Aunque le dijera que no se preocupase, lo seguiría estando, y esta situación me está haciendo pensar demás. ¿Debería poner la denuncia? Estaba muy segura, pero ahora me encontraba dudando de ello.
—Tranquilízate nena —Alba me atrajo a sus brazos y me abrazó, acariciando mi melena.
Mateo no contestaba, por lo que decidimos hacernos las valientes y salir, dejé el auto parqueado afuera porque el parqueo era como un lugar de terror para mí.
Estaba intentando ser fuerte, pero dentro de mí había una niña asustada que quería encerrarse, pero no pensaba hacerlo, el mundo es un lugar cruel, yo soy una adulta que decidió enfrentar el mundo por su cuenta, así que tenía que hacerlo.
Ni siquiera tuvimos oportunidad de cruzar la calle, porque una camioneta negra frenó justo frente a nosotras, y mi corazón dio un salto tan repentino del susto que me dolió, estoy segura de que le enterré las uñas a Alba en el brazo, mientras mi otra mano estaba sosteniendo mi pecho.
—¡No! —grité, aterrada.
El mundo se había detenido para mí, no entendía porque de repente mi mundo estaba tomando un tono turbio, todo estaba bien, ¿Qué está pasando? Sentía las manos de mi amiga en mi rostro, pero no podía escucharla por más que me sacudía y me gritaba no sé qué cosas, sólo recuerdo que el mundo dejó de dar vueltas.
Me removí de lado al sentir un poco de incomodidad, al parecer llevaba mucho tiempo en la misma posición, al sentir que estaba en una cama me sentí aliviada, todo había sido una pesadilla. Oh, Dios, no sabes cuanto te agradezco eso.
Abrí los ojos sintiendo que había estado dormida por horas, me pesaban los ojos y sentía mucha hambre. Me senté y me estiré. Fruncí el ceño sin poder entender nada, ¿dónde rayos estaba? La habitación tenía un estilo cabaña, era espaciosa y bonita.
“No había sido una pesadilla”
Aterrorizada dejé de contemplar el lugar y bajé de la cama, me dirigí hacia el ventanal que tenía en frente, sólo podía ver puros árboles alrededor. ¿Cómo rayos había llegado aquí? No lo entiendo, alguien quiere volverme loca o qué.
Me alejé del ventanal en busca de la puerta, al hallarla supe que estaba con seguro, definitivamente alguien me había secuestrado. No lo pensé y empecé a golpear la puerta gritando, pero nadie nunca vino, intenté todo lo que se me ocurrió por escapar en las horas que estuve ahí dentro, y nada. No podía salir por la ventana porque la caída sería muy alta, aunque podía lanzarme a la fuente de agua que había abajo rodeada de piedras, el miedo a lastimarme no me dejó, aun sabiendo que podían hacerme algo peor.
Después de dos horas de intentos fallidos y de estar pensando, se escuchó un ruido en la puerta, había tenido suficiente tiempo para pensar lo que haría cuando alguien abriese, me paré a la derecha de la puerta, así cuando abriesen la puerta no me verían, cuando la puerta se abrió alcé mi mano con el jarrón, era la segunda vez que iba a utilizar un jarrón para defenderme, y aunque la primera vez no salió tan bien, pude lograrlo.
Me detuve en seco al ver que era una señora, tiré el jarrón al ventanal para llamar su atención, extrañamente la ventana quedó idéntica, y el jarrón hecho añicos, pero aquello no era lo importante, en cuanto tuve oportunidad abandoné la habitación corriendo.
—¡Niña! —gritó la señora detrás de mí. ¿Niña?
Bajé las escaleras al estilo madera corriendo, al llegar abajo no sabía dónde se encontraba la puerta porque toda la casa era de cristal, seguí derecho e intenté hacer a un lado el ventanal y por suerte mía se movió, salí, pero me vi más perdida.
El lugar era muy extraño, parecía una casa construida en medio de un bosque, decidí seguir el césped a ver dónde me llevaba, pero sólo sentía que me estaba adentrando a una montaña. Corrí sin detenerme hasta que llegué a un lago, a la derecha del lago había una puerta vieja oxidada, mis ojos se iluminaron, no por mucho.
—No des otro paso —alguien me advirtió, y antes de que pudiera buscar la voz, fui sujetada bruscamente del brazo, gruñí al sentir unos dedos ásperos clavarse en mi piel.
—¡Suéltame! —grité, tiré de mi mano con fuerza, pero fue como si no hubiese hecho nada, era fuerte.
—Camina —ordenó, una voz gruesa e imponente.
—¿Quién eres? ¡No puedes retenerme aquí, estás loco! —grité mientras me removía para que me soltara.
Cuando me sostuvo no pude verle la cara, al parecer sus intenciones era arrastrarme como un animal, giró dándome la cara sin soltarme.
—Ahora, también sos parte de mi propiedad —declaró. Era un rubio de ojos grises, cabello corto, barba de tres días y nariz fina, tenía las cejas bien marcadas.
—No me joda —una vez más intenté tirar mi brazo de su agarre, pero fue en vano. —. No tiene ningún derecho a retenerme aquí, ya suélteme —pedí, empezando a molestarme. —Esto es un secuestro —reclamé.
Me acercó a él de un tirón, su respiración chocó en mi frente y mi cara casi en su pecho, el corazón me dio un vuelco no sólo por lo brusco que fue, sino por lo aterrador que sentía todo esto.
—Eres mi mercancía, ¿entiendes? Y todavía no decido que hacer contigo…
Entreabrí los labios parpadeando, me quedé sin palabras, tampoco no podía asimilar que esto me estaba pasando a mí. ¿Cómo que era su mercancía? ¿Cómo que no sabía que hacer conmigo todavía? ¿Qué pretendía hacer más adelante?
—Si esto es una broma, no me está gustando —susurré, casi sin voz, mis ojos se aguaron de lo preocupada que estaba, ¿acaso esta vez iba a poder escapar?
Me fulminó con la mirada, sin piedad alguna, y yo sintiéndome tan pequeña y terrible delante de ese grandulón.
—Por favor, déjame ir, no diré nada…
—Ya cállate —me interrumpió rudamente. —. Vamos —ordenó. Esta vez fue más brusco que la primera, intentó arrastrarme y me negué completamente, pataleé, grité, hice todo lo que habría hecho alguien que estaba siendo abusado de su voluntad.
Sentí mi cuerpo contra la cama de golpe, me había arrojado como una cosa.
—¿¡Quién eres!? ¿Qué quieres? —la rabia brotaba de mis lágrimas saladas, quería despedazarlo, deseaba todo menos algo bueno en esos momentos. —. ¿Quieres una recompensa? Puedo darte el dinero, sólo déjame ir.
No respondió, sólo decidió darse la vuelta, no me iba a encerrar nuevamente en esas cuatro paredes, no iba a enloquecerme. Salté de la cama y lo detuve del brazo.
—Esto es un secuestro, te van a arrestar.
Se giró hacia mí, y sin que me lo pidiera lo solté, me miraba de una manera escalofriante, podía erizar toda mi piel con su mirada.
—Aquí, yo soy la ley —aclaró, antes de abandonarme en aquella solitaria habitación.
Otra vez estaba encerrada en esa habitación, sin saber que hacer, ¿Qué debe de hacer alguien cuando lo secuestran? Deberían escribir un manual sobre eso, nunca había escuchado hablar siquiera del tema, es que es una de las cosas que uno menos se espera. No tenía ni la menor idea de donde me encontraba, y un desconocido me había dicho que ahora era su mercancía, ¿Qué clase de broma era esa? Mi único deseo era que Mateo pudiera encontrarme.
Me deslicé en la puerta, pegué mis piernas contra mí y empecé a llorar, ya no lo soportaba, ¿Cómo asimilo que hace dos días mi vida era común y corriente y de la nada terminaba en esto? ¿A dónde llegaría esto? Tengo tantas preguntas y cero respuestas, nunca en mi vida había visto a ese hombre, ¿por qué me ha secuestrado?