Sus pasos se detienen en seco al escuchar la suave risa de Annie y su rostro gira rápidamente sin poder creer que sea ella quien lo haga. Alejandro sonríe al contemplarla tan hermosa como siempre y ahora mucho más feliz. — ¿Me convertí en su bufón personal, señorita Annie? –enarca una ceja en un gesto coqueto que acaba con la nerviosa risa de la castaña. — Lo siento señor Ramírez –pronuncia con coquetería y altivez- pero no es común ver a un narcisista preocuparse por alguien más – — ¿Ah no? –preguntó– déjeme informarle señorita Russell que me he preocupado por usted mucho más de lo que esa cabecita suya imagina – Alejandro sin poder contenerse más, se acerca a ella y acaricia suavemente de su rostro, desde su sien, su mejilla, su mandíbula, sus labios y cuando baja a su mentón, es

