Capítulo 1

1297 Words
El amor es la cosa más poderosa que tiene el universo, es capaz de subirte al cielo, y también bajarte al infierno. Lo más grandioso es que, te puede llevar a ambos lugares en tan poco tiempo, es un sinfín de emociones que los seres humanos no queremos dejar de experimentar, sentir, de todas maneras, sin eso, nada seríamos. Podía sentir las cosquillas de Mateo en diferentes partes de mi cuerpo, lo que causaba mi risa incesable y que me revolteara como un gusano sobre la cama, ya se me estaba cortando la respiración, pero, él no estaba dispuesto a parar. —Ya para —supliqué, entre cortada. Mientras más me movía, más me cansaba, pero sus cosquillas no cooperaban, no podía soportarlas. —¡Te amo! —exclamé, siempre quería escucharlo, y a cosquillas me obligaba a hacerlo, no era algo que le decía tanto como él a mí, pero, lo amba demasiado. Teníamos dos años de relación, y estaba segura de que no lo cambiaría por nada del mundo. —Yo también te amo —dijo, dejando de hacerme cosquillas, rodeó mi cintura con sus brazos y buscó mi rostro. —Mudémonos —soltó de repente. Fruncí el ceño un poco confundido, me sorprendía su propuesta tan repentina, sí, tenemos planes de boda, sin embargo, ¿por qué? No quería saltarme los pasos. —¿A dónde? —pregunté, acomodándome entre sus brazos, mientras lo miraba fijamente a los ojos, seguía sorprendida. Me acercó más a él, besó mi frente y subió su mano de mi cintura para tocar mi rostro. Sentía la suavidad de sus dedos recorrer mi cara, era una sensación única, me gustaba que me tocara, con tanta paciencia, suavidad y mirándome, podía sentir su amor a través de sus ojos y sus caricias. —¿Qué tal Italia? —inquirió. —¿Por qué no aquí mismo? Tengo un trabajo estable, tú igual, y este lugar es hermoso —expresé, mirándolo confundida. —. Además —alcé mi mano, mostrándole mis dedos. Me incorporé y me senté cruzando los pies como indio, él se quedó mirándome desde su posición, como siempre, vigilando cada detalle de mis movimientos, era increíble lo pendiente que era, me miraba casi como la primera vez, el amor en sus ojos no moría, y eso me enamoraba más y más. —¿Y si nos casamos y empezamos de cero? En un lugar nuevo, exploramos y eso —explicó. —. Piénsalo —dijo relajado. —Bueno… —no sabía que decir, no me lo esperaba. ¿Quería yo mudarme? ¿A Italia? No estaba segura, ya había construido una vida estable aquí en Madrid, sería empezar de nuevo, y no lo veo necesario, pero, lo pensaría, ya que no veía un futuro sin Mateo, era la persona más importante en mi vida. —Estaremos juntos, no tengas miedo —se incorporó de la cama, y tomó mi rostro entre sus manos. —. Te prometo que, si lo hacemos, no te arrepentirás, voy a dar lo mejor de mí para hacerte la mujer más feliz del mundo. Sonreí embobada, a pesar del tiempo y las costumbres, seguía poniéndome nerviosa y tímida con facilidad. —Está bien, lo voy a pensar —aseguré. Abrí mis brazos con una sonrisa para que me abrazara y sin dudarlo me abrazó, apretándome con fuerza contra él. No pensé que él tuviera tantas ganas de mudarse porque tan sólo a un día ya quería saber mi respuesta, lo que se me hacía muy raro, sin embargo, sólo le dije que no me decidiría de la noche a la mañana. Había terminado mi Jornada de trabajo y mientras caminaba en el estacionamiento buscando mi auto para ir a casa el ruido de un auto viniendo a toda velocidad aceleró mi corazón, giré, y me detuve en seco al ver que venía en mi dirección. De no estar en la situación, diría que saldría de ahí inmediatamente, sin embargo, lo primero que hacemos al estar en la situación es lo que decimos que no haremos, y lo que no deberíamos hacer, detenernos en seco esperando lo peor. Por suerte, el conductor frenó justo ante mis pies, yo seguía en shock, no me lo esperaba, no tanto eso, ¿por qué alguien venía a tal velocidad en un estacionamiento? ¿Estaba loco? Reaccioné y avancé muy molesta dispuesta a reclamarle a ese chofer, ni siquiera tuve tiempo de moverme de mi lugar porque alguien cayó del auto, ensangrentado, y casi inconsciente, lo que activó mis sentidos al instante. Me apresuré a acercarme al hombre en el suelo, su pulso era muy débil y ni siquiera podía mantener los ojos abiertos. Revisé su cuerpo y tenía dos heridas de bala. —Necesita ayuda —escuché una voz sofocada detrás de mí. Tragué grueso y me giré hacia la persona que tenía detrás de mí. —¿Por qué has venido a estacionarte? ¡Debiste ir directo a emergencias! —le grité. —. Está gravemente herido —agregué, regresando mi vista al cuerpo. —No puedo, necesito que me ayudes —dijo, con determinación. —. Debes ayudarme. Me pareció muy estúpido lo que me dijo, ¿Cómo rayos podía actuar así con alguien con dos balas en el cuerpo? —Llamaré a alguien —dije, intentando buscar mi celular. —. ¿Puedes ayudarme a presionar la herida? ¡Haz algo! Levanté la mirada en busca de aquel hombre, mis labios se entreabrieron, abrí los ojos como platos mientras sentía como latía mi corazón desenfrenadamente. Aquel sujeto me estaba apuntando con un arma. —Sube al auto —me indicó, sin dejar de señalarme con el arma. Tragué grueso. Nunca he estado en una situación similar, y siento que estoy perdiendo el ritmo de mi respiración. ¿Qué debería hacer? Entrar en pánico no solucionará nada, lo sé, sin embargo, estoy muy asustada. —¡Muévete! —No te conviene hacer esto —me armé de valor y le dije. Todo el valor se esfumó cuando activó el arma, haciendo ese sonido que espanta. El miedo recorrió todo mi cuerpo, tanto así que no supe cuando subí al auto, ni cuando el se las arregló con el herido y salir del hospital como si nada. Quería llorar, pero sabía que debía ser fuerte y sobre todo inteligente, él me necesitaba. Por otro lado, Mateo estaría muy preocupado. Me llevó a una casa muy retirada de la cuidad, tenía todo lo necesario para proceder, pero yo era una simple enfermera, no doctora, no podía simplemente tomar el papel de doctora y arriesgar la vida de alguien. —¿Qué haces? —interrogó. Llevaba rato dando vueltas mientras me observaba. Me desesperé. —¡Me estás poniendo nerviosa! ¿Vale? Te dije que no soy doctora —farfulle molesta. Podía ver las ganas que tenía de hacerme algo, no lo sé, pero podía sentir que era una persona agresiva, e intolerante, y que reventarme era una opción que pasaba por su cabeza. Definitivamente estaba loco. Sin embargo, mi mayor miedo no era que me golpeara, era que no me dejara ir, tan sólo pensarlo me aterraba. Mucho. Hice lo que pude, de todas maneras, no podía dejar morir a ese hombre, parecía muy joven, y mi trabajo era salvar vidas. —¿Se salvará? —me preguntó, al invadir el espacio, por más que le pedí privacidad, fue en vano. Era un hombre de piel morena, los flequillos de su cabello cubrían su frente llegando a sus ojos, era de apariencia fuerte y dominante, sus ojos, ni hablar, tenía una mirada escalofriante. —Hice lo esencial —respondí seca. Me giré hacia él dándole la cara ya que estaba de espaldas. —. Ahora, déjame ir.
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