Camino a casa de Laura, mamá seguía preguntando por Marco y no hubo excusa que la convenciera de lo que un día le dije a él: que el tiempo y la distancia me habían hecho olvidarlo y que casi que no lo veía ya ni como un amigo. Mi madre no entendía qué había pasado aquel fin de semana para que yo me desenamorara de él, luego de que me descubriera varias veces imaginándome una vida feliz a su lado mientras miraba como to. nta las fotos que me mandaba a diario por w******p, y le preguntaba una y otra vez que cuándo regresaríamos a vivir a Madrid para volver a verle con frecuencia. Pero como la casa de Laura no era muy lejos del hotel en el que estábamos, la agonía acabó pronto. O eso pensaba yo, pues cuando por fin acabó la preguntadera de Doña Sofía, comenzó la agonía de tenerlo a él enfre