Capítulo 2. Arrepentimientos.

1193 Words
Los delgados dedos de Ana golpeaban la mesa de roble del comedor, mientras que el señor Kullen la miraba fijamente. —Deja de hacer eso— dijo Margori un poco nerviosa por el ruido qué Ana hacía. —Lo siento— se disculpó ella. —Es sencillo lo que tienes que hacer, solo tienes que casarte con Adam Wexell, ser su esposa por dos años o tres y después le pides el divorcio, no será mi culpa que su relación no funcione. Ana tragó saliva, ¿Quién era Adam?. —¿Y si él no quiere casarse conmigo?. —Él aceptará— dijo él asistente del señor Kullen. —Solo quiere una esposa para parar los rumores. —¿Qué rumores?—Preguntó Ana con curiosidad. —Que es gay. —¿Lo es?. El asistente alzó los hombros y los bajó. —Eso no importa—Dijo él señor Kullen. —Si lo es, será mejor para ti, Adam es un hombre muy rico, no te faltará nada estando a su lado, solo haz lo que una esposa haría. —¿Y que es eso exactamente?. —Lucir bonita y feliz— dijo la señora Kullen con desdén. “Lucir bonita y feliz”, se Repitió Ana así misma, no parecía ser algo difícil. —¿Y como es él?. —Eso no debe de importarte, no importa como sea, pero para tu tranquilidad, es un hombre bien parecido, ¿Aceptas o no?. Ana miró a todos y al final asintió. —Acepto. —Muy bien, firmarás un contrato de confidencialidad, nadie debe de saber que no eres de la familia. —Hay que poner manos a la obra, necesitaremos hacer mucho. Después de firmar aquel contrato, Ana fue llevada por la señora Kullen a un prestigioso salón de belleza, donde arreglaron él cabello rubio de la chica, le depilaron las cejas y le pusieron pestañas, le dieron una pequeña clase de maquillaje, que debía de usar y como usarlo, y salió de ahí un poco incómoda. —Ahora necesitamos ropa decente. Ana solo seguía los pasos de la señora Kullen, una vez dentro de la tienda de ropa, la señora tomó conjuntos qué parecía fueron tomados al azar, pero la verdad era que la señora Kullen sabía que escoger. —Pruébate todo, quiero ver que te va mejor—Dijo la señora sin intenciones de aceptar negativas. Ana no tuvo más remedio que probarse cada prenda, unas le gustaban más que otras, pero la señora Kullen solo la veía y movía la mano para hacerla volver al vestidor. Después de casi dos horas, por fin salieron de aquel lugar con un montón de bolsas llenas de compras. No había lugar para arrepentimientos, negarse a ese trabajo era sentenciarse así misma a ser deportada, o peor aún, ser enviada a la cárcel, la familia Kullen tenía contactos poderosos, era mejor cooperar. Aunque Ana no dejaba de preguntarse, ¿En que se había metido?. ¿Quién era Adam?, él señor Kullen hablaba de él como si le tuviera miedo, ¿Era un hombre viejo?, ¿Qué significaba bien parecido?, debía de ser feo, de lo contrario, ¿Por qué estaba arreglando un matrimonio?, ¿Qué hombre rico y guapo andaría soltero por ahí?, Ana estaba segura de que iba a ser un hombre desagradable a la vista, pero si era gay, tal vez había la posibilidad de que se llevaran bien. “¿Y si él no me quiere como esposa?”, ella se preguntaba que clase de represalias sufriría por parte de la familia. Estaba nerviosa. Así que esa noche no pudo dormir ni siquiera un poco, en su pequeño cuarto, Ana solo mantenía la vista fija en el techo, “¿Porque la vida no puede ser justa para todos?”. A la mañana siguiente fue despertada por unos golpes retumbantes dados en su puerta. —Es hora, levántate, la señora quiere verte ya. La señora Tomás no tenía ni un poco de tacto a la hora de levantar a Ana. —Ya voy. —Date prisa, tienes diez minutos para bañarte. Ana se levantó de mala gana, se apresuró a tomar su toalla y su ropa limpia, se metió a la ducha y se aplicó aquel shampoo de cereza qué tanto le gustaba, el jabón de ducha con olor a chicle y al finalizar la loción corporal qué la mantenía fresca durante todo el día. Fueron casi 9 minutos, salió a toda prisa y corrió de la casa de servidumbre hasta la casa de la familia, en la sala, la señora Kullen no dejaba de ver su reloj y de azotar su pie contra el suelo limpio. —¿Por qué tardaste tanto?—La reprendió apenas Ana llegó a la sala. —Lo siento señora. —Desde ya dime tía, un error y mi esposo va a colgarte, ahora, ponte esto— Ordenó la señora y le dio un vestido negro con algunos estampados florales. Ana se metió al baño y se cambió muy rápido, aquel vestido era corto, un poco transparente en la zona de arriba y de las mangas. Un vestido bonito, pero un poco incómodo para su gusto, demasiado ajustado. Salió del baño y caminó descalza hasta la sala. —Si, te queda bien, ponte esto— dijo la señora Kullen mientras la admiraba, le dio unos zapatos de delgados tirantes. Ana no estaba acostumbrada a usar dichos zapatos, pero hizo su mayor esfuerzo por no tambalearse. —Mi estilista personal va ayudarte a maquillarte, solo por hoy, la primera impresión debe deslumbrarlo. Margori solo fruncía el ceño mientras se mantenía cruzada de brazos. Ella estaba segura de que se había librado de aquel matrimonio, había escuchado cosas horribles de Adam Wexell, que era prepotente y engreído, para él nadie estaba a su altura, cuando estalló él escándalo de que era gay, su actitud empeoró. Inclusive había mandado despedir a empleados de la prensa. Siempre fue un hombre influyente qué se mantenía en el anonimato, ni siquiera ella lo conocía, Adam mantenía su agenda en secreto, el señor Kullen dijo que era un tipo atractivo, pero Margori no le creyó ni un poco, tal vez solo decía eso para que no se rehusara a casarse con él. “Me salvé de cualquier modo”, pensó ella al ver como arreglaban a Ana para llevarla a la horca. Cuando el señor Kullen llegó, se sorprendió mucho al ver a Ana, estaba acostumbrado a verla usando pantalones holgados y su cabellera rubia siempre desalineada, estaba consiente de que era una joven bonita, tan solo ver el color azul de sus ojos deleitaba a cualquiera, su piel blanca y ese rostro limpio, pero jamás la miró de un modo sexual. Todo cambió al verla usando aquel ajustado vestido, sus piernas blancas y delgadas se veían tan suaves, sus pies eran bonitos, y tenia una cintura qué él jamás había visto, tenía el cabello sujeto en un perfecto chongo y su rostro se veía impecable. Parecía una mujer costosa, una mujer que llamaría la atención de cualquier hombre, inclusive tal vez, la atención de Adam Wexell.
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