Al día siguiente. Es temprano y me levanté para preparar el desayuno antes de que las niñas despierten. Alguien toca el timbre y voy a abrir. —Buenos días, mi niña. —Buenos días, pasa, Martha. —No es necesario, solo quiero darte esta botella de leche fresca, la ordeñé yo misma esta mañana. —Te lo agradezco, estoy preparando el desayuno y nos vendrá muy bien. —Nos vemos después, querida, si te aburres no dudes en visitarnos, cariño. —Lo haremos, no te preocupes. Ella se va y vuelvo a la cocina, el timbre vuele a sonar. Voy a abrir. —¿Se te olvido algo, Mar...? ¿Sienna? Es ella y tiene a ¿cuál nombre le puso? Ah, sí. Le cambió el nombre por el de su abuela Roset. —Espero no molestarte, Deva. —No, no es molestia, ¿ya desayunaste? —No, no lo hice, es que es un viaje largo, pe