03

1875 Words
Emanuel. Gruño con enojo mientras entro al auto de mi padre y cierro la puerta con fuerza. Él me mira con expresión de reproche, pero le hago caso omiso. Estoy cansado de que me trate como un nene de diez años. Le dije una y mil veces que no me interesa saber nada sobre la empresa, ni sobre la maldita reunión que va a tener dentro de media hora, pero él me obligó a subir a este maldito vehículo y no me queda otra que subir si no quiero quedarme sin herencia. —Ya estoy harto de tus caprichos —comenta comenzando a manejar—. Tenés casi treinta años y te seguís comportando como un nene, ¿cuántas veces tengo que decirte que sos necesario en la empresa? ¡No te pagué el estudio de administración de empresas para nada! Ruedo los ojos y miro por la ventanilla conteniendo una carcajada irónica. Si supiera que en realidad usaba su dinero para estudiar Pilotaje me mataría. Lo que sé sobre el supuesto estudio es porque la chica que en ese momento era mi compañera de cama estudiaba esa carrera y me enseñaba, pero en realidad yo nunca me recibí de administrador. Lo bueno de que mi padre sea ausente es que jamás se enteró de esto y espero que nunca lo haga. —¿Te comieron la lengua los ratones? —interroga exasperado y resoplo. —¡Papá! Te quejás de que me comporto como nene, ¡cuando vos me decís frases infantiles! Ya no tengo diez años. Si no te respondo, es porque no te quiero hablar, no porque me comieron la lengua los ratones. —Me cruzo de brazos y él chasquea la lengua. Observo su rostro de reojo. No cabe duda de que este hombre es mi padre, sus ojos azules y su rostro marcado en un ángulo masculino nos delatan, incluso si mi cabello fuese blanco como el de él y tuviera algunas arrugas, varios creerían que somos hermanos. Andrés, mi hermano, salió a mi madre y es completamente opuesto. No solo es moreno por donde se lo mire, desde su tono de piel hasta sus ojos, sino que además es bastante feo en personalidad. Si piensan que yo soy el infantil que no pone los pies sobre la tierra, entonces él es cien veces peor que yo, y aún así tiene miles de mujeres a sus pies. Y bueno, es músico y ellos tienen ese estilo de vida. Yo prefiero el orden, la estructura, la organización. Nada de tener veinte mujeres alrededor, si una sola ya es pesada, ¿qué haría con más de dos? —Quiero que empieces a pensar qué querés con tu vida, Emanuel —prosigue mi padre y hago una mueca de irritación. Siempre el mismo discurso—. Quiero que me presentes a una mujer, que te cases y un nieto. Eso es todo, ¿tanto te cuesta? —¿¡Y por qué no se lo pedís a Andrés!? —interrogo cansando, pasando una mano por mi pelo. —¡Porque él está en otras cosas! Se la pasa viajando, apenas puede sostenerse a sí mismo. Vos sos responsable, hijo, y sé que podés dar más de vos —responde bajando el tono. Suspiro con frustración. —Cuando quiera casarme y tener hijos lo voy a decidir yo, todavía no quiero atarme a eso. Dejame decidir sobre mi propia vida, ¿está bien? —replico intentando calmarme. Él hace un sonido afirmativo que parece más una queja, pero no digo nada. Finalmente, deja el auto en el estacionamiento de la empresa y nos dirigimos al lugar. Miro por un instante la fachada, entrecerrando los ojos. No sé a quién se le ocurre hacer un diseño de espejos, porque cuando es pleno verano el sol se refleja sobre ellos, calcina el asfalto y la gente corre como si fueran hormigas quemadas por una lupa. Por suerte hoy es un día gris, algo frío y ventoso, mi clima ideal... Y no lo aprovecho porque tengo que ir a esa asquerosa reunión. Saludamos al portero y a la recepcionista al entrar y subimos por el ascensor hasta el quinto piso, que es donde está la oficina principal. Suspiro fuerte para que mi padre note lo poco que me gusta estar acá. Ni bien se abren las puertas del elevador, no puedo evitar rodar los ojos. ¿Otra vez esa chica? De repente me entra el pánico, ¿y si mi padre quiere que haga la reunión con ella? ¡No, no voy a poder soportarlo! La secretaria se pone de pie para saludarnos y presentarle a la organizadora a mi papá. Ellos se estrechan la mano y luego la mirada café de ella se posa en mi presencia. Esboza una sonrisa entre burlona y divertida y también estrecha mi mano. El volado de las mangas de su vestido floreado se sacude con el movimiento y un leve aroma dulzón inunda mis fosas nasales. «Menos mal que se bañó», pienso con diversión. Le dedico una sonrisa tensa mientras mi padre hace una señal con la cabeza para que entremos a la oficina. Soy el último en entrar, así que cierro la puerta y resoplo al notar que no hay otro asiento. Me apoyo contra la pared y me cruzo de brazos, tampoco es que me interese su charla. Mientras hablan de presupuestos y de cómo mi padre desea la fiesta, ella anota todo con tanta velocidad que siento que se le va a quebrar la muñeca. También observo que en un momento se acomoda en el asiento y se cruza de piernas, dejando lucir unos muslos que dan ganas de apretar. ¿Pero en qué cosas estoy pensando? ¡Nadie va a apretar los muslos de nadie! Mis piernas comienzan a cansarse, hace media hora que estoy parado como una estatua. Me dirijo a la mesa de café y me siento sobre ella, no tengo otro lugar. «Bien podría sentarme en la silla de Merluza y que ella se siente sobre mí», vuelvo a pensar, tomándome por sorpresa. ¿Qué me pasa? Creo que ya estoy necesitando que una mujer me caliente la cama, ¿hace cuánto que no lo hago? Desde que dejé a Viviana, harán unos siete meses... —Emanuel va a acompañarte cuando lo necesites... —dice mi padre, sacándome de mis pensamientos. Arqueo las cejas y lo miro con incredulidad. —No puedo —lo interrumpo rápidamente y con tono firme—. Tengo cosas que hacer, no puedo acompañar a esta chica como si fuese su perrito faldero. —Emanuel, no tenés nada que hacer. Vas a acompañar a la señorita Ortiz a hacer lo que se requiera, más que nada porque vos vas a darle el visto bueno a la mayoría de las cosas —me responde con paciencia—. ¿O no, Merlina? Ella se sonroja y se aclara la voz. —Bueno, en realidad puedo hacerlo sola sin problemas. —Piensa y suspira—. Aunque se necesita que el interesado en la fiesta opine sobre varias cosas, desde el salón hasta la comida, por lo que de todos modos en varios momentos vas a tener que acompañarme. Su voz, baja y tímida, con un timbre aterciopelado y suave, me hace creer que es buena para calmar a los nenes chiquitos. Debería haber estudiado para ser maestra jardinera, no organizadora de eventos. Me quedo mirándola y resoplo. —Está bien —digo y chasqueo la lengua—. Pero no confíen mucho en mí, tengo un pésimo gusto. Mi padre mira el reloj puesto en su muñeca y salta como si la silla lo hubiera disparado con un resorte. —¡Llego tarde a otra reunión! —exclama. Saluda con un rápido movimiento a la joven y se va. Merlina se queda mirando el lugar que estuvo ocupando mi padre hasta que me siento y desvía su vista. Suelto un gemido de alivio, mis piernas ya se estaban acalambrando, necesitaba sentarme ya. —Así que ahora voy a ser tu perrito faldero —murmuro con voz ronca. Ella esboza una sonrisa divertida y clava sus ojos en los míos. —No hace falta que me acompañes —expresa con tono desinteresado y comienza a guardar sus cosas en la misma mochila que trajo ayer—. Vas a ser más una carga que una ayuda. Arrugo el entrecejo. ¿Por qué me ataca tanto? ¿Acaso le hice algo? ¿Se está vengando porque le dije infantil? —Te pido disculpas si ayer te ofendí —comento con voz alta y clara. Me mira con atención y aparta un mechón de su cabello—. Acabas de demostrar que sos profesional y no te comportaste para nada infantil. —No te preocupes. Cuando me siento atacada respondo rápido y también te dije cosas feas, no creo que seas amargado —replica pasando las correas de su mochila por sus brazos para colgársela en los hombros. Mi mirada se dirige a sus labios y recién me doy cuenta de que los tiene pintados de un color natural, quizás un rojo suave. No sé los tonos de los labiales, pero se complementa con esa pequeña boca carnosa que tiene y su tono de piel, tan blanco como una muñeca de porcelana. ¡Tengo que dejar de mirarla! Debo estar pareciendo un baboso y yo no soy así, en lo absoluto. Me obligo a apartar la vista de ella y concentrarme en un objeto sobre la mesa. —Tu teléfono —le aviso señalándolo. Suelta una exclamación de sorpresa y sonrío—. No hagas que te corra de nuevo por la calle como un ladrón —agrego. Ella suelta una risita tonta y niega con la cabeza. —Siempre pierdo los celulares, es bastante típico en mí —comenta. Nos quedamos en silencio y rasco mi nuca en un gesto nervioso—. Bueno, ya me voy, nos vemos. Se dirige a la puerta y la detengo. Me mira sobre su hombro, aún con la mano en el picaporte. Quizás quiere irse de una vez y yo la estoy reteniendo, ni siquiera sé qué decirle. —¿Cuándo nos encontramos para hacer este trabajo? —pregunto intentando sonar despreocupado, como si no me importara el asunto. Su mirada emite un brillo y se encoge de hombros. —Cuanto antes, mejor —replica—. ¿Podés mañana? —Sí —contesto sin pensarlo. ¡Tengo ganas de darme una piña! Debo estar pareciendo un baboso por quinta vez—. Digo, después del mediodía. A la mañana tengo que hacer algo. —Me parece bien, ¿nos vemos después del mediodía en esta empresa? —¿Si almorzamos y después comenzamos a trabajar? —interrogo. Frunce el ceño, debe estar pensando en si es buena idea almorzar con el hijo de su cliente. ¿Y desde cuándo almuerzo con mujeres sin conocerlas?—. Es un almuerzo de trabajo —agrego, más para convencerme a mí mismo que a ella. —Está bien —confirma, con algo de duda en su voz—. ¿En dónde nos encontramos? —En el restaurante de acá a la vuelta, ¿te parece? —Asiente con la cabeza—. A la una. —Bueno... —Hace una mueca avergonzada y me saluda con la mano antes de irse. Me quedo mirando como un estúpido el lugar vacío que quedó cuando se fue. No comprendo lo que me está pasando. ¿Tanto interés voy a tener por esta chica? ¡Imposible! Yo conozco a las mujeres antes de salir con ellas, no soy un cualquiera. Soy un tipo que busca a una mujer discreta, con un gran futuro y con personalidad, y Merluza es todo lo contrario. ¿Entonces por qué me llama tanto la atención? No, solo necesito una noche de sexo y se me pasa. Marco el número de mi mejor amigo, esta noche salimos y espero tener algo de acción.
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