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Un flechazo con el jefe

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Blurb

Merlina está completamente segura de dos cosas:

La primera es que está absolutamente flechada por el jefe de su mejor amiga, y la segunda es que no va a parar hasta sentir sus labios sobre los de él.

¿Cuál es su mejor plan? Armar una lista para organizar su conquista.

Emanuel también está completamente seguro de dos cosas:

Primero, que esa loca mujer está desorganizando toda su vida por completo; y segundo, que no va a permitir que una extraña se apodere de sus planes.

¿Quién dará el brazo a torcer? ¿Merlina al notar que ese hombre no le da oportunidad, o Emanuel dándose cuenta de que no puede contra ella?

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Merlina. Salgo del gimnasio y suspiro al mirar el cielo gris, asustándome al ver un relámpago a lo lejos. Me pongo mi abrigo de algodón, no hace frío, pero el viento otoñal es fresco y no sería bueno resfriarme. Acomodo la correa de mi bolso en mi hombro y comienzo a caminar un segundo antes de que la tormenta se largue con todo, como un baldazo de agua fría. Genial, el pronóstico no anunciaba lluvia así que no me traje el paraguas y en consecuencia voy a llegar empapada a casa. Es más, si alguien me hubiese dicho esta misma tarde que saliera con paraguas porque iba a llover, me le habría reído en la cara. ¿Cómo iba a llover si había un sol tremendo? Claro, en la hora que pasé en el gimnasio no noté el viento que se levantó, ni cómo las nubes negras empezaban a ubicarse sobre el lugar. Como si el día no pudiera empeorar, mientras espero a que el semáforo se ponga en rojo para poder cruzar, un auto pasa a máxima velocidad y termina mojándome más de lo que estoy. Le grito insultos hasta que desaparece, a pesar de que no puede escucharme, pero de igual manera sirve para descargarme. Cuando al fin puedo cruzar la calle, miro sobre mi hombro y observo a un hombre corriendo hacia mi dirección agitando una mano con velocidad y con la otra sosteniendo un paraguas más grande que una sombrilla. Doy un respingo y empiezo a caminar con mayor velocidad, pero él es mucho más rápido que yo y se aproxima cada vez más mientras grita agitando su paraguas. No me da confianza, así que yo también empiezo a correr. ¿Quién se cree que es para perseguirme de esta manera? La que falta es que quieran robarme. Me gano varios insultos por parte de personas empujadas, varios toques de bocina por cruzar sin mirar e incluso miradas de reproche de gente que camina lento y con paraguas por debajo del balcón. «¿Por qué caminan debajo del balcón si tienen paraguas?», me pregunto con enojo. El agua comienza a caer con más intensidad, mojándome por completo, incluso siento cómo mi abrigo se va haciendo cada vez más pesado, haciendo más difícil mi caminata veloz. Más allá del ruido de la lluvia y el viento, sigo escuchando a aquel hombre. ¿No se va a dar por vencido? Pero repito, mi día no está yendo bien, así que en mi acción de querer huir de aquel desconocido, piso una baldosa suelta y caigo de cola al suelo, provocando la risa de varios transeúntes que ni se detienen a ayudarme. Al instante siento una mano sobre mi brazo y desde abajo puedo observar al ladrón más hermoso que vi en mi vida. A pesar de que me mira con expresión divertida, puedo notar su preocupación. Se pone de cuclillas para quedar a mi altura y tapa la lluvia con su paraguas azul. —¿Estás bien? —cuestiona con una voz tan masculina que mis oídos se deleitan. Es ronca, baja y dulce, pero estoy segura de que esa no es su voz normal, sino una que emplea con personas desconocidas que acaban de caerse. Cruzo mis ojos asquerosamente negros con los azules cielo de él, haciendo que el autoestima que tenía hace diez minutos en el gimnasio se desplome al notar que me mira como si fuera un bicho raro. Debe pensar que soy sorda o algo por el estilo ya que debería haberle respondido hace un minuto. Obligo a mi boca a que se mueva de una maldita vez. —Sí, sí —contesto finalmente, poniéndome de pie otra vez y limpiando mi cola con las manos—. Gracias, señor ladrón. ¿Ahora qué necesita? ¿Mi billetera, el celular, mis zapatillas? Suelta una carcajada y no puedo evitar admirar su sonrisa digna de una publicidad de pasta dental. Es el hombre de mis sueños, ¡por Dios! ¡Miren esa cabellera rubia! Mis manos podrían enredarse en su pelo sin problema, a pesar de que lo tiene corto. Sacudo la cabeza para alejar esos pensamientos. Ni hablar de la barba incipiente que decora su mandíbula, me dan ganas de acariciarlo. Mi nariz no tendría inconveniente en rozarse con la de él, tan perfilada y definida, sin rastro de imperfecciones. Sus labios son pequeños, pero su labio inferior sobresale e invita a morderlo. ¡Y es tan alto! Debe medir un metro ochenta aproximadamente. —Primero, no soy un ladrón. Segundo, te vengo corriendo porque se te cayó algo hace tres cuadras y creo que es importante. —Me da mi celular y muero de vergüenza—. Si fuera un ladrón, no te lo devolvería, ¿no? —Esboza una sonrisa burlona—. Tercero, admito que no hice bien al correrte de esa manera sabiendo que podría asustarte, pero no tuve opción y por mi culpa te caíste, así que mil disculpas. —Hace una mueca avergonzada y yo me quedo estupefacta. Todavía existen chicos lindos y buenos en el mundo. —No te preocupes, yo fui la tonta que se asustó por nada. Solo mirate, ¿cómo vas a ser ladrón con esa pinta? Imposible —suelto sin pensarlo. Muerdo mi labio al instante y observo su cuerpo disimuladamente. Zapatos negros y bien lustrados, un pantalón de vestir color beige que le queda a la perfección, camisa celeste y un saco del mismo color que el pantalón. ¿La calle se inundó por mi baba o por la lluvia? Puedo imaginar la tabla de lavar que debe tener bajo su camisa. De repente me siento horrible con mi pantalón de gimnasio y el abrigo que debe estar pesando treinta kilos. Debo tener mi pelo hecho un asco, lo tengo por los hombros, pero no impide que se me pegue a la cara cuando está mojado. Además, estoy a cara lavada y debo tener unas ojeras terribles.   —Bueno, gracias —agrego—. Me salvaste la vida porque con esto trabajo. Así que... Nos vemos. Le hago un gesto con la mano y comienzo a alejarme, pero hace un chistido para que me detenga y lo miro con expresión ansiosa. —¿Vas muy lejos? Te vi sin paraguas y... —comienza a decir. —No pasa nada, ya estoy empapada. —Suelto una risita tonta y creo que al llegar a casa me voy a dar unas buenas cachetadas a mí misma. —¿Estás segura? —interroga con lentitud. Asiento con la cabeza y me sumo una bofetada más, quizás quiere acompañarme porque le gusto y... ¡nah! Esas cosas solo ocurren en libros y películas. Además, que sea lindo no quiere decir que no siga siendo un desconocido y no voy a dejar que me acompañe hasta mi casa. —Gracias, pero ya estoy cerca —miento. Todavía me queda un kilómetro más, pero camino por debajo de los balcones y asunto solucionado. —Está bien, no insisto más, entonces. —Vuelve a dedicarme una sonrisa y me saluda antes de dar media vuelta y regresar por donde vino. ¡Es el maldito Dios de la perfección! Su mandíbula marcada en un rasgo completamente masculino, unos labios carnosos que invitan a morderlos, esos ojos tan azules... Lástima que jamás volveré a verlo. Es como los amores de transporte público, solo sirven para soñar por un instante y luego... Chau, bajan del vehículo y jamás volvés a verlos. Suspiro como una tonta mientras camino sin pensarlo. ¡Basta, Merlina! Con veinticinco años no podés actuar como una adolescente de quince, pasé hace mucho la época del enamoramiento a primera vista, del famoso flechazo que suele marcar tanto la etapa de la pubertad, pero es que este chico es digno de admirar. ¡Y yo en mi peor versión! El sol se asoma entre las nubes de repente y hago una mueca de incredulidad. Observo el arcoíris un momento y niego con la cabeza. Yo sabía que este día no iba a ser bueno y el clima está más loco que yo. Llego a casa con el malhumor multiplicado al mil. Ni siquiera saludo a Pepe, mi hermano, cuando paso por su lado, pero supongo que no le interesa porque se ve muy entretenido jugando a God of war. Ni siquiera parpadea y sus ojos negros están pegados a la pantalla. Tiene treinta años y todavía se engancha con los juegos, es increíble. Yo aún no puedo terminar de leer Orgulloso y prejuicio porque me pongo a pensar en cualquier tontería. Corro al baño para darme una ducha de agua tibia y poder relajarme un instante. Lleno la bañera mientras comienzo a desnudarme y hago una mueca de asco en cuanto noto tierra en mi corpiño. ¿Cómo llegó eso hasta ahí? ¡Ah, claro! Cuando pasaba por debajo de un árbol, el viento hizo que se sacuda y me cayeron varias ramas encima. Qué horror de día, lo único que rescato fue el fugaz encuentro con ese tipo, alias Dios de la perfección. Entro al agua y cierro mis ojos al sentir mis músculos relajándose. A mi mente viene esa sonrisa tan linda, esos ojos, esa boca tan atrayente... Hasta puedo imaginarme cómo se sentiría si recorriera mi cuello con ella. Oh, no, ya estoy pensando en tonterías. ¡Por eso nunca termino de leer! Bufo e intento pensar en otra cosa, pero nada se me ocurre. ¿Cómo se llamará? ¿De qué trabajará? Estaba muy bien vestido como para ser un vendedor de comida rápida, por ejemplo. Podría ser modelo. Ay, siento que fue un flechazo instantáneo del cual mañana ya no me acordaré. Bueno, quizás mañana sí, pero la semana que viene ya no voy a recordarlo. Mi teléfono suena y suspiro. Seco mis manos y me estiro para agarrarlo, ya que lo dejé sobre la tapa del inodoro. Sí, bien higiénico lo mío, pero sé que mamá es fanática de la limpieza y no cabe duda de que limpió hace diez minutos. —¿Hola? —contesto con el celular bien apretado en mis manos por el temor de que se me caiga al agua. —¡Hola, Mer! —chilla Valeria, mi mejor amiga—. ¡Vas a amarme! —¿Más de lo que ya lo hago? —interrogo con una sonrisa—. A ver, ¿qué hiciste? —¡Te encontré un trabajo! —exclama con tono de sorpresa. Arqueo las cejas—. No, no es repartir folletos con un disfraz de pescado. Esto es de lo que vos amas. —¿Tengo que organizar una fiesta? —¡Sí! Pero no es cualquier fiesta, querida, es una fiesta de empresarios, muy de gala, muy de... ¿Ricos? En fin, te recomendé con mi jefe, mañana quiere hablar con vos en la empresa. Te espera a las nueve de la mañana. —Perdón, ¿qué? ¿Tengo que organizar una fiesta de tu empresa? —pregunto completamente atónita. Admito que me da un poco de miedo, apenas acabo de recibirme de organizadora de eventos. Yo pensé que iba a empezar con fiestas infantiles. —Sí, pero tranquila, mi jefe no es muy exigente. Acordate, mañana a las nueve te espero en recepción. —Bueno, gracias. Oh, no puedo creerlo, mejoraste mi día por completo, aunque ahora estoy nerviosa. —Suelto una risa y suspiro—. ¿Cómo se llama tu jefe? —Ricardo —responde con rapidez—. Mer, tengo que colgar, nos vemos mañana. ¡Vas a ver que te va a ir perfecto! —¡Muchas gracias! Sabés que te amo como a una hermana. Te debo una. —Ni hablar, necesitas el trabajo. También te amo, besitos. Termino de saludarla y vuelvo a dejar el celular sobre el inodoro. Valeria es mi mejor amiga desde que tengo memoria, siempre fue como la hermana que no tuve y siempre estuvo conmigo en momentos difíciles, así como yo estuve para ella. Agradezco profundamente que me haya recomendado para un trabajo, es el primer evento oficial que voy a organizar, pero estoy segura de mí misma, soy buena haciendo esto. Bueno, al final el día no terminó tan mal del todo. Con una sonrisa perfecta y una entrevista mañana, todo tiene solución, solo espero que todo vaya bien.

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