- Padrino: ¿puedes decirme cuándo firmó esta cláusula del testamento mi padre? – levantando la vista para hacer contacto visual con él, mientras sentía la mirada de Marco clavarse en mi rostro.
- Pues como dice ahí, justo el día antes de morir – soltó como si nada.
- No entiendo… - sonreí irónicamente y volví a mirar los papeles que tenía frente a mí.
- Hija, ¿Qué es lo que no entiendes? A ti no te interesan los negocios y tu padre luchó muchísimo por este imperio como para permitir que… - lo interrumpí-
- ¿Para ti todo es dinero? – le dije con gesto enojado.
- ¡Claro que no! – dijo con una sonrisa irónica.
- ¿Me permites? – dijo Laura, más calmada y mirándome con ternura, como si fuera una hija, la hija que nunca tuvo.
Le devolví la ternura con una sonrisa de aprobación, y ella bajó la mirada, se frotó la sien como pensando muy bien las palabras que tenía que decir y continuó hablando.
- Marco había sido el notario de todos los testamentos anteriores de Vicente. Habían sido varios en los últimos cinco años porque solía cambiarlos cada vez que… - mi padrino la interrumpió –
- Laura, no es necesario. Bien sabes que el que vale es el último. Nos guste o no.
- ¿Me permites continuar? – dijo abriendo los brazos como diciendo algo obvio, y él miró a un costado como dándole la aprobación porque no le quedaba de otra.
- Vicente solía cambiar su testamento cada vez que agregaba una empresa satélite al grupo y tanto tu Roberto, - lo señaló estirando la mano- como yo – agregó llevando la misma mano al pecho, pero sin quitarle la vista de encima a mi padrino – éramos los testigos de la firma. Siempre, siempre, Isabel, su única y legítima hija, era la heredera universal sin ningún tipo de exigencia. ¿Por qué motivo cambiaría eso Vicente? ¿Por qué solamente tu estabas como testigo? Me parece que aquí hay algo raro.
- Solamente yo, no, Laura. También Pablo, – aseveró, estirando su brazo para colocarlo tiernamente en la espalda de su hijo, quien estaba sentado a su lado mirando fijamente los documentos- su ahijado también estaba presente.
- ¡Cómo sea! – dijo elevando la voz nuevamente – Me parece muy extraño que cambiara de notario, cuando desde la muerte del licenciado López siempre había confiado en Marco. Me parece muy extraño que no me contara de esta idea, que no me pidiera estar presente, y también me parece raro que agregara una cláusula como esta. Pero sobre todo, Roberto… ¡Me suena muy raro que justo lo hiciera el día antes de morir!
- Pues lamentablemente y aunque no nos guste, así fue. Estoy seguro que más adelante se habría arrepentido y lo habría cambiado de nuevo, pero no podía saber que chocaría con el coche precisamente esa mañana – se hizo la señal de la cruz, miró hacia arriba, y volvió a hacer contacto visual con ella - Así que, en base a su última voluntad, si mi ahijada no se casa de aquí a seis meses todo pasará a mi nombre – abriendo los brazos – que, siendo completamente objetivos, todos sabemos que es lo mejor que le puede pasar.
- ¡Qué casualidad tan oportuna! – dijo ella mirándolo fijamente tratando de contener su enojo –
- Yo no dejaré en la calle a mi ahijada – dijo mirándome con cierta ternura y estirando sus manos – soy la persona idónea para manejar este imperio pues trabajé codo a codo con Vicente desde sus inicios. La realidad es que no hay nadie mejor que yo para liderarla… - me miró fijamente – puedes confiar en mí, lo sabes, ¿no? – asentí, y ya más calmado, continuó - De seguro que si hay alguien en tu vida con quien quieras casarte para heredar todo esto, Isabel, tampoco sabrá cómo hacerlo. Aunque claro, Pablo va por buen camino, aprendiendo de mí y siguiendo mis consejos, y sabes muy bien que está soltero, que siempre ha estado embobado contigo y que si lo eligieras a él tu padre estaría muy feliz.
Me guiñó un ojo, al tiempo que lo abrazaba y le daba un golpecito triunfador en la espalda. Yo lo miré tan seriamente como fui capaz, como queriendo comerlo vivo, pero no llegué a contestar nada.
Pablo me miró para sonreírme y mirar a su padre con ternura, como aprobando todo lo que decía.
Sabía muy bien, por los cuentos de mi padre cuando todavía vivíamos juntos, que desde que eran pequeños mi padrino y él bromeaban con que sus hijos se casarían entre sí. Pablo era el único hijo de Roberto, y yo nunca tuve hermanos, así que conforme fui creciendo, presencié muchas veces la broma de que él y yo debíamos ser novios cuando adultos.
Pablo era guapo, culto, muy bien educado y todas esas cosas que las chicas a las que solo les importa respetar las decisiones familiares, les podría importar en un hombre. Pero conmigo nunca había congeniado más allá de la amistad.
No teníamos nada más en común que algunos gustos, y de hecho desde que mis padres se separaron y me fui a Inglaterra con mamá, no hablamos ni nos vimos ni una sola vez, y de eso ha pasado mucho tiempo. Es verdad que podría ser que hoy en día tuviéramos mucho mejor trato, pero no me generaba confianza y tampoco ninguna gana conocerle pensando en casarme por interés. ¿A quién podría ocurrírsele algo así?
- ¡No me casaré por interés! – solté casi sin pensar, golpeando la mesa y mirando a mi padrino.
- Pues no tienes que hacerlo, querida. Me puedes firmar un poder donde renuncias a esto… - dijo levantando los papeles que tenía en su poder –
- ¡No puede! – interrumpió Marco muy seguro.
- ¿Dónde dice que no se puede? – dijo mi padrino.
- ¿Dónde dice que sí? – le respondió sin quitarle la vista de encima, mientras mi padrino sonreía y cerraba los ojos, como aceptando su derrota – Los seis meses deben pasar, y recién ahí, si Isabel no se casa y todo lo que dice aquí, tu podrías ejecutar la herencia a tu favor. Mientras tanto, tu y Laura continúan siendo los apoderados y deben tomar las decisiones en conjunto, con la aprobación final de Isabel.
- Pues eso… - abrió los ojos y me miró fijamente – Pues ya tu ves que quieres hacer – me sonrió, y como yo lo miraba seriamente, sin responderle, continuó hablando - ¿Acaso tienes a alguien en Inglaterra? ¿Una especie de novio, o algo parecido?
- ¿Por qué en Inglaterra? – dije nerviosa, tratando de ganar tiempo, mientras todos a mi alrededor me miraban fijamente, pues sabían muy bien que no se me daba precisamente bien el tema amoroso debido a que tenía mi profesión muy por encima de todo.
- Bueno, Isabel… ¡Veo que no hay nadie! – sonrió irónico, mirando los papeles nuevamente - ¡Tu tranquila que tal como fue la voluntad de tu padre, y como juré ante dios el día de tu Bautismo, yo velaré por tus intereses – me miró sonriéndome, una vez más – ¡Y por los de tu madre, claro! Que más allá de todo, no me parece justo que tu padre la dejara fuera del testamento.