Y así fue como todo volvió a la normalidad en la empresa. Todavía recuerdo la mañana en la que llegaron los tres a la oficina, tan radiantes como el sol, vestidos con sus impecables trajes de diseñador de tres piezas conjuntados en un gris oscuro con delicadas y finas líneas blancas, corbata del mismo tono de gris pero lisa, y un pañuelo de seda blanco asomando por el bolsillo de la chaqueta. También traían unas enormes sonrisas en el rostro, y los ojos cubiertos con anteojos oscuros de modelo aviador, pues por esos días en Roma había muchísimo sol. Ninguno había hablado con Dante ni tampoco lo habían visto desde que habían sido exiliados a Milán. Tampoco lo vieron al ingresar al hall del edificio, donde los esperábamos todos los empleados y proveedores de servicio de pie, para aplaudir