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El Príncipe de la Mafia

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Blurb

Damián Cipriani, es el hijo de los reyes de la mafia. El poder, el dinero y el amor es algo que siempre ha rodeado su vida. Su estilo de vida lo ha hecho crear un carácter duro, frío y calculador. Él es "el príncipe de la mafia"

Un problema que se presenta en una de las empresas que él maneja lo llevan a mudarse a la ciudad donde se encuentra ubicada, Moscú. Territorio de los enemigos más grandes de la mafia italiana, él tendrá que moverse con mucho cuidado para no ser descubierto.

¿Podrá Damián mantenerse a salvo en territorio enemigo? Te invito a que lo descubras y te adentres a esta aventura junto al príncipe de la mafia.

TRILOGÍA MAFIA

LIBRO 1: El Rey de la Mafia

LIBRO 2: La Princesa de la Mafia

LIBRO 3: El Príncipe de la Mafia

*Cada historia es independiente, no se necesita de las otras para entenderlas*

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Capítulo 1
—¡Cómo es eso posible?! —exclamó golpeando con su puño la mesa sobresaltando a los presentes. Su rostro estaba desencajado del enojo, se levantó de la silla y rodeó la mesa para estar más cerca de los hombres que se encontraban de pie un poco amedrentados al darle la mala noticia a su jefe. —Se salió de nuestras manos, señor. Desde acá no podemos hacer nada —respondió uno de ellos moviéndose inquieto cuando sintió la intimidante mirada del jefe. —¿Y qué propones? —preguntó metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón. —Ir cuanto antes a la sucursal y analizar personalmente el problema. Él asintió y volvió su mirada interrogativa al jefe de finanzas. —Sino se resuelve la empresa se irá abajo junto a la reputación de las empresas Cipriani. Damián se dio la vuelta y caminó hasta quedar frente al ventanal de su oficina, fijó su mirada en la ciudad mientras tanto su mente sopesaba todas las soluciones posibles al problema. No deseaba moverse en ese momento de la ciudad, habían muchas cosas que requerían su presencia ahí. Pero no podía dejar perder la constructora en Moscú. —Lo resolveré yo mismo, pero si vuelve a ocurrir otro incidente como este los despediré a todos. Ahora retírense de mi oficina. —dijo dándose la vuelta y señalándoles la puerta. Ellos respondieron con un "Si, señor" y se retiraron de la estancia cabizbajos. Damián negó frustrado, se acercó a su silla y tomó el saco que reposaba en el respaldar de esta y caminó hasta la puerta para retirarse de ahí, al salir fue hasta el escritorio de su secretaria para ordenarle que cancelara todas sus citas. Luego de eso salió de la empresa, su chofer ya lo esperaba con la puerta del auto abierta para que el pudiese entrar. —¿A dónde, señor? —preguntó observándolo por el espejo. —A mi departamento —respondió sin mirarlo. El chofer asintió y enseguida puso en marcha el vehículo. Durante el camino se dedicó a llamar a varios de los hombres que trabajaban para la mafia, dándoles algunas órdenes. Ese día recibirían una importante mercancía valorada en muchos millones de dólares, parte de esa mercancía se la enviarían a su hermana a Canadá. —Ya llegamos, señor —dijo el chofer llamando su atención, él asintió y salió del auto sin dejar de hablar por el teléfono. Entró al edificio caminando hasta el ascensor, subió hasta su pent house, desde hacía cinco años que vivía allí. Luego que su hermana se había marchado él se había salido de casa de sus padres. Necesitaba su espacio y junto a sus padres no lo tendría. —¡Que mierda! —exclamó con frustración lanzándose al sofá. Todos sus planes de pasar una temporada llena de tranquilidad se habían ido a la basura, su cumpleaños se acercaba y había pensado pasarlo con su familia pero al parecer no podría hacerlo. Se quitó el saco y aflojó su corbata, se levantó y caminó hasta el mini bar para servirse un trago. Tenía que preparar maletas y avisarle a sus padres, necesitaban estar al corriente por si pasaba algo. No era para nada seguro pisar territorio ruso, la última vez habían quedado mal con Irina Korsakova y no era nada bueno enfrentarse directamente con ella. Se decían muchas cosas de ella, entre ellas su inigualable belleza y su duro carácter, era la hija menor de su difunto padre y por su audacia y su capacidad de liderazgo había sido la elegida para tomar el mando de la mafia rusa. Era una mujer poderosa, siempre había llamado su atención aquella mujer pero el destino tenía preparado para él a Aleksandra, se había deslumbrado por aquella belleza afrodisíaca. Había disfrutado tanto de ella, no podía negarlo, no había encontrado mejor amante que ella, pero ella era tan hija de puta que casi lo había matado aquella vez cuando se trajo a su hermana de vuelta a Italia. Negó con la cabeza tratando de dejar de pensar en Aleksandra, habían pasado alrededor de cinco años de eso, no era posible que siguiera pensando en aquello. Según algunos rumores que había escuchado, ella se había casado con un político aliado a la mafia. Luego de tomarse algunos tragos se quedó en casa el resto del día para preparar su equipaje, cuando anocheció salió de su departamento para ir a casa de sus padres e informarles que se iría. No sabía cuánto tiempo exacto tendría que quedarse en Moscú, tal vez le llevaría meses o quizá algún año, ya que la empresa estaba a punto de desaparecer. Entró a la casa y buscó a sus padres en la biblioteca, últimamente pasaban bastante tiempo ahí leyendo cualquier libro. Cuando entró lo hizo en completo silencio, observó a sus padres en un sofá, su padre acostado a lo largo de este y su cabeza reposando sobre las piernas de su madre quien estaba sentada en un extremo de dicho sofá. —¿Interrumpo algo? —preguntó él acercándose con una sonrisa en el rostro. Su madre detuvo su lectura y elevó la mirada en su dirección, rápidamente le sonrió y negó con la cabeza. —Damián —dijo con alegría. Su padre lo miró de reojo y le enseñó su dedo medio. —Claro que si, interrumpiste mi sueño —le soltó, Damián rió ante lo dicho por él. —Pues te jodes, porque de aquí no me voy. —Bonita forma de hablarle a tu padre, ¿lo escuchas, Anna? Me ha perdido el respeto —se quejó. Anna rió, estaba acostumbrada a los dramas de su esposo. —Siéntate, cariño —dijo su madre señalándole un sillón frente a ellos. Damián le hizo caso y se sentó frente a ellos, les preguntó qué cómo estaban y para fortuna de todos se encontraban bien. Sus padres eran unos señores saludables y muy pocas veces enfermaban. —Ya cumplirán años, ¿haremos la fiesta del siglo? —preguntó su padre volteando a verle. Él negó con la cabeza haciendo una mueca de lado. —Era la idea pero se ha presentado un inconveniente, una de las empresas en Moscú está a punto de desaparecer. La hemos descuidado. Leandro alzó las cejas sorprendido. —No sabía de eso, ¿qué harás? —Tendré que ir personalmente a arreglar eso, al parecer el problema es grande. Siento que las personas que tenemos a cargo de ella no son confiables y han abusado de nuestra confianza. —Pero, ¿tienes pruebas de eso? —preguntó su madre. —No, pero todo señala a eso. A la mala administración de la sucursal. —Tienes que investigar a fondo y si es eso ¿qué harás? —Destruirlos usando la ley, sabes que no me gusta mezclar un negocio con otro —respondió a su padre. Ellos asintieron estaban de acuerdo con lo dicho por él. —Pero es Rusia, hijo —dijo luego de un momento Leandro. —Lo sé y es por eso que quiero llevarme un pequeño grupo de hombres. —Aleksandra sabe que perteneces a la mafia pero no sabe quién eres ¿cierto? —No, nunca revelé mi identidad. Pero siempre se corren riesgos, porque ella sabe que soy alguien importante en nuestra mafia. —Tienes que cuidar muy bien tus espaldas, hijo —dijo Anna mostrándose preocupada. —No dudes de eso madre. Después de aquella conversación se levantaron y salieron de la biblioteca para ir al comedor y comer juntos. Extrañaban bastante a Analia y aunque solía ir todos los meses a estarse una semana no era suficiente para no añorarla. —Si sabes que tu hermana te traerá desde donde sea que estés para celebrar el cumpleaños ¿verdad? —rió su padre. Damián lo imitó junto a su madre, todos sabían lo entusiasta que era ella en cuanto a su cumpleaños se refería. No le gustaba que su hermano se ausentara ese día, siempre hacía hasta lo imposible para que él pudiese estar a su lado. —Claro que lo sé, sino ella misma irá a traerme. —Tú hermana siempre obtiene lo que quiere —comentó Anna sonriente. Cuando terminaron de cenar, Damián se despidió de sus padres y se marchó de ahí. Se sentía cansado y no veía la hora por ir a acostarse a su cama y dormir hasta que saliera el sol, pero lamentablemente tenía que posponer aquello. Al ser el que estaba al frente de la mafia le acortaba las horas de descanso. Condujo hasta una de las bodegas que se encontraba un poco aislada de la ciudad, tenía que asegurarse de que todo quedara en orden antes de marcharse. —Bienvenido, señor —le dijo uno de los hombres que vigilaban la zona. Él asintió en respuesta y entró al establecimiento, muchos de sus hombres jugaban a las cartas, otros contaban dinero y otros preparaban alguna mercancía que sería transportada a otro lugar. —Buenas noches, señor —saludó Carlo, uno de sus hombres de confianza. —¿Alguna novedad? —preguntó tomando el cigarro que le ofrecía. —Por el momento ninguna, uno de los repartidores se había tardado con el dinero pero ya nos encargamos de él. Damián asintió encendiendo el cigarro y dándole una calada para luego soltar el humo. —Quiero que prepares para mañana a diez de los mejores hombre. Iré a Rusia y no quiero ir sin protección. —Ahora mismo me encargo de ello, señor. —Va bene (Está bien)  Carlo se retiró un momento para dar algunas órdenes, luego de eso volvió al lado de Damián que observaba al grupo de hombres jugar las cartas, su mirada estaba fija en una chica que con un cigarrillo en su boca y un trago en su mano jugaba con bastante experiencia aquel juego de azar. —¿Quién es ella? —preguntó —Es Bianca, una de las mejores francotiradores. —¿Por qué nunca la había visto por aquí? —Estaba en Milán y hace poco fue trasladada para acá. Damián asintió observándola, era hermosa y los que más llamaba su atención eran sus gruesos labios pintados en color carmín. Lo único que pensaba al verla era en morderle aquella labios. —Dile que venga a mi despacho —le dijo moviéndose de ahí para caminar hacia la oficina que tenía en aquel lugar. No había pasado por alto aquellas miradas furtivas que le lanzaba desde que él había entrado al lugar, ni tampoco esas mordidas en su labio inferior cada que sentía su mirada. Dos minutos después ella entró al despacho cerrando la puerta tras de sí, con una mirada coqueta le sonrió. —¿Me mandó llamar, jefe? —le preguntó con voz seductora. Damián tragó grueso y asintió. —Cierra con seguro y ven acá —le dijo palmeando sus piernas. Ella obedeció, puso el seguro a la puerta y luego caminó hasta él contorneado sus caderas. Se sentó en sus piernas rodeándolo con las suyas, Damián la sujetó por las caderas y sin demorar más tomó posesión de sus labios. Si iba a despedirse de Italia lo iba a hacer por lo alto.

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