo se pone una venda azul y mi hermano me hace una seña para que baje del auto antes de que lo venden a él. Lo hago con algo de miedo a caerme, ya que mis piernas se volvieron gelatina en dos segundos.
Creo que si esto hubiera pasado hace diez años atrás, todo habría sido más fácil. Pero no, esta cita no pasó hace una década y solo a mí se me ocurre esta locura de taparme la cara.
Llego hasta el final de la fila, pero avanza tan rápido que cuando quiero acordarme estoy describiendo a Rodrigo con todos los detalles posibles, como para que sí o sí me unan con él. Un instante después, me colocan una venda en mis ojos y unas manos me trasladan hacia el interior del lugar.
A pesar de que no veo nada, escucho los murmullos, siento la vibración de la música en mis pies y el calor a causa de las luces. Me ayudan a sentarme y, dos segundos después, alguien toca mis manos, haciéndome saltar en el lugar.
—Hola —dice una voz masculina con tono tímido. Sin dudas, es a quien busco—. Me llamo Rodrigo. ¿Vos?
Aclaro mi voz y siento que mi corazón latir desbocado a causa de la locura que voy a cometer. Intento cambiar mi tono de voz lo máximo posible.
—Agustina —replico luego de respirar hondo.
—Mucho gusto, Agus —comenta con algo de decepción en su voz—. Yo soy Rodrigo. ¿Es la primera vez que venís?
—Sí —contesto. Si respondo en monosílabos es más probable que no me reconozca—. ¿Y vos?
—También. —Suspira—. Admito que me da mucha vergüenza, pero es que tenía ganas de conocer a alguien a oscuras, por así decirlo.
—¿Y cómo funciona esto? —cuestiono—. ¿En algún momento tenemos que sacarnos las vendas?
—Creo que al final de la cita podemos decidir si sacarnos las vendas o no. Depende de cuánto te gustó la otra persona. Quizás yo elijo sacármela y vos no, o al revés.
Un punto a mi favor. Si elijo no quitarme la venda, él no me va a ver.
En el transcurso de la cena pedimos pizza y hablamos con pocas palabras. De vez en cuando nos reímos, pero mi intento de modificar mi voz es cada vez más débil y cada vez respondo con más monosílabos. Siento que lo estoy aburriendo. Supongo que esa es la idea.
—¿Querés bailar? —cuestiona de repente. Me río.
—¿Cómo se supone que bailemos sin mirar a dónde vamos? —interrogo con tono divertido. Ahora es él quien carcajea.
—Intentemos.
Un momento después siento un cosquilleo en mi brazo descendiendo hacia mi mano. Resulta que deslizó un dedo por mi extremidad y eso ya me hizo tragar saliva. Entrelazo sus dedos con los míos mientras caminamos hacia algún lugar y chocamos con otros cuerpos mientras pedimos disculpas a quien sean.
Cuando creemos que estamos en el centro de la pista, las manos de Rodrigo se desliza desde mi espalda hasta mi cintura, provocándome cosquillas por todo mi cuerpo. Yo recorro sus fuertes brazos hasta que deposito los míos en sus hombros.
Siento su respiración en mi rostro, sé que estamos a centímetros y que en un simple movimiento podría unir nuestros labios. ¿Cuántas veces soñé con este momento? ¿Cuántas veces deseé tenerlo así de cerca?
Maldita sea, este era mi sueño hace años y en este momento estoy desaprovechando la oportunidad.
Con una mano acaricio su rostro, su mejilla, su mandíbula tan masculina y rasposa a causa de la barba incipiente. Su respiración se detiene por un instante y lo siento sonreír.
—Si querés besarme, lo siento, pero en este lugar no permiten los besos hasta que nos saquemos la venda —comenta.