—Tenemos que hablar —suelto antes que todo, cuando por fin voy a su encuentro, en la colina. Se voltea para verme y no puedo pasar por alto su expresión al hacerlo. Es semejante a la que de pequeña uno coloca cuando le regalan la bicicleta que tanto pidió a Santa o cuando el chico que te gusta te regala una flor por primera vez… pero intentas parecer madura y te limitas a sonreír. El caso es que yo no le gusto a Alfonzo, por eso me parece extraña su reacción. Está sorprendido… creo. —¿No puedo seguir huyendo, verdad? —me pregunta, resignado. Por alguna anómala y maquiavélica razón, sonríe y su sonrisa hace que me derrita casi al instante. Maldita sea. —Sí puedes. El asunto aquí es si quieres seguir en ello —sostengo su mirada. —No quiero. Lo sabía, sabía que no quería hablar conm

