Capítulo 6

1482 Words
Narra Damián Recordaba que muchas veces me habían preguntado si me arrepentía de haber nacido en un mundo tan peligroso, rodeado de ilegalidades. Donde los crimines me acompañan desde pequeño. Lo cierto era que nunca me sentí amedrentado por este mundo, me gustaba sentir el poder en cada paso que daba, me gustaba tener el control en todas las situaciones y ser dueño de todo aquel imperio de mi padre. No temía morir, cada vez que salía iba dispuesto a todo. Pero lo que sí sabía era que mi caída no le sería fácil a nadie, había entrenado desde que tengo memoria para ser el mejor. Era el príncipe de la mafia, el que al anochecer dominaba las calles de Italia, mi sólo mención amedrentaba a más de uno. Cada vez me volvía más fuerte y era consiente de eso. Y mi padre siempre se encargaba de decírmelo y recordarme lo orgulloso que estaba de mi. Básicamente él había creado una mejor versión de él, y yo me sentía orgulloso de que él fuese mi padre. Había aprendido del mejor en este mundo, me enseñó a confiar solamente en mí, a tomar una decisión después de analizar los pro y contras. Y a nunca tomar una decisión dejándose llevar por sentimentalismo porque seguramente fracasaría. Pero también me dijo que el día que encontrara a la persona que me hiciera temblar y sucumbir mi corazón, que luchara por ella hasta la muerte si era necesario. Hasta el día de hoy nadie había logrado aquello y dudaba mucho que la encontrara. No con mi estilo de vida, mi vicio por las mujeres era grande, no me conformaba con una sola. Mi hermana solía decir que si seguía así terminaría sólo, que aún no me daba cuenta de lo lindo que era encontrar a una persona que estuviera siempre para uno, que lo apoyara en sus decisiones o se las cuestionara cuando sintiera que se equivocaba. De lo bien que se sentía el sólo saber que había alguien que te amaba de una forma que nadie más puede hacerlo. Tal vez tenía razón, pero ella no mencionó la angustiante sensación que uno debe de sentir al no saber si la otra persona te será fiel o te traicionará, él no saber si eres suficiente o no para esa persona. Porque en una relación aparte del amor también habían inseguridades. Y no deseaba eso para mí, por esa razón no me molestaba en buscar algo más que placer en las mujeres. Tal vez lo mejor para mi era acabar solo. Y lo tenia más que claro y era por ese mismo motivo que no deseaba conocer más a profundidad a aquella mujer que justamente iba entrando a mi despacho. Era bonita, no lo negaba y sabía que detrás de aquella seriedad en su rostro se ocultaba algo más grande y bonito pero prefería quedarme con su versión aburrida. —El señor Dante le acaba de enviar un correo y dice que es muy importante que lo revise —dijo parándose a cierta distancia de mi. La miré con mi ceño fruncido extrañado que Dante la llamase a ella y no a mi directamente. Pero opté por no decir nada y sólo asentí. —Puedes retirarte. Ella asintió levemente y se dio la vuelta, caminó hasta la salida y cerró la puerta al salir. Volví mi mirada al computador y busqué el dichoso correo. Y en efecto, ahí se encontraba. Era la información que le había pedido por la mañana sobre las competencias poténciales para la empresa. No pude evitar estremecerme al ver a quien pertenecía la empresa que le hacía más competencia, pero lejos de intimidarme lo único que sentí fue satisfacción. Me gustaba la idea de competir con alguien bueno, y lucharía contra ella para demostrarle una vez más quien era el que dominaba el mundo bajo. Me levanté de mi silla y me encaminé a la puerta, la abrí para buscar a Bianca, estaba en un escritorio cerca de mi oficina concentrada en el computadora. No pude evitar sonreír de lado, ella era increíblemente hermosa y despertaba en mi un ardiente deseo por ella. Mi mayor atracción hacia ella eran aquello labios que me llamaban al pecado. —Bianca —la llamé, enseguida levantó la mirada en mi dirección —Ven. Me di la vuelta y volví al interior de mi oficina sin molestarme en cerrar la puerta pues sabía que ella venía detrás. —¿Si, señor? —preguntó mirándome con esos increíbles ojos verdes. —Cierra la puerta y acércate —dije sentándome en el escritorio. Ella obedeció y se acercó con cautela hacia mi, como si dudara en hacerlo o no. —¿Sucede algo? —preguntó estando a sólo un paso de mí. Probablemente pensara que soy un lunático, pero no importaba, me incliné un poco para tomar su mano y jalarla a mi regazo. —Nada, sólo deseaba tenerte un poco cerca. ¿No puedo? —dije aspirando su olor. —Si, claro —respondió ella un poco aturdida. Sonreí y tomé su rostro para verla a los ojos. —Tienes unos labios muy tentadores, ¿sabes? —murmuré acercándome para rosarlos con los míos. —¿Enserio lo cree, señor? —¿Qué te dije sobre eso? Cuando estemos sólo tú y yo, llámame Damián. Ella sólo suspiró antes de tomar mis labios entre los suyos y rodear mi cuello con sus manos para atraerme a ella. Aquella acción me gustó demasiado que no dudé en corresponderle de inmediato, rodee su cintura con mis manos, deseaba sentirla cerca. Mis labios tomaban los suyos con mucha fuerza, deseaba besarla hasta que mis labios ardieran. Hasta llenarme de su esencia, dejarla agotada —Me pregunto cómo te verías bailando —dije separándome para descansar un poco. Pude observarla sonriendo. —No es por jactarme, pero soy muy buena en eso —respondió muy segura de sí misma. —Quiero ver eso. Esta noche después de cenar podemos ir a tomar algunos tragos. —Me parece perfecto, Damián —dijo volviendo a besarme. ... Caminaba por aquellos pasillos llenos de personas llevando muchos documentos en sus manos, algunos correteando de un lado a otro como si tuvieran mucha urgencia. Era un ambiente ajetreado como en cualquier empresa. Me detuve frente al escritorio de la secretaria presidencial. La miré de arriba hacia abajo, ella me sonrió con coquetería a la vez que se removía inquieta. —La señorita Korsakova, ¿está? —Si, ¿tiene cita? —No —hizo una pausa —pero necesito verla, ¿tú podrías ayudarme? —le pregunté guiñándole un ojo. —Claro que si, pero... sólo si me da un beso, señor. Sonreí al ver lo aventada que podía llegar a ser, asentí como si estuviese de acuerdo con lo que decía. —¿Sólo eso? Creí que pedirías algo más —le guiñé el ojo una vez más. —Bueno... —él la interrumpió. —Después discutimos eso, ¿te parece si entro a ver a tu jefa? —Ella no se encuentra en su oficina, pero dentro de diez minutos seguro se encontrará aquí. —¿Y si entramos al despacho? Ella se mordió el labio inferior y asintió, empujó su silla hacia atrás para poder ponerse de pie. Caminó en dirección al despacho y me susurró un sígueme. No dudé en seguirla, entramos al despacho, el cual era bastante moderno y decía a gritos que pertenecía a una mujer. Todo estaba pulcramente ordenado, el color verde con detalles plateados adornaban el lugar. Me distraje viendo la decoración del lugar que cuando acordé la secretaria me había tomado por las solapas de mi traje y estampado sus labios contra los míos. Lejos de gustarme aquel beso, me causó disgusto. Pero obligándome a cumplir con mi palabra la besé por unos segundos más. Después de aquello ella salió del despacho dejándome solo, agradecía que aquel labial rojo era permanente y no me había manchado mi boca. Me senté en un sofá color n***o algo cerca de la puerta, saqué mi móvil y me distraje un poco para amenizar la espera. No sabía el por qué, pero ansiaba volver a verla. Su belleza era impresionante y su fuerte carácter de alguna forma enferma me atraía. Cierto era que sólo una vez la había visto, pero su duro carácter y todo lo que decían de ella, solamente causaban más curiosidad sobre ella. La espera no duró mucho, tal y como lo había dicho la secretaria ella llegaba a su oficina diez minutos después. La puerta de la oficina se abrió entrando ella con un maletín en mano. Vestía un vestido n***o que se apegaba perfectamente a su cuerpo y con un escote bastante pronunciado. Y sus tacones color rojo la hacían ver más alta de lo que era. Definitivamente aquella mujer era increíblemente hermosa. —Irina Korsakova.
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