Entrelaza su mano con la mía mientras caminamos por la plaza. Después de hablar con Delia, decidimos caminar por la feria que fueron montando a medida que el atardecer caía.
Me gustan muchísimo las artesanías y, en este pueblo, la gran mayoría son personas que hacen y venden sus propias cosas.
—Si querés algo, me decís —dice Rodrigo mirándome con una sonrisa tierna.
—Lo mismo digo de vos.
—¿Deberíamos intercambiar regalos? —cuestiona arqueando una ceja.
—Sí, no es mala idea. Yo compro algo que vos quieras y vos algo que yo quiera. Estamos a mano.
—Me da vergüenza que me compres algo, a mí me sobra la plata...
—A mí también —lo interrumpo. Me mira con expresión incrédula—. Está bien, tampoco es que soy millonaria, pero cuando llega fin de mes me doy cuenta de que me sobró basta
