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1646 Words
Cuando llegamos a la granja, Nick traía a Fugaz también, me bajé de su yegua blanca. Aún sentía el susto que había pasado hace tan solo unos minutitos. Y en definitiva me quedaría ese pequeño trauma. Al menos no volvería a montar a Fugaz por un buen tiempo. Nick se bajó también, mi padre apareció. —¿Elizabeth? ¿Qué pasó? —Nada, solo fuimos a dar un paseo por ahí —me encogí de hombros llevando mis manos a los bolsillos delanteros de mi short. —¿Fugaz está bien? Se ve un poco desorientado. Miré a Nick. —Lo está, es un caballo muy obediente. Solo necesita descansar —respondió el por mí— La yegua es de un amigo que vive por aquí cerca, tengo que pasar por su finca. —Está bien —asintió mi padre— Llevaré a Fugaz por algo de agua. Elizabeth, creo que tu madre estaba buscándote. En un rato iremos tú abuelo, ella y yo a comprar unas cosas a Nashville para los caballos. No sabemos a qué hora regresaremos. Además de que escuché que entraría una tormenta. No sabemos qué traen esas tormentas, las nubes suelen ser Cumulonimbus, traen mucho viento y es probable que se formen tornados. Tu madre me dijo que regresarían hoy —nos miró. Miré a Nick, el cielo se estaba oscureciendo un poco. Era increíble cómo cambiaba el clima de un momento a otro. —Si usted gusta puedo acompañar a Elizabeth, digo, para que no se quede sola. Además de que si hay tormenta no creo que sea conveniente manejar así. Los esperaremos —Nick se puso a la par mía. —Sé que es el jefe de Elizabeth pero no quisiera abusar, quizás tiene mucho trabajo en su empresa. —No se preocupe, es la ventaja de ser el dueño. Hay gente trabajando para ti. Por mi no hay problema. —Entonces muchas gracias. Iré a encerrar a Fugaz y a los demás caballos. Deberían ir dentro. Mi padre se alejó junto con Fugaz. Ahora me giré a mi jefe, que momentos antes se había querido propasar conmigo y quizás me había portado un poco grosera con el. Había un poco más de viento ya. —Señor Miller, con respecto a lo qué pasó hace rato... —¿Señor Miller? ¿Cuando volvimos a las formalidades? —me miró con desdén. Al parecer no le gustó nada que lo haya tratado de esa forma. Igual también me sentí rara. Pero al fin y al cabo era mi jefe y tenía que respetarlo. Y quizás así cada quien se daba cuenta de cual era nuestro lugar. Y quizás respetábamos nuestro espacio. —Es mi jefe, ¿no? Solo lo trato a como debe de ser —me giré sobre mis talones rumbo a la casa. Él me siguió. —Elizabeth, si es por lo qué pasó en la laguna perdóname, simplemente que no lo pude evitar. Sentí algo en el estómago cuando me dijo eso pero me contuve. Nick está acostumbrado a las buenas mujeres, a mujeres súper bonitas y exitosas. Esas son sus tipos de mujeres y todos lo saben. Yo no soy nada a la par suya. Solo soy una simple secretaria. —No importa, eso ya quedó en el pasado. —subí las escalerillas y llegué a la puerta. —Beth... —me tomó del brazo e hizo que lo mirara. Parecía un poco desconcertado ahora. —¿Dígame? —No estamos en horarios de trabajo, puedes tutearme. Morí mi labio inferior. Y él lo notó. Pude notar como sus ojos chispearon. ¿Qué se supone que significaba eso? ¿Acaso había una mínima posibilidad de que le gustase a mi jefe? Porque yo lo veía como imposible. —Está bien —asentí y me zafé, abriendo la puerta principal. Mi madre venía con mi abuelo. Ellos iban listos para salir. Mi abuelo llevaba su sombrero blanco y el de mi madre era rosa. —¡Beth, Nicholas! Volvieron justo a tiempo, ¿te contó tu padre? Asentí. —Bueno, no estaba segura de que sí te podrías quedar a solas con todo esto pero ya que está Nicholas aquí, ¿por qué no se quedan juntos? Mi abuelo llevaba una especie de ramita entre sus labios y rodó los ojos cuando mi madre me dijo eso. El abuelo sabía que ella podía hacer muchas cosas para salirse con la suya. —Nicholas tiene que... —empecé a decir pero el me interrumpió. —Tenga por seguro de que me quedaré aquí mientras ustedes no estén. —Eso lo sabemos muy bien —mi abuelo hizo un levantamiento de sombrero mirando a Nicholas, no supe muy bien qué significó ese gesto. —Vámonos, Miranda, necesitamos llegar antes de que venga la tormenta. Cuídate mucho, Beth, y pórtate bien —pasó a mi lado pinchándome la nariz. —Sí, pórtense bien —luego mi madre también salió. Afuera, mi padre venía en la camioneta. El abuelo se montó en los asientos de atrás y mi madre al copiloto. Cuando arrancaron, ella hizo la seña de adiós con su mano. Se habían ido. El viento empezaba a ponerse un poco más fuerte. —¿Entonces...? —empezó a decir mi jefe— Ya que viene una tormenta tenemos que revisar si tenemos todo lo necesario. ¿Tu padre dejaría encerrados a los caballos en los establos? —se adentró a la casa, me adentré yo también cerrando la puerta. —Pues eso fue lo que dijo que haría. —¿El granero está cerrado? ¿El gallinero? —No lo sé, Nick —lo seguí a la cocina. Él revisó la nevera y todo cerciorándose de que hubiera comida. —Deberías de ir a revisar —musitó— Mientras pediré algunas cosas del supermercado. También necesitamos velas por si se va la luz. —Pero es de día. —No sabemos cuánto durará esta tormenta. Rodé los ojos y salí de la cocina, tendría que revisar los graneros. Salí de la casa, de inmediato el viento me golpeó. A lo lejos el pasto se mecía de un lado a otro al igual que los árboles, me daba un poco de miedo lo que mi padre había dicho. Sobre los tornados. Además de que ellos iban en la carretera, más propensos a que la tormenta los golpeara más fuerte. Corrí hacia el gallinero, para mi sorpresa estaba abierto, algunas gallinas estaban cantando apresuradas. Quizás presintiendo algo. Tomé algunos huevos que habían allí y lo cerré, asegurándolo bien. Creo que estaba listo. Ahora me dirigí al granero, también estaba abierto. Me sorprendía que mi padre no lo hubiera cerrado. Tomé la puerta pesada y lo cerré también, asegurándolo con todo lo que pude. Empecé a sentir brisa en mi cara, señal de que tenía que apurarme. Y se supone que Nick pediría comida al súper, no creo que los del súper vengan con esta tormenta. El viento se sentía helado, me provocaba escalofríos. Pero se sentía rico después de todo. Mi pelo oleaba de un lado a otro. Tomé los cinco huevos que había encontrado y corrí hacia la casa. Antes de llegar, noté la puerta de los establos abierta. Genial, ¿no se supone que mi padre la cerraría? Dejé los huevos en la entrada procurando que no se fueran a caer y que no se rompieran y corrí hacia los establos. Los caballos relinchaban, se notaban incómodos o algo asustados. Tomé la puerta y la cerré también. Creo que así está bien. Cuando iba a medio camino de llegar a la casa vino un relámpago que casi me deja ciega, me detuve en seco esperando el rayo. Uno... dos segundos después sonó. ¡Qué miedo! Corrí hacia la entrada, tomé los huevos y me metí. Adentro ya no se sentía nada de viento, ni una pizca. Se sentía todo calentito. Llegué a la sala, Nick había encendido la chimenea, con razón estaba todo más acogedor. —Ya volví —le anuncié. Él me volteó a ver. —El chico de la tienda no podrá venir por la tormenta —me dice. —Lo supuse —respondí, dirigiéndome a la piscina. —Tenemos que hacer el almuerzo —se rasca la parte trasera de su nuca un tanto nervioso. —Así es. Es temprano aún, son las nueve. —Si tu lo dices... Beth, ¿te puedo hacer una pregunta? —Ya la hiciste —respondí, poniendo los huevos en la canasta. —Muy graciosa. Casi reí. —¿Por qué dejarías algo como esto? —Por estudiar, claro está. Aquí no hay muchas oportunidades. Además, no me quedaré toda la vida en el mismo lugar, ¿no? Tenemos que salir a buscar nuestra propia vida. —Eso yo lo sé, pero esto es... hermoso. Lo miré. —Yo lo sé. —Daría todo por vivir en un lugar así, tranquilo. Se había quedado pensativo ahora. —¿Por que no lo haces? Dinero tienes —me atreví a decirle. —A veces el dinero no basta. Tendría muchas de estas granjas pero no tendría la tranquilidad que necesito. —Hablas como si no fueras libre —tomé un vaso y lo llené de agua. Hoy que me había levantado ni siquiera había desayunado. Las tripas me empezaban a sonar ya. —En fin, ¿qué haremos de comer? —me ve. Me sorprendía la agilidad que tenía para cambiar de tema. —No lo sé, lo único que hay es huevo y carne. —Cualquier cosa esta bien. En el fondo tenía ganas de seguirle preguntando cosas de él, por lo poco que me había dicho tenía el presentimiento de que había algo más. Pero en el momento en que me atreví a preguntar algo un enorme sonido encima de la casa nos hizo ponernos en alerta de inmediato.
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