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1141 Words
Estoy en la isla de la enorme cocina de la mansión revisando unos documentos que me dejo el señor White mientras él está en una revisión con su médico, cuando de repente siento un sutil aroma a rosas. -              Hola – susurra en mi oído lo que hace que todo mi cuerpo se estremezca. -              Buenas tardes señorita White – la saludo tratando de ignorar la reacción a mi cuerpo. -              Dime Stormi – me responde sentándose a mi lado. Ella es una chica hermosa, con su carita de ángel y su mirada traviesa, hacen que cada día me guste más. -              No creo que sea apropiado – le respondo y ella se ríe dejándome embobado viéndola. ¿pero que me está pasando? Parezco un adolecente enamorado de esta hermosa niña, porque eso es lo que es una niña a mi lado, pero es que cuando habla y sonríe me pierdo. Ella comienza a contarme que no le interesa para nada el negocio familiar, que quiere estudiar diseño de interiores y que dentro de poco entrara a la universidad, hablamos de cosas triviales y me gustaría detener el tiempo y congelar este momento, ella es simplemente perfecta. -              Alexander – la voz del señor White nos interrumpe – a mi despacho – dice y se da la vuelta, recojo rápidamente todos los documentos y cuando estoy por irme, Stormi se acerca a mí y me da un beso cerca de los labios. -              Nos vemos – dice de forma seductora mirándome de forma traviesa.  Salgo rápidamente de la cocina sintiendo aun en la cúspide de mi boca su cálido aliento, aunque prometiéndome conquistarla.  Aunque yo tenga veintidós años y ella este próxima a cumplir diecisiete. Los siguientes días que estoy en su casa ella me regala hermosas sonrisas las cuales me dejan suspirando, además de que hablamos cada vez que podíamos, pero todo cambió una noche. Esa noche el señor White me pidió que me quedara esa noche para que terminara de archivar y organizar los archivos que me había dejado, además de reorganizar su agenda. Él asistió a una gala benéfica dejándome solo en la enorme mansión ya que Stormi se había quedado en casa de Diana su mejor amiga.  Estaba sentado en la mesa junto a la piscina tecleando concentrado hasta que su aroma inunda mis fosas nasales. -              Vas a resfriarte – su voz angelical inundo el lugar, levanto la mirada encontrándome con su mirada. -              No deberías estar aquí – le digo y sigo escribiendo. -              Pero que serio – dice divertida sentándose a mi lado.   -              Nos meteremos en problemas – le digo tratándola con fingida frialdad ya que su cercanía me encanta. Ella cierra el portátil haciendo que la vea directamente a los ojos. -              ¿eso crees?  - dice inclinándose sobre la mesa acercándose cada vez más a mí.  - ¿te gusto? – pregunta cada vez más cerca de mi. -              No quiero meterme en problemas – le respondo cuando nuestros labios se rozan. -              Eso no es una respuesta – me dice aun en la misma posición y sin importarme nada más junto mis labios a los suyos.  Comienzo a besarla lentamente y ella me responde, muevo suavemente sus labios y su sabor a cereza me vuelve loco. -              Me encantas – respondo separándome de ella - ¿quieres ser mi novia? – digo y ella sonríe radiante. Si voy a echarlo todo por la borda debo hacerlo por algo que valga la pena y no solo por una aventura. Después de esa noche todo cambio entre nosotros, encontrábamos momentos para vernos, salíamos a comer, hablamos a diario, aunque no nos viéramos, yo estaba en las nubes enamorado hasta la médula de mi hermosa niña.  El día de su cumpleaños quise sorprenderla y con mucho esfuerzo le compré una hermosa pulsera de plata, a la hora del almuerzo fui al instituto en el que ella estudia y sorprendiéndola le di la pulsera. Ella estaba súper emocionada.         -     Gracias amor – dice abrazándome – esta hermosa. -              No es de oro o platino, pero... - comienzo a decir, pero ella me calla besándome. -              Es perfecta créeme – dice sonriendo – quiero que vayamos a un sitio esta noche. -              No podemos nena recuerdas – digo abrazándola de la cintura – tu padre organizo una fiesta. -              A la cual estas invitado – me responde sonriente – después de la fiesta. -              Esta bien, podrás llevarme a donde quieras – digo y ella me mira curiosa. -              ¿y si quiero aprovecharme de ti? -              Podrás hacerlo con total libertad – digo besándola, en ese momento suena el timbre y debo soltarla porque debe volver a clase. Ya por la noche me pongo mi traje, me perfumo y despidiéndome de mi madre salgo de mi casa en dirección a la mansión White. Una vez allí el jardín de la mansión esta irreconocible, hay flores, globos, luces pequeñas decorando el lugar.  Observo toda la gente que hay allí, la gran mayoría son compañeros de mi princesa, otros son socios y conocidos de su padre. -              Buenas noches Alexander – escucho la voz de mi jefe detrás de mi. Me vuelvo para verlo de frente y entonces la veo.  -              Buenas noches señor – le respondo sin verlo, en este momento solo tengo ojos para ella, va enfundada en un vestido de color menta, de una sola tira dejando a la vista uno de sus hombros, tiene un pequeño cinturón de cristales al igual que la tira. -              Te recomiendo que mantengas tus ojos en el suelo, - escucho la voz enojada de mi jefe – no estas a la altura de Stormi, ni siquiera para mirarla. – lo observo y veo una advertencia en sus ojos y sin más me deja completamente solo. Durante la velada no quito los ojos de mi hermosa novia, la veo reír y divertirse, hasta que en un momento dado la veo dirigirse hacia el interior de la casa y ofreciéndome una mirada significativa comienzo a seguirla discretamente y sin que nadie lo note. La sigo atreves de la casa hasta, salimos hasta el jardín y de allí caminamos hacia el invernadero que hay. Al entrar caminamos hasta el fondo de este. Como ella iba bastantes pasos delante de mí, la encuentro en medio de velas y pétalos de rosas, su vestido esta arremolinado a sus pies y ella viste fina lencería de color blanco. -              Quiero que me hagas el amor esta noche – me dice y yo camino hasta ella, comienzo a besarla mientras con sus manos temblorosas comienza a desnudarme. Esa noche la hago mía, ella me entrega su virginidad lo que hace que me enamore por completo de ella y un sentimiento de posesión. Se apodera de mi cuerpo. Ella es completamente mía para siempre. 
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