Esa tarde fue bastante atípica. Como no podía con mi genio y necesitaba ayudarlo a Fabrizio, Carlo y Adriano ante la injusticia que entendía se estaba cometiendo con ellos cuando eran excelentes en lo que hacían, estaba en mi oficina pensando cómo solucionar algo que ni siquiera sabía exactamente qué era, pero que estaba segura que provenía de otra necedad de alguno de los Ricci. Pero como para intentar urdir mi plan necesitaba recabar más información, al salir de la empresa, me fui a casa de Fabrizio.
Cuando abrió la puerta y me abrazó, supe de inmediato que fuera lo que fuera que hubiese pasado, ya no tenía solución, y cuando nos sentamos en el sofá de la sala que tantas veces, años atrás, había sido testigo de nuestro amor, él se dejó caer recostado sobre mi pecho y, mientras me abra
