Capitulo 18

1809 Words
Me desperté muy confundido, un océano de emociones remolinándose en mi interior. Había soñado con una chica, una presencia etérea que no podía visualizar con claridad, pero sabía que era hermosa, como un destello de luz en la penumbra de mi mente. Me levanté rápidamente, la habitación aún impregnada de un ligero olor a sueños. Decidí darme una ducha rápida para despejar mi mente, un intento de ahogar la confusión bajo el agua caliente. Pero al salir, el panorama cambió. Vi a Monse, tranquila y ajena a mis tribulaciones, durmiendo plácidamente. Sin pensarlo mucho, me armé de valor y decidí hacerle el desayuno. Era mi forma de mostrarle lo importante que era para mí, un acto de amor que podría suavizar la tormenta emocional que burbujeaba dentro de mí. Con una bandeja repleta de deliciosos manjares, me acerqué a la cama. No sabía cómo despertarla sin romper la paz que la envolvía, así que opté por un tierno beso en su frente. Ella se fue despertando lentamente, su rostro iluminado por una radiante sonrisa que disipó un poco de mi confusión. —Buenos días —dije suavemente. —Buenos días —respondió, y antes de que pudiera reaccionar, me devolvió un beso, tan apasionado que momentáneamente olvidé mis inquietudes. —Te traje el desayuno, amor —anuncié, con la esperanza de que ese gesto significara algo más que una comida. —Gracias —murmuró, mientras comenzaba a disfrutar de lo que había preparado. —Bueno, te dejo para que desayunes. Necesito hablar con mi madre sobre un asunto —le dije, sintiendo que la urgencia de resolver mi confusión era más fuerte que cualquier otra cosa. —Está bien, amor. Salúdamela y gracias por este delicioso desayuno —respondió, mientras se sumergía en el placer de la comida. Salí de la habitación con una sensación de inquietud burbujeando dentro de mí, directo a la sala. Mi mente estaba decidida: debía preguntar a mi madre sobre mi pasado, sobre esa misteriosa chica que aún habitaba mis sueños, cuya imagen se desvanecía al despertar, pero cuyo peso seguía acompañándome. Marqué su número, el sonido del teléfono resonando en la sala como un eco de mi incertidumbre. Tras varias interminables tonalidades, finalmente contestó. —Bueno. —Hola, mamá. —Hola, hijo. ¿Cómo has estado? —Bien, pero necesito preguntarte algo, mamá. —Sí, dime, hijo. —Últimamente he estado soñando con una chica. No sé quién es y necesito saber de ella. ¿Tú la llegaste a conocer? ¿Qué significó en mi vida? Hubo un silencio tenso al otro lado de la línea, como si mi madre estuviera sopesando mis palabras. —Bueno, hijo, no supe mucho de ella. Solo que era tu novia y se iban a casar. La verdad, yo no puedo decirte mucho, ya que el que sabe más de ella es Dan. —¿Dan? —pregunté, la confusión volviendo a susurrar a mis oídos. —Sí. —Bueno, mamá, gracias. Te amo. —Yo te amo más, hijo. También le envías saludos a Monse. Colgué, sintiéndome aún más confundido. ¿Por qué Dan no me había contado nada? Tal vez esperaba a que yo hiciera la pregunta. En eso, Monse apareció, radiante y lista para trabajar, dándome un beso de despedida que me dejó un sabor agridulce en los labios. No pude esperar más; mi necesidad de respuestas era apremiante y decidí ir a casa de mi amigo. Al llegar, toqué la puerta y Dan me abrió al instante. Su semblante reflejaba que ya sabía lo que venía. —Necesito hablar contigo sobre mi pasado. —Sí, lo sé —respondió, con una sombra de tristeza en su voz—. Pasa, será una charla larga. Me senté nervioso en el sofá, y como si el aire en la habitación se volviera pesado, pregunté lo que había estado atormentando mi mente. —¿Quién es la chica? —Ella es mi hermana, ustedes fueron novios mucho tiempo —dijo Dan, su voz temblaba levemente, como una hoja al viento. —¿Y dónde está ella? —pregunté, angustiado, sintiendo cómo cada palabra pesaba como una piedra en mi pecho. —Ella está en un hospital privado, aún sigue en coma —respondió, desvíando la mirada. La noticia me golpeó como una ola helada, y en ese instante, el mundo pareció detenerse. Estaba allí, frente a Dan, y sin embargo, me sentía en medio de un torbellino de emociones. Nervios, dolor, incertidumbre. Iba a casarme, y la chica que había llenado mis pensamientos estaba luchando por su vida en una cama de hospital. La extraña sensación de culpa crecía en mí, como una sombra que se apoderaba de mi luz. —¿Por qué nadie me lo había comentado? —la pregunta salió de mis labios, pero sonaba más a una súplica que a un reclamo. —Porque no podía. Mi familia y yo decidimos que nadie sabría de ella, ni de dónde estaba internada —respondió Dan, visiblemente afectado. Comprendí que había sido un acto de protección, pero hacía que mi corazón doliera aún más. —Te entiendo —murmuré, mientras pensaba en la tormenta emocional que había desatado el destino. —Y a Monse, cuando la conocí... —¿Monse? —interrumpí, recordando cómo ella había entrado en mi vida como un rayo de luz en medio de la oscuridad. —Bueno, ella era mi novia y además la mejor amiga de mi hermana. El día del accidente, rompió conmigo, y ahora está contigo. ¿Y tú, cómo te convertiste en su novio? —su voz estaba teñida de dolor. —Cuando desperté, ella me dijo que yo era su novio. Al principio fue extraño, pero me acostumbré a eso —respondí, recordando la confusión en mis propios sentimientos. —Ella te mintió, ya que ustedes no eran novios oficialmente —remarcó Dan con una seriedad que me hizo pensar. No vine a hablar de eso —repliqué—. Ese tema lo hablaré con ella más adelante. Solo quería hablar de tu hermana. La he estado soñando mucho últimamente, pero no me creo muchas cosas. Al menos ya sé quién es y lo que significó para mí. Me despedí de Dan y me dirigí a mi casa, sumergido en mis pensamientos. **Una semana después:** Desde aquel día, habían pasado 7 interminables días sin que Scarlet apareciera en mis sueños. Lo curioso era que desde que hablé con Dan, algo había cambiado en mí. Nunca quise revolver en mi pasado, pero ahora, Scarlet ocupaba un espacio en mi mente que no podía ignorar. A pesar de todo, me sentía bien con Monse. Ella y yo éramos felices, y las dudas que me atormentaban sobre su relación con Scarlet ni siquiera parecían importar. Decidí seguir con mi vida, y el siguiente paso era darle un nuevo propósito. Quería casarme con Monse. Así que un día, me bañé, me arreglé y salí a comprar el mejor anillo que pudiera encontrar. Cuando salí de la tienda, lleno de emoción, le envié un mensaje a Monse con la dirección de un restaurante, invitándola a cenar. Retrocedí a casa, esperándola, ilusionado por lo que estaba a punto de hacer. Horas pasaron, y cuando finalmente fui al restaurante para organizar la sorpresa, me preocupaba el tiempo. La anticipación me consumía. Decidí ir a buscar a Monse a su trabajo antes de que saliera. Sin embargo, en el camino, un dolor punzante en la cabeza me hizo tambalear. Recuerdos olvidados comenzaron a fluir, oscuros y confusos. Tuve que apartar la mirada para no estrellarme contra un semáforo. Finalmente, llegué justo a tiempo a su trabajo. Esperé ansiosamente hasta que ella salió, su rostro iluminado por una sonrisa. Al llegar al restaurante, la atmósfera era perfecta. El mesero sirvió vino tinto, mientras yo la observaba con adoración, sintiendo que todo finalmente encajaba. Sin embargo, cuando Monse sacó el anillo de su boca y me miró, un momento de silencio abrumador siguió. —¿Quieres casarte conmigo? —pregunté, dejando que cada palabra fuera envuelta por la emoción. Ella solo miraba al anillo, sus ojos brillaban con lágrimas a punto de desbordarse. La sala estaba en silencio, el murmullo de los demás se apagaba como si el mundo se hubiera detenido en ese momento. La mano temblorosa que sostenía el anillo se detuvo en el aire, la confusión y la desesperación reflejadas en mi rostro. - Lo siento, pero no puedo – respondió finalmente, sus palabras eran un susurro, pero resonaron en mi pecho como un eco doloroso. - ¿Por qué? – pregunté, confundido, sin entender la razón detrás de su rechazo. La angustia crecía en mi interior; había planeado este momento con tanto anhelo. Ella se cubrió el rostro con las manos y comenzó a llorar, cada sollozo parecía desgarrar el aire a su alrededor. La gente nos miraba, algunos con curiosidad, otros con preocupación. - Porque no me lo merezco – las palabras se escaparon entre sus lágrimas, como si cada una de ellas pesara un millón de kilos. - ¿Qué accidente? ¿De qué hablas? – mi mente trataba de encontrar una conexión en sus palabras. - Hablo del accidente de Scarlet, el día que tú y ella se iban a casar – su voz temblaba, y yo sentí que el suelo se deslizaba bajo mis pies. Cada palabra que salía de su boca era un golpe en mi corazón. – Yo le quité los frenos a la limosina a la que ella iba. Ahora ella está en coma por mi culpa. Mis pensamientos desenfrenados luchaban por hacerse una idea de lo que estaba escuchando. Scarlet, mi amor, mi futuro. ¿Cómo podía Monse haber hecho algo así? - No merezco casarme contigo – continuó, su llanto era profundo y desgarrador. – Eso pasó cuando estaba mal de la cabeza. He estado yendo a un psicólogo, y ahora me arrepiento de lo que hice. Me gusta estar contigo, de verdad... pero casarme es mucho para mí después del daño que hice. Las palabras giraban en mi mente como un torbellino. Era como si el tiempo se hubiera congelado en un punto de inflexión entre el amor y el remordimiento. Sentía la pérdida de mi futuro, el peso de su culpa, y me daba cuenta de que, en este momento, su dolor era tan real como el mío. Monse se levantó de la silla, incapaz de sostener más la carga de su confesión. Vi cómo su figura se alejaba, perdiéndose en la multitud. En su espalda se reflejaba el tormento de una decisión que no la dejaba en paz, y aunque yo me quedé paralizado, una parte de mí entendía su lucha. Y así, en medio del caos emocional, me quedé solo, el anillo aún en mi mano, preguntándome si el amor podía sobrevivir a los fantasmas del pasado.
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