Un mes después
Despierto tirada sobre el piso de la oficina, la alfombra persa es áspera y por más que he abrazado mi cojín felpudo, no logré encontrar consuelo suficiente para el dolor tan grande de ver a mi familia arruinada.
Toco mi adormecido y adolorido rostro, enfocándome en mis objetivos de ahora en adelante para olvidar la ardiente discusión de la noche anterior. De la cual aún conservo, en color rojizo, los dedos de mi madre sobre mi mejilla al conocer mi decisión.
No logro entender si mi madre me culpa directamente de las desgracias y me considera una caprichosa que de un día para otro decidió recobrar su dignidad y dejar de mendigar amor, justo cuando el matrimonio era la única forma para recobrar los bienes de mi familia. O si solo me odia, porque ahora, cuando mi padre se
