2

1547 Words
ALYSSA Estábamos en riesgo. Había sido un poco despistada y agobiada por el enojo de saber que Slaanesh no dejaba de seguirnos, por eso tuve que meterme en sus sueños y darle una advertencia. No iba a tardar en darse cuenta el rastro que dejé, sabiendo que era un Dios del caos podía encontrarnos pronto. Pero no iba a permitírselo. No cuando nuestro plan iba tan bien, no dejaría que él lo arruinara todo. Me costó mucho tiempo ocultarnos y no dejar rastro para que no encontrara a Mia y le llenara la cabeza de puras mentiras, no iba a permitirlo, ella era mi hermana y la iba a proteger de él a toda costa. Ya le había provocado mucho daño. —¿Qué sucede? —estaba por amanecer, así que había levantado a Mia para irnos. No podíamos permanecer más tiempo aquí. —Tenemos que irnos. —¿Por qué? Dijiste que este era un buen lugar para ocultarnos. Hemos pasado más tiempo aquí que en cualquier otro lugar. —sacudí la cabeza. —Ya no es seguro. Parece que nos van a encontrar pronto. —¿Quién? —no le había dicho que Slaanesh seguía buscándola, porque entonces la confundiría más y la necesitaba concentrada con el plan que tenía en mente. Él solo era una distracción, sabía que en el fondo mi hermana estaba enamorada de él. Era imposible que todo ese tiempo, Slaanesh no haya seducido a mi hermana con sus rasgos físicos y su magia, después de todo era el príncipe del placer y el dolor. Jodido Slaanesh. —Los arcángeles y las brujas supremas. Ya te lo había dicho, todos nos buscan para matarnos, somos una abominación. Ellos temen que nosotras los aniquilemos —respondo con vehemencia. Veo en sus ojos una batalla librarse. —¿Qué sucede? Cuéntamelo. —vuelvo a sentarme a su lado y tomo sus manos. Baja su mirada y tomo su mandíbula para alzarla y que me mire. —Yo no pensé que íbamos a estar huyendo tanto tiempo. Creía que iba a ser más fácil. —sus ojos son tristes. —yo solo quería vivir en paz. —Sabes que no podemos, nosotras necesitamos construir ese mundo si no queremos vivir con miedo a que nos maten. Somos Hudes, seres prohibidos y que amenazan los reinos. Nadie iba a estar tranquilo que anduviésemos por ahí vivas, sin que en algún momento decidiéramos matarlos. Ellos nos temen ¿lo olvidas? —asiente con su cabeza. —y sé que estás cansada de huir, pero lo haremos hasta que ideemos un plan para acabar con nuestras huidas. Estoy en ello, aún. —¿Van a morir más personas? —asiento con la cabeza. —Para salvar vidas, al menos debe haber sacrificios. No hay libertad sin sangre derramada, Mia. Debes entenderlo. Y no será nuestra sangre la que sea derramada esta vez, ya no más. —aprieto sus manos en apoyo. Una pequeña sonrisa forzada aparece en sus labios. —estamos juntas en esto ¿verdad? —Si, juntas para siempre. *** Mudarse es agotador. Sabía que Mia estaba hartándose de ello, pero teníamos que huir por nuestra seguridad, pronto iba acabar nuestro agobio. Solo necesitaba un poco más de tiempo para lograr lo que necesitaba y conseguir el mundo que quería para nosotras. Nadie nunca más iba a cazarnos ni a obligarnos a escondernos, nunca más. Seríamos libres. Y ellos caerían. Estábamos caminando por los callejones con una imagen diferente de nosotros, aquellos que nos mirasen, solo iban a ver a dos muchachos jóvenes, heridos. Mi pierna había sido lastimada cuando uno de los arcángeles cortó con su espada, siendo sagrada esta, tardaba mucho más tiempo en curarse. Era un corte letal, viniendo de la espada de Uriel. Cuando los ocho arcángeles bajaron para aniquilarnos, tuvimos una batalla demasiado potencial, todos salimos heridos, hubo muertos, y por supuesto le costó la vida a Uriel por tocarme. El poder que nosotras las hudes teníamos era más allá de todo lo que conocían. Sus hermanos no se quedaron atrás, dieron una gran batalla. Siendo mi hermana muy novata usando la magia, tuve que protegerla de que la matasen varias veces. Casi la toca un rayo de Zerachiel. Huimos después de eso, hemos estado viajando por portales y estado en otros lugares. Pero ellos estaban muy cerca, olían nuestra magia y podían rastrearnos con ella, por eso había elegido no hacer magia hasta ahora, que nos transformé en diferentes personas. Aunque era magia pobre, que no creía que fuera a ser rastreada, no me fie de ello. —¿A dónde piensas llevarnos? —Mia hacía muchas preguntas últimamente, parecía no confiar en mí o si lo hacía ya no pensaba de que nos sacara de este embrollo. Arrastro mi pierna cojeando. —A un lugar seguro. —¿Al menos hay alguno? No creo que estemos segura en ningún lugar, hermana. —apreté mis manos en puños y cerré los ojos dejando escapar un suspiro ruidoso. —¡Lo sé! —alcé la voz. Miré a los alrededores para ver si había alguien. Las calles estaban vacías, nadie salía de su escondite con miedo a encontrarse a los arcángeles de día o los demonios de noche. —Malditamente lo sé, Mia. Sé que no estamos segura en ningún lugar —escupí. —Pero intento protegerte. Solo tenme paciencia, por favor —supliqué. Aunque éramos mellizas, me sentía como si fuera la mayor allí, ya que sabía más de lo que ella desconocía. Por ende, me tocaba protegerla de todos. —Lo siento, no quise que sonara de esa forma —se ajustó la mochila que llevaba consigo. Y pareció intimidada. Odiaba cuando se ponía de esa forma, la hacía ver tan débil y no es lo que quería de ella. Estaba tratando de convertirla en alguien poderosa, nosotras eran a las que debían temer. Éramos hudes, lo prohibido, y lo que nunca debió nacer. Pero ella aún no lo entendía, había crecido con mortales que la hicieron creer que era débil y frágil. Me acerco a ella y tomo sus manos. —Hey, no quise lastimarte. Pero quiero que comprendas que hago lo que puedo. ¿confías en mí? —asintió con la cabeza. —entonces sabes que siempre te voy a proteger. Que voy a ver por ti para que nadie te haga daño. —una sonrisa fantasma se dibujó en sus labios. —No dudo de tu fuerza y poder, hermana —me dio un abrazo, que agradecí. En el fondo sabía que estaba mintiendo, tenía miedo de que viera a través de mí y viera que también estaba asustada. Disfracé todo con una sonrisa. —Vamos, se nos hace tarde. Y pronto la noche caerá y no queremos que eso suceda. —asintió vigorosamente, ya que la última vez nos encontramos con demonios que intentaban alimentarse de nosotras, Mia los mató con su espada, una que había sido materializado durante el ataque con los arcángeles. Desde entonces, evitamos que nos encuentren en la noche fuera de nuestro escondite. No podemos llamar la atención con nuestra magia. Nuestros pies encontraron un refugio irónico, pero que sabía que nadie iba a imaginar que estaríamos allí. Una iglesia. A Mia no le pareció la mejor idea, pero aceptó a regañadientes. Desvanecí la magia que nos ocultaba, y solo mantuve escondidas nuestras alas. Al menos así pareceríamos más normal. —Dices que tu Dios nos va a cuidar, ya averiguaremos eso —Mia había sido criada con mortales, así que creía en un Dios al que veneraban, me había dicho que le bautizaron desde pequeña. Pasamos las puertas que estaban tableadas por un agujero, y adentro de la casa del Señor, estaba oscuro. Me imagino que huyeron. Las bancas estaban destrozadas y había mucho polvo. Al menos el techo estaba en su lugar. Dejé mi mochila y caminé hacia la puerta que estaba presente, con seguro. Intuí algo malo. Sentía la presencia de alguien más allí. Mia se puso atrás de mí, y me prestó su espada para combatir a lo que sea estuviera detrás de esa puerta. Con mi pensamiento abrí la puerta y esta cedió. Chirrió cuando fue abriéndose. Empuñé la espada con fuerza para cualquier ataque. —Sal o iré por ti y eso no será nada bueno —si eran humanos los dejaría ir, pero si eran demonios los mataría. No podía oler magia en el aire, así que lo más posible eran humanos. Olisqueaba el miedo. Mia miraba nerviosa hacia la puerta, pero yo estaba preparada para dar el primer golpe. —Sal ahora mismo. Las tablas crujieron con los pasos, empuñé más la espada. —No hagan nada, solo soy un sacerdote. —fruncí el ceño. Creí que todos habían huido hacia el vaticano para una reunión de emergencia que el papa solicitó después de los arcángeles aparecieran. El cuerpo salió de la oscuridad y vi a un hombre alto de cuerpo delgado mirándome y después sus ojos cayeron en mi hermana con una expresión sorprendida y asustada. —¿Alex? —preguntó mi hermana con asombro, el sujeto la miraba como si hubiera visto a un fantasma. Y yo miraba a ambos con desconcierto. ¿ellos se conocían? Y entonces lo recordé.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD