Desde pequeños nos enseñan a ser amables, y a respetar a los mayores, pero al crecer nos damos cuenta que lo más peligroso en la vida es otro ser humano. Me paré del suelo y caminé hacia el ventanal para observar afuera, seguía con la misma bata de hospital, y lo que menos me interesaba era cambiarme.
—¿No te gustaría cambiarte? —escuché una voz dulce detrás de mí, cuando giré vi a una señora con una sonrisa amable, esperando por mí.
Antes, hubiera respondido con mucho cariño, y amabilidad, pero estaba muy dolida para eso, y no tenía que confiar en ella por su cara de amable y tal vez su falsa sonrisa.
—Es lo de menos —dije indiferente.
—Te sentirás mejor después de un buen baño —continuo.
La miré indignada, no veía la situación en la que me encontraba, esperaba que me comportara como si esta fuera mi casa.
—¿Y si mejor me ayuda a salir de aquí? ¿No cree que me sentiré mejor en mi casa? No con éste monstruo que me ha tratado como un salvaje —apreté los dientes al decir lo último.
—Es una buena persona —dijo, era una mujer rellena, tenía un cabello castaño largo, sus manos estaban unidas mientras me miraba con sus ojos cafés, actuaba de manera pasiva.
—Creo que no estamos hablando de la misma persona —le respondí sarcástica.
Se acercó con mucho cuidado e intentó tomar mi mano.
—Por lo menos, ven a comer algo —me pidió amablemente.
Si me quedaba encerrada no iba a poder encontrar la manera de salir, pero tampoco pensaba comer la comida de ese hombre.
—Señora, mi familia, mi novio deben estar muriéndose de la preocupación, preguntándose por mí, por favor, ayúdeme —le supliqué, y esta vez, fui yo quien tomó sus manos.
—Todo va a estar bien, mi niña —respondió, muy calmada.
Solté sus manos, y dejé de mirarla, no me iba a ayudar, la pequeña esperanza que tenía la mató con su respuesta y actitud, tal vez ese hombre tenía hechizados a las personas de aquí, si es que había más personas en esa casa. Me hice a un lado y salí de la habitación, al bajar al primero que me encontré fue a ése hombre.
—¿Ya decidiste que hacer conmigo? —pregunté. —. ¿O me vas a mantener encerrada toda la vida? ¿Eh? Puedo darte ideas, ¿qué tal si me matas de una buena vez? ¿Disfrutas del dolor ajeno? ¿Verdad? —arrojé con repugnancia, pero él ni siquiera abrió la boca.
—¿Te gusta ver sufrir a la gente? —al ver que no pretendía responderme, me acerqué a él, y extrañamente retrocedió. —. ¡Sólo déjame ir! —grité furiosa.
—A comer —ordenó, meneando la cabeza.
—¡Prefiero morir de hambre! ¡No quiero tu asquerosa comida, quiero que me dejes ir!
Se quedó mirándome fijamente sin decir nada, ese hombre no tenía ninguna otra expresión que desinterés y desprecio en su rostro, mucho menos iba a sentir compasión.
—No es una obligación comer —decía cortas frases sencillas, como si tuviera que pensar mucho antes de hablar.
Esas palabras me golpearon, me llené de rabia una vez más, no tenía ni un poquito de compasión y no la iba a tener. Apreté mis puños sintiendo mi sangre hervir, por un momento podía sentirme como una niña pequeña que quería zapatear de la rabia.
—No sabes cuanto te estoy odiando, eres el peor ser humano que he conocido, pero ¿sabes algo? Mi novio me va a encontrar y pronto te estarás pudriendo en la cárcel —escupí con odio, nunca nadie me había hecho sentir tantas emociones negativas en mi vida.
Se encogió de hombros indiferente.
—Tal vez — se dio la vuelta y se fue, sin dudarlo lo seguí, dejamos la sala atrás, la casa tenía un tono caoba, y todo era luminoso, el comedor estaba al fondo y como toda la casa alrededor eran puras puertas de cristal.
—La gente cena en familia, la mía se está preguntando donde estoy —comenté detrás de él. —. ¿No te da remordimiento?
Pasó y tomó asiento tranquilamente.
—No es mi culpa que estés aquí —respondió, tranquilo, demasiado para mi ira.
Tomé la punta de la manta de la mesa y tiré de ella con fuerza, el sonido de algunos platos rompiéndose fue intolerante para sus oídos, tanto así que se los tapo, en cuestión de segundos, dos señoras, y más de tres hombres se presentaron.
—No me importa si me matas, pero no me retendrás aquí —terminé de tirar el resto de la manta, haciéndome la valiente, cuando por dentro quería salir corriendo.
El corazón me dio un salto cuando el se paró bruscamente de su silla, me miró, intimidándome con esa mirada fría e indiferente.
—Recoge todo —ordenó. —. Ahora —agregó, señalando el suelo y el desastre que había creado.
Me fulminó con la mirada, estaba furioso, al fin lo había sacado de quicio pero me importaba un pepino, él me tenía aquí fuera de mi voluntad, no era nada comparado con sacarlo de quicio.
—Vete al infierno —le escupí, me di la vuelta para marcharme, pero era obvio que no me iba a dejar ir así, tiró de mi brazo y luego me sostuvo detrás de la cabeza con bastante fuerza que me hizo gritar. Sin titubear, me tiró contra el piso.
—Límpialo —ordenó, nuevamente.
Caí sobre mis manos al suelo, mi melena cubría toda mi cara por el brusco movimiento, me tragué mis lágrimas y una vez más decidí hacerme la valiente.
—Matadme si quieres —lo desafié, giré mi cabeza de lado para ver su cara dura.
—Veo que tienes unas grandes ganas de morir, te haré el favor —caminó hacia uno de los hombres que habían aparecido y le sacó el arma de la cintura, la apuntó hacia mí, era la segunda vez, y se sintió diferente, creo que no me había asustado tanto como la primera vez.
Sabía que era capaz de hacerlo, sin embargo me sorprendió y me asusté cuando sobó el arma y volvió a apuntar hacia mí.
—Tú no importas —me hizo saber.
Aquellas palabras me hirieron, y me hicieron recordar a Mateo, había alguien que su mundo se derrumbaría si yo dejara de existir, así que, si importaba ¿no?
—Señor no lo haga, es una niña —pidió la señora que me había ido a buscar a la habitación.
—Pues que limpie todo —dejó de apuntarme y le regresó la pistola al hombre. —. Absolutamente todo, nadie toque nada —señaló a todos y ellos asintieron. —. Y no hay cena para ella, ¿entendido? —pronunció aquellas palabras mirando fijamente a la señora, esta asintió con un “sí, señor”
Solté una pequeña risa sarcástica, cuando por dentro quería huir lejos y echarme a llorar de lo mal que me estaba sintiendo, pasé de tener una vida independiente a ser tratada como basura por un hombre, al que no le he hecho nada y que ni siquiera conozco. ¿Así de injusta es la vida? ¿O tengo mala suerte?
—Vamos señorita —me alentó de los que seguían presentes, porque él ya se había marchado.
Los miré a todos con desprecio, aunque ellos no eran los culpables de mi desgracia, pero para mí todos los que estaban en esa casa eran igual de monstruosos que esa bestia.