CAÍDA TREINTA Y NUEVE Canvas le oró al dios de la guerra, Ares. Estaba respirando fuerte con la espalda hacia la pared. Angelo había caído y estaba sangrando apenas a tres metros de él pero no podía llegar hasta él. Las balas silbaban y rebotaban alrededor de él desde un dron centinela. Eran de gran calibre, atravesando las paredes y cubiertas como si fueran de queso. Había doce rehenes adentro, dos de ellos menores de edad. Canvas se inyectó un estimulante en su pierna. Miró alrededor tan rápido como pudo y se grabó sus posiciones en su mente. Fue tan rápido que su veil de combate no tuvo tiempo de registrar los no combatientes, así que tuvo que hacerlo a la antigua. Tuvo suerte de haberse agachado, porque el dron centinela le disparó al sitio donde había estado su cabeza una fracción