Después de su confesión en la limusina, Michael acarició mi rostro con mucha ternura, mirándome directamente a los ojos, sin esperar a que yo dijera una sola palabra. Me tomó con sus labios y sentí cómo mi alma se fundió con la suya. Era claro para mí, que no existía mejor señal de un amor verdadero que el éxtasis que me hacía sentir con solo besarme. Pero, mientras él recorría mis labios con los suyos, y me obsequiaba el dulzor de su aliento, nuestro beso se vio interrumpido por la llegada a nuestro destino. —Servidos, señor... —dijo el chofer en el altavoz de la limusina. Hizo bien en avisarnos que habíamos llegado, para darnos tiempo de prepararnos para salir. Pero, en el fondo de mi ser, odiaba que nos haya interrumpido. Yo aún sentía que las piernas me temblaban, al igual que todo