La gala ha terminado, pero la música sigue resonando en mi mente, cada nota mezclándose con el recuerdo de Zaed. Samuel me conduce hacia la mansión Marchesi, su brazo firme sobre el mío, sin sospechar que mi interior está en llamas. La limusina se detiene frente a la entrada iluminada, y al abrirse la puerta, nos encontramos con mi padre y Luan, que nos esperan como siempre, con esa mezcla de autoridad, curiosidad y cariño protector.
—Llegamos casi al mismo tiempo —dice mi padre con voz grave, pero con un hilo de sonrisa—. Parece que la noche nos empuja a encontrarnos aquí.
—O simplemente el tráfico de Miami —respondo, intentando mantener la voz ligera, mientras Samuel coloca mi bolso sobre un sillón cercano.
Luan me observa con su habitual mirada inquisitiva, capaz de descubrir cualquier pequeño detalle que no quiera mostrar.
—¿Estás bien, Alya? —pregunta, con sonrisa ligera pero ojos atentos—. Pareces… distraída.
—Sí… solo cansada —miento, intentando sonar firme. Pero por dentro, cada latido de mi corazón recuerda a Zaed, su mirada azul, la forma en que me hizo sentir viva y vulnerable al mismo tiempo.
Mi padre entra tras nosotros, impecable en su traje oscuro. Su presencia es inconfundible: autoridad y protección concentradas en un hombre que ha aprendido a equilibrar poder y cuidado familiar después de quedar viudo.
—Espero que la gala haya sido interesante —comenta, evaluando cada gesto con su mirada profunda—. Dicen que la competencia estuvo feroz esta noche.
—Sí, papá —respondo, intentando sonar neutral—. Todo muy elegante… pero Zaed Morello estaba allí.
Se hace un silencio apenas perceptible. Luan arquea una ceja, intrigado.
—¿Zaed Morello? ¿El hijo de los Morello? —pregunta, como si el apellido trajera advertencias solo con pronunciarlo.
Asiento, sintiendo cómo la tensión se filtra en la sala.
—Sí —digo—. Ha regresado a Miami.
Mi padre suspira, y por un instante me hace sentir que puede leer lo que intento ocultar: ese calor que aún me deja sin aliento, la nostalgia que no desaparece, y el deseo reprimido que todavía me consume.
—Ese apellido nunca trae tranquilidad —murmura—. La competencia entre nuestras familias siempre ha sido intensa. Y ahora que su hijo está de vuelta… habrá que estar atentos.
Samuel, ajeno a la historia, frunce el ceño:
—¿Qué tienen que ver los Morello con todo esto? —pregunta inocente. Para él, Zaed es solo un nombre, otro arquitecto que no representa nada.
—Solo es un apellido —respondo, intentando sonar casual—. Nada más.
Luan cruza los brazos, mirándome con una mezcla de preocupación y complicidad silenciosa.
—No me suena como “nada más”. Alya, pareces inquieta. ¿Qué pasó en la gala?
—Nada que te deba preocupar —miento de nuevo, deseando poder desviar la conversación.
Mi padre aclara la garganta, su mirada intensa.
—Solo recuerda, Alya, que lo que haces y con quién te relacionas siempre tiene consecuencias, visibles o no. Nadie debe subestimar tu posición ni la de nuestra familia.
—Lo sé, papá —respondo, intentando recomponerme mientras siento que mi pecho aún arde—. Solo me sorprendió verlo esta noche.
Mientras caminamos hacia el comedor, mis pensamientos se entrelazan con recuerdos que me golpean con fuerza. Recuerdo la primera vez que lo vi, años atrás, en aquella fiesta sofisticada donde ninguno de los dos sabía quién era el otro. La música, la iluminación cálida, los invitados elegantes, el perfume en el aire… y él, imponente, confiado, con esa sonrisa que me hizo sentir un cosquilleo imposible de ignorar.
El roce accidental de nuestras manos, la intensidad de una mirada que duró apenas un instante, el juego silencioso de descubrimiento… todo eso regresó a mí esta noche, como si el tiempo nunca hubiera pasado.
Samuel me habla sobre la gala, los invitados, los premios, pero yo apenas escucho. Mi mente está atrapada en Zaed: cómo fingía no habernos visto en el baño, cómo sus ojos me quemaban incluso cuando sonreía para los demás. Cada gesto suyo, cada movimiento calculado, me recuerda que nada entre nosotros ha desaparecido.
—Bueno, vamos a cenar antes de que Samuel se quede dormido en el sofá —interviene Luan, rompiendo la tensión con su habitual humor ligero, lanzándome una mirada que solo yo entiendo.
—Sí, cenemos —respondo, intentando sonreír mientras mi cuerpo aún recuerda el roce de su mano, el calor de su presencia, y la chispa que nunca se apagó.
Al entrar en el comedor, el aroma de la cena recién preparada y el calor familiar me rodean, pero no logran disipar el fuego que arde dentro de mí. Samuel conversa animadamente con Luan sobre algún proyecto arquitectónico, mientras mi padre comenta detalles de la gala y la competencia. Yo asiento y sonrío, pero por dentro siento cómo cada fibra de mi ser recuerda a Zaed, cómo nuestra historia secreta sigue viva, lista para resurgir.
Cada mirada, cada palabra, cada silencio está cargado de promesas que nadie más puede ver. Mi padre observa con paciencia, Luan con curiosidad protectora, y Samuel con ignorancia absoluta. Solo yo sé que esta noche no es solo un regreso a la gala ni a la casa familiar; es un recordatorio de que Zaed y yo compartimos algo que ninguna distancia ni cinco años separados han logrado borrar.
Y mientras la cena continúa, siento que la noche apenas comienza. Porque Zaed está ahí afuera, yo estoy aquí dentro, y los secretos que compartimos siguen latentes, esperando el momento de despertar y encender de nuevo la pasión, el conflicto y la intriga que marcarán nuestras vidas.